Angélica Liddell: «China es la cárcel más grande del mundo»
La autora estrena en Madrid su nuevo montaje, «Ping Pang Qiu», una personal mirada al gigante asiático convertida en un grito de denuncia de su régimen. Cuándo: 14, 15 y 16 de febrero, 20:30 h. 17 de febrero, 18:30 h. Dónde: Teatros del Canal. C/ Cea Bermúdez, 1. Madrid. Cuánto: de 6 a 18 euros.
Ha maldecido al hombre que confía en el hombre, ha convertido a dictadores en jabalíes y ha denunciado la ceguera de Occidente ante la tragedia de las pateras.
Ha maldecido al hombre que confía en el hombre, ha convertido a dictadores en jabalíes y ha denunciado la ceguera de Occidente ante la tragedia de las pateras. El bienestar de Europa ha tenido en su análisis una sonrisa congelada de cuadro barroco detrás del cual su prosa dolorida y sangrante entreveía violaciones y abusos. Pero no todo en ella es política, aunque al final, dicen, todo en la vida lo es. Consagrada, si cabe la expresión, entre los autores independientes de su generación junto a dos o tres nombres más, Liddell vuelve a los escenarios con un nuevo montaje, «Ping Pang Qiu», otra de sus ráfagas textuales que echó a andar como canto de amor a un país de cultura ancestral y acabo convertido en un grito de horror ante un régimen inhumano. Por escrito, Liddell respondió a LA RAZÓN sobre este nuevo montaje que llega al Festival de Otoño a Primavera tras estrenarse en el Temporada Alta, una producción de su compañía Atra Bilis en la que, junto a ella, autora, actriz y directora, cuenta en escena con Lola Jiménez, Fabián Augusto Gómez Bohórquez y el habitual Sindo Puche, la otra mitad de la formación.
–Este espectáculo nace de su fascinación por China. ¿Qué es para usted? ¿Conocemos China más allá de los tópicos en Occidente?
–China se ha convertido en una pasión, es un muro en el que me parto los nudillos de tanto golpear, quiero saber, es un amor difícil, me gustan las cosas difíciles. En general todos funcionamos con tópicos. Hace falta esforzarse mucho para romperlos. De hecho nadie tiene ni idea de «La revolución cultural china», de esa masacre sin precedentes en la historia de la humanidad, el maoísmo fue tan siniestro como el nazismo y la sombra alcanza a la China de hoy. China es la cárcel mas grande del mundo.
–Lo define como teatro documental: durante los ensayos se topó con la realidad del régimen chino. ¿Qué ocurrió? ¿Han tratado de censurar la obra?¿Ha tenido problemas concretos?
–La persona que iba a participar en la obra había vivido los desastres de la revolución cultural. Cuando se incorporó a los ensayos tuvo miedo de ser denunciada a las autoridades chinas, y abandonó.
–Conocer la verdad del régimen de Pekín cambió el espectáculo que pensaba hacer. ¿Cómo lo hizo? ¿Se convirtió en un montaje de denuncia política?
–No es una denuncia, expreso mi repugnancia por el exterminio de la libertad de expresión. No es una denuncia, es un acto de amor por el mundo de la expresión.
–¿De dónde procede el título?
–Del periodo de la «ping pong diplomacy». Dos caníbales, Nixon y Mao, nos dieron un ejemplo de hipocresía política jugando al ping pong, mientras ardía Vietnam y China ya había sido aniquilada.
–Ya en su anterior espectáculo presentaba a unos asombrosos acróbatas chinos. ¿Qué le liga a China, de dónde nace esta fascinación?
–Voy a ser honesta. La fascinación nace de mi pasión por los hombres chinos, que son los más bellos del planeta. Mi primera relación con China es sexual, es decir, todo nace de una atracción sexual brutal por los hombres chinos.
–Su anterior espectáculo era un abecedario en el que repasaba sus filias y, sobre todo, sus fobias, un manual de desencanto contra muchas cosas y personas. ¿En qué momento vital está ahora? ¿Este nuevo «Ping Pang Qiu» surge de una mirada similar?
–Estoy en el momento del aislamiento social, de la desconfianza, de la separación de la idea de comunidad, idea a la que creo que nunca estuve unida. Sí, «Ping Pang Qiu» surge también de la repulsión.
–A lo largo de su carrera ha trabajado con acciones cada vez más arriesgadas, traspasando barreras y alejándose de la comodidad: desde cortes en su propia piel a propuestas no tan impactantes pero, sin duda, arriesgadas como repetir una misma pieza de música una y otra vez. ¿Qué vamos a ver en escena esta vez? ¿Será un montaje impactante, que pueda molestar a cierto tipo de público o en el que se obligue a llevarse a sí misma al extremo de alguna manera?
–El riesgo está en el pensamiento, en las ideas, en derribar los tópicos con los que se maneja la gente intelectualmente competente, los «opinionitas». El riesgo está en pensar sin pudor, sin servidumbres.
–No es lo mismo conocer China que conocer a los chinos que viven fuera, en España en concreto. ¿Cómo percibe que se relaciona la sociedad española con la comunidad china aquí? ¿Y ellos con nosotros?
–No hay relación.
–Supongo que la operación policial contra la mafia china, centrada en un empresario, Gao Ping, le pillaría preparando el espectáculo, o en su génesis. ¿Afectó de algún modo la actualidad al resultado de lo que veremos en escena?
–A la dificultad para conseguir visados para trabajar con personas chinas.
–¿Queda algo de la Angélica Liddell niña-terrible del «Tríptico de la aflicción» en esta obra? ¿Sus obsesiones/aflicciones como la maternidad o la infancia han sido enterradas para dar paso a algo nuevo o siguen ahí?
–He escrito la misma obra durante toda mi vida. De hecho «Maldito sea el hombre que confía en el hombre...» comienza con una frase de «Lesiones Incompatibles de la Vida», obra que cerraba el «Tríptico de la aflicción». Y en el nuevo proyecto, las madres no quedan muy bien paradas. Odio a las madres, igual que Peter Pan.
–¿Cómo se definiría ahora?
–Nunca me defino, pero voy a jugar. Yo diría que me he convertido en una persona con altas dosis de misantropía.
–¿Se están escribiendo en España textos dramáticos sobre cosas que interesan, de actualidad?
–Si se está escribiendo sobre temas de actualidad es que no se está escribiendo bien. Detesto hablar sobre la actualidad. Actualidad no es realidad. La realidad está pegada a los orígenes del hombre, eso no es actualidad.
–¿Es el teatro que necesita o demanda la sociedad, si es que necesita o demanda alguno?
–La sociedad no demanda teatro. Vete a Móstoles, a ver si la sociedad demanda teatro.
–Decía hace tiempo que no iba al teatro, que no le interesaba. ¿Sigue sin llamarle la atención?
–No es que no me interese el teatro; no me interesa la gente a la que me cruzo en el patio de butacas, el besamanos, el saludo ocasional, la gilipollez oportuna, el pesado de turno, el pacto primitivo del mundo que describe Bernhard en «Tala». Eso no lo aguanto. Por eso no voy al teatro. Aprovecho para ver cosas cuando estoy fuera de España. Allí no conozco a nadie. Vivir como creadora... Resumiendo, la mierda me salta a los ojos, eso es suficiente.
DE SHANGHAI A TOULON: HOTELES DE SEXO Y MUERTE
En Angélica Liddell, una actriz hecha verbo, o quizá más una escritora que actúa y dirige, que se desnuda en todos los sentidos, el primero cada vez que se sienta a escribir, prima la necesidad de protegerse del mundo. Lo hace con una paradójica opción artística: una brutal exposición. Convierte su cuerpo en lenguaje y lo retrata y muestra en un blog (puede llegarse a él a través de www.angelicaliddell.com). Desnuda, en sofás y camas de hoteles (a la izda., una imagen tomada en enero en Toulon), Liddell fuerza las convenciones arropada por textos de Mishima o Houellebecq, autores, como ella, en los que el equilibrio entre sexo y muerte se fuerza al límite.