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Bernarda era él

El texto de Lorca se masculiniza para «mirarlo desde la femineidad del siglo XXI», dice Carlota Ferrer. La directora, junto a José Manuel Mora, defiende una pieza invadida por hombres en el que los géneros difuminan sus fronteras.
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El texto de Lorca se masculiniza para «mirarlo desde la femineidad del siglo XXI», dice Carlota Ferrer. La directora, junto a José Manuel Mora, defiende una pieza invadida por hombres en el que los géneros difuminan sus fronteras.
Aunque lo acabe reconociendo, se resiste Carlota Ferrer a decir que lo suyo con «La casa de Bernarda Alba», de Lorca, es «una vuelta de tuerca más». «Lo que os llama la atención es lo de los hombres, pero no es más que abordar una obra que se ha representado tantísimo desde la mirada de la femineidad del siglo XXI», dice la directora. A su vez, José Manuel Mora, responsable del texto, le quita trascendencia a los asuntos de género: «No es lo más importante. Ocupa demasiado tiempo y no es nada nuevo que el teatro cambie los papeles. Ya en los 70 u 80 se hizo una versión en la que Bernarda era un hombre». Así es, Ismael Merlo tomaba el papel protagónico en el 76. Entonces, le abrazaban Carmen Carbonell y Mercedes Sampietro, entre otras. Aquí no; en «Esto no es la casa de Bernarda Alba» –en la Sala Verde del Canal, del 14 de diciembre al 7 de enero– Eusebio Poncela se pone el traje de viuda y madre de cinco criaturas para rodearse únicamente de hombres, a excepción de Julia de Castro «porque me hacía falta una mujer», sentencia la también directora del Corral de Comedias de Almagro, junto a Darío Facal.
Resume Ferrer en una frase lo que se busca con esta masculinización de los personajes: «Al presentar el montaje con hombres se logra una mayor universalidad porque puede referirse a cualquier clase de opresión». Dar visibilidad a un tema de todos. Porque la desigualdad «no es un problema de un solo género –continúa–. Hemos dado por normal una situación que no lo es. De hecho, en muchas ocasiones es difícil delimitar qué es machismo y qué es caballerosidad. Pero ahora debemos aprender a hacer una gestión emocional del cambio para ver que en cuestiones educativas, culturales, laborales... no deben existir las injusticias. Es poner el tema en la calle otra vez, aunque sea por reflexión y agitación», cierra. «Señalar con el dedo a cuestiones contemporáneas», amplía Mora.
Autor y directora se proponen el juego «en un momento en el que los roles están difusos. ¿Qué le pertenece al hombre y a la mujer?», se preguntan. Y el dramaturgo entra «con cuidado», advierte, en el tema: «Para nosotros es una lectura del original más alejada del aparato crítico y más ingenua en la que descubrimos que el vehículo que tienen las mujeres para la libertad es el hombre». Abandonar la casa a costa de casarse con un hombre. Pasar de un encierro, al que ha condenado Bernarda a sus hijas tras la muerte de su segundo marido, a otro, el del matrimonio. No hay más para salir del núcleo familiar; bueno, sí, el suicidio. «Es una obra terrible –comenta Mora–, incluso lo que dicen las mujeres sobre ellas mismas, hay personajes absolutamente machistas». E interviene Ferrer: «Lorca, que bien sabía lo que era sufrir las convenciones sociales, vive en un ambiente en el que solo el hombre es la liberación y es Pepe el Romano, al que anhelan todas, quien se convierte en la metáfora de la libertad y en la alegoría del deseo. Pero hoy yo digo que la salvación no está en salir de casa para irse a la de tu esposo, sino que hay otras maneras de abordarlo, como es la formación». Reinterpretan pero no cambian el clásico de Federico García Lorca, del que aseguran que han mantenido en un 90% para «desgracia» de Carlota Ferrer –y de todos y todas–: «Ponemos en valor la vigencia de una obra de 1936. Mira que han pasado años y sigue siendo una reflexión necesaria. Ojalá sea una pieza que se quede desfasada».
Pero no todo se centra en la reivindicación del feminismo, el clasismo, la xenofobia y la represión sexual también aparecerán por la sala mediana de los Teatros del Canal. Porque la sinopsis no se toca: Bernarda, tras la muerte de su segundo marido, condena a ocho años de luto a sus hijas y Angustias (David Luque), fruto del primer casamiento de la viuda, se empareja con un Pepe el Romano (Igor Yebra y Julia de Castro, que también interpretan a Josefa y Amelia, respectivamente) que, a su vez, se enamora de Adela (Jaime Lorente). Y desde ahí se levanta la bestia. Sí llama la atención la utilización de dos actores para un personaje ausente –pero muy presente– en la pieza de Lorca, aunque tanto Mora como Ferrer guarden con recelo la sorpresa del que es el «motor del conflicto», lo definen.
Se compone así un universo en el que «los personajes son tanto víctimas como verdugos». A la cabeza, Bernarda Alba, primera damnificada por una opresión social que ella misma repite con un papel patriarcal sobre sus hijas para protegerlas de los hombres. Figura que Mora ha intentado «humanizar y entender para que todos nos podamos reconocer en ella. No somos nadie para juzgarla y he intentado llenarla de razones para que respire», explica. Una mujer, ahora Eusebio Poncela, que pide constantemente un silencio inadmisible para Ferrer: «No hay nada peor porque es lo que nos hace cómplices de las barbaries».
De lo que tampoco se despega el montaje es de una de las señas de identidad de la directora: la música y el movimiento –que no mostró en su última pieza, «Blackbird»–. «Es la mejor manera de plasmar y acompañar la palabra de Federico», comenta. Quien también se ha «sometido», reconoce, al poeta es Mora, que admite de nuevo su fidelidad a un texto «en el que es muy difícil encajar nada que no fuera arrastrado por el río de la acción». Un «ejercicio de humildad», como lo llama el autor, en el que se han incorporado «unos monólogos de dramaturgo de este siglo que cohabitan y dialogan con el original».