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«Ensayo»: combate a cuatro voces y un asalto

Con «La clausura del amor» todavía en la memoria, Pascal Rambert repite estructura en el escenario del Pavón Teatro Kamikaze con una obra que se centra en una discusión de amigos, con Israel Elejalde a la cabeza.
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Con «La clausura del amor» todavía en la memoria, Pascal Rambert repite estructura en el escenario del Pavón Teatro Kamikaze con una obra que se centra en una discusión de amigos, con Israel Elejalde a la cabeza.
Es imposible hablar de «Ensayo» sin acordarse, mirar o pensar en «La clausura del amor» –paseante de la Península en los últimos dos años–. Mismo autor/director (Pascal Rambert), mismo actor (Israel Elejalde), misma estructura, misma escritura –del tirón, sin signos de puntuación. «Es un texto para ser dicho, no leído», defiende–, mismo escenario en Madrid que el curso pasado –el principal de El Pavón Teatro Kamikaze, del 12 de septiembre al 8 de octubre–, con una explosión (casi) nuclear de por medio que repite, etc. Sin embargo, no esperen ver lo mismo, porque para eso se hubiera colgado el cartelón del año pasado, y no es el caso. Ahora, las dos fuerzas enfrentadas antaño –Bárbara Lennie vs. Elejalde– se han duplicado, prescindiendo de ella y dejando sitio a un cuarteto que el actor completa junto a María Morales, Jesús Noguero y Fernanda Orazi. Ya no toca que la pareja se tire los trastos a la cabeza, mejor que lo hagan todos contra todos, cuantos más mejor, en un combate a pelo en el que las palabras entrarán en sus adversarios como lo hace un cuchillo caliente en la mantequilla.
Si durante un ensayo Lennie se topaba con un Elejalde que, casi en tiempo real, tomaba la decisión de romper una relación de veinte años porque sí, aquí el detonante vuelve a ser una nimiedad. Fernanda intercepta una mirada de Jesús (su contrario) a María y ya la tenemos montada, acaba de ser consciente de que ahí hay algo más: «Sí, por supuesto, está clarísimo, está clarísimo (...) No voy a limar nada (...) Ninguno de nosotros saldrá indemne», vocifera la primera. Comienza así el monólogo que abre la tarde-noche. De Fernanda a María –actrices de la obra a ensayar–, de María a Jesús –escritor– y de Jesús a Israel –director– se irán dando paso y continuando con la norma del autor de no tocar los nombres reales de sus intérpretes porque «mi trabajo consiste en escribir para voces y cuerpos más que para personajes. Les escucho, les veo», dice el director. Fernanda es el nuevo Israel: «Da el mismo golpe que mi personaje de ‘‘Clausura’’, alguien que, ante el dolor y la necesidad de distribuir esos sentimientos que tiene, decide chocar de frente y decir ‘‘vamos a establecer una barrera y ya no se va a poder construir nada más’’. Y ese discurso va evolucionando hasta que, para mí, se va construyendo una esperanza y un canto a las nuevas generaciones de que las cosas pueden cambiar», analiza el intérprete.
Destrucción total
Aunque si en la anterior pieza de Rambert las intervenciones eran puras, dichas del tirón, en esta ocasión sí existen dos momentos –breves– en los que se interrumpen –para que luego no digan que es lo mismo–. Fernanda ya tiene la certeza de que esa traición va más allá de su propia pareja, se ha roto la «estructura», como llaman al grupo. Los cuatro amigos que –también– se habían citado para ensayar una obra implosionan y se activará una maquinaria que promete destruir los –también– veinte años que llevan unidos e investigando en aras de construir un nuevo lenguaje teatral.
Es la excusa que toma el francés para comenzar a desarrollar, desde un terreno más cercano a la poética que al diálogo dramático, temas más profundos. Lo explica el propio autor: «La estructura, bajo esa apariencia efervescente, es muy simple. Asistimos a un momento de un ensayo en el que Fernanda se da cuenta, a través de una mirada de Jesús, de que hay algo entre él y María. A partir de ahí, intento mostrar cómo dentro de esa mirada se puede establecer un mundo. Un mundo que quiero que implosione. Estamos en diferentes niveles de realidad. Tengo la impresión de que lo que llamamos verdad no se ajusta necesariamente a lo que es la realidad, sino que se ajusta mejor al interior mismo de las ficciones. Encuentro muchos más momentos de verdad en el interior de ciertos momentos de teatro, danza o literatura que en la vida en sí misma».
Para ello, el Rambert, como explica Israel Elejalde, «se apoya en Mandelshtám y en Stalin para trazar un paralelismo entre las vidas de un gran poeta y un dictador, donde se ve que ellos viven y entiende el arte y la vida unidos, recurriendo ahora a la separación de estos». «Tu biografía de Stalin», le recrimina Fernanda a Jesús en una de las constantes referencias a la Rusia de principios del XX y a Chejov –«mi guía», reconoce el director–, «un tiempo en el que existía un germen para cambiar el mundo. Fue uno de los momentos en los que parece que se pudo girar la inercia hacia un lugar con más justicia y que finalmente terminó con un gran dictador. Del intento de una renovación total al infiero absoluto», comenta el actor. Lo mismo de lo que se lamenta una estructura fracasada y arrasada –además de la ruptura del amor y de la amistad– por no haber podido construir ese nuevo lenguaje al que aspiraban y haciendo el símil con el de toda una generación que no ha logrado cambiar sus ciudades.
Aunque el fracaso no es el no haberlo conseguido, «sino haber destruido el germen el que se puede cambiar el mundo. Stalin, Lenin y el sistema soviético han hecho enterrar un germen que en su día tenía un movimiento positivo. Era un grupo de gente que se unió porque consideraba que la sociedad no era justa y que había que transformarla», puntualiza Elejalde. Veremos si en «Ensayo» se guarda una esperanza...

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