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"Copenhague": La ética en tiempos de guerra

larazon

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Michael Frayn. Claudio Tolcachir. Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Hipólito y Malena Gutiérrez. Teatros de La Abadía. Hasta el 30 de junio de 2019.
De cuantos escritores vivos quedan cultivando a la vez la novela y el teatro, dos géneros que hoy parecen por diversos motivos bastante distanciados, pocos habrá que hayan logrado conquistar igualmente en ambos, como ha hecho Michael Frayn, a la crítica y al público. Su interés por asimilar las formulas clásicas y rehacerlas de forma novedosa, su sentido del humor tan universal y transversal y su diversidad de intereses en los temas que aborda lo convierten en un autor único y siempre sorprendente. Y todas esas cualidades tiene precisamente «Copenhague», uno de sus textos más conocidos. La obra parte de un suceso real y enigmático: el encuentro en 1941, en la Dinamarca ocupada por los nazis, de dos importantes físicos judíos cuyos conocimientos eran fundamentales para la fabricación de la bomba atómica. Uno es Niels Bohr (Emilio Gutiérrez Caba), que vive una suerte de disimulado arresto domiciliario junto a su mujer (Malena Gutiérrez), y el otro es su discípulo Werner Heisenberg (Carlos Hipólito), que ahora colabora con los nazis y que acude a ver a su antiguo maestro por alguna desconocida razón. No se sabe nada del verdadero encuentro de lo que hablaron en él, aunque sí sabemos que nunca más se volvieron a cruzar una sola palabra. Frayn utiliza ese misterio con gran inteligencia para crear una trama en la que lo importante no es reconstruir hechos y frases para reinventar la historia, sino dibujar el perfil psicológico y anímico de dos hombres distintos, ambos con sus ambigüedades y claroscuros, que se encuentran también en coyunturas distintas. La obra no busca desvelar acontecimientos, sino permitir, y eso lo logra de forma admirable, que el espectador pueda intuir el complejo conflicto interior de Heisenberg, y que pueda colegir de forma verosímil que el motivo que lo ha llevado a esa casa no es otro que el de buscar la comprensión y, en cierta medida, la absolución de su ex maestro. Hipólito y Gutiérrez Caba hacen un fantástico trabajo –muy bien secundados por Malena Gutiérrez, que sirve casi de guía ante el público– en un combate dialéctico de apariencia clásica que, no obstante, como decía al principio, está presentado por el dramaturgo –y muy bien leído por Tolcachir en la dirección– de una manera nada convencional: la acción no solo está trufada de «flashbacks» y de digresiones y monólogos que fracturan el desarrollo de los diálogos, sino que además parte de una ubicación abstracta y fantástica en el tiempo y en el espacio, porque los personajes, en realidad, son algo así como muertos que tratan de reordenar de alguna forma en sus mentes aquel episodio que vivieron.