El cielo ganado por Ana Diosdado
Casi un año después de la desaparición de la dramaturga, el último montaje que imaginó y dirigió, abre en homenaje a su carrera la temporada del Centro Dramático Nacional
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Casi un año después de la desaparición de la dramaturga, el último montaje que imaginó y dirigió, abre en homenaje a su carrera la temporada del Centro Dramático Nacional
A nadie pilla por sorpresa que Ana de Mendoza de la Cerda y Teresa de Cepeda y Ahumada no fueron precisamente amigas. Princesa de Éboli vs. Santa Teresa de Jesús –o Teresa de Ávila–. Saltaron chispas. Ya con problemas desde el levantamiento del convento de las carmelitas en Pastrana –calmados hasta su muerte por Ruy Gómez de Silva, esposo de Ana–, los caprichos de la primera para tomar los hábitos –fruto de una enajenación tras la pérdida de su marido– no fueron bien recibidos por la Santa, que aceptó a regañadientes la voluntad de la otra parte contratante, séquito incluido. Y muy a pesar de que la vida de austeridad y el recato que exigía el entorno era algo que ésta no tenía en mente. Simplemente quería o sentía que allí debía estar. Por ello, la sobria celda que le dieron de primeras pronto supo a poco y pidió –y logró– hospedarse en otros aposentos: la casa del huerto. Más amplia y con capacidad para albergar unas joyas y unos vestidos que poco encajaban en la vida monacal, además de la oportuna bula para entrar y salir cuando le viniera en gana, en contraposición al espíritu de las carmelitas. Hecho que Teresa de Ávila entendió como inapropiado y por el que volvió al convento para desalojarlo, a excepción de quien se había convertido en alguien muy próximo a lo que sería una enemiga, más aún cuando la noble la denunciase ante la Inquisición.
Sin taquígrafo
Sucedió. Se enfrentaron y se encontraron, pero nadie sabe cómo. No había taquígrafo en la habitación aquella noche de verano de 1573. Por ello, Ana Diosdado tuvo que meterse a fondo en la vida de ambas para buscar una salida real. «Fue súper rigurosa en su trabajo con el texto. Investigó los hechos a fondo para generar una trama que encajase. No quiso hacer un documento histórico, sino una ficción en la que proponer una hipótesis del enfrentamiento entre estas mujeres, convirtiéndolas en dos personajes con sus claroscuros», apunta Diego Sabanés, director adjunto de «El cielo que me tienes prometido». Empezó el proyecto junto a Diosdado, «en un segundo plano –continúa–, simplemente tomaba notas».
Apuntes que ahora valen oro. En ellos se encuentra el legado que la dramaturga –fallecida hace apenas un año, 5 de octubre de 2014– dejó sobre la obra. A ellos, y a las directrices que en su día entonó, se ciñe un elenco que toma el ser la apertura de temporada del Centro Dramático Nacional como un homenaje a la autora y directora del texto. «El proceso fue agridulce. Trabajar al lado de Ana es una experiencia más que enriquecedora, pero también está lo delicado que fue el montaje. Hizo un esfuerzo muy grande. Físicamente el cuerpo no le respondía, pero nunca perdió la lucidez, el humor ni lo que quería hacer», comenta Sabanés. Tristemente, trabas no faltaron, a la lucha contra el cáncer se sumaron un ictus y una caída por las escaleras que le fracturó varias vértebras que le pusieron todo muy cuesta arriba. «Sin embargo –habla Salvador Collado, productor y principal alentador de Diosdado a hacer la obra–, ella se aferró a un bastón, como Santa Teresa, para que nada detuviera el estreno».
Así dio fuerza a dos voces más que potentes. No simpatizaron. Entre otras, porque pocas de sus aristas llegaban a rozarse. Aun así, sus personalidades sí se pueden entender como similares. Paralelas, cuanto menos. Atípicas para el siglo XVI. Tenían garra y la posibilidad de tomar decisiones en un mundo, ya saben, machista por norma. Dos avanzadas. Dos temperamentos de aúpa. Un choque de trenes.
Una quería destacar entre los nobles y la otra acabar con la hipocresía religioso-política. La princesa de Éboli y Santa Teresa: Irene Arcos y María José Goyanes, en la función. La última, humanizada, demostrando que Dios está en el día a día. «Ana Diosdado no quiso hacer un homenaje superficial, sino tratar de entender cómo se construyó a sí misma y cómo logró levantar su obra», explica el director. La princesa, mucho más mitificada, en el centro de un huracán de disputas políticas en las que trata de imponerse.
Función de esgrima
Dos personajes «muy complejos» –para Collado–. Con la «marca Diosdado» presente en unos discursos en los que el valor de cada palabra y la potencia de éstas son los básicos. Un enfrentamiento que Sabanés ve como una «función de esgrima» y que requiere de un «público atento y partícipe» para meterse en la resonancia del español antiguo –con matices– que no fueron fáciles de aprender, apuntan, un punto «inflexible» para la autora. Junto a estas dos, además de la voz en off de Emilio Gutiérrez Caba –como San Juan–, se encuentra Mariana –Elisa Mouliaá–, novicia de ficción, pero fundamental para las pretensiones de Diosdado: «Permite introducir ciertas cuestiones del pasado de Santa Teresa».
«No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte», reza el poema que da título a la obra. Aquí remueve en Diosdado, que llega a la plaza en la que quiso estar: Madrid.
Merecido Homenaje
La representación de «El cielo que me tienes prometido» no es el único homenaje que el CDN prepara a Ana Diosdado en el primer aniversario de su muerte. A esto se suma, en colaboración con la Fundacion SGAE, un ciclo de cine en el que se podrán ver «Los ochenta son nuestros», «Olvida los tambores», «Algo amargo en la boca» y «Las llaves de la independencia» –del 5 al 7 de septiembre–. Así como el clásico encuentro con el público del día 9 y una charla con las actrices de la obra, Luis Merlo y Paloma Pedrero el día 12.
Dónde: Teatro María Guerrero (Calle de Tamayo y Baus, 4. Madrid).
Cuándo: del 7 al 18 de septiembre.
Cuánto: de 6 a 25 euros.