Teatro

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La amarga mueca del payaso

Luis Bermejo descubre la «majestad de hacer reír» en el Teatro Español con el monólogo de un clown antes de salir al escenario, dirigido por Fernando Soto

Luis Bermejo afronta el primer monólogo de su carrera con traje de payaso en este estreno del Español
Luis Bermejo afronta el primer monólogo de su carrera con traje de payaso en este estreno del Españollarazon

Luis Bermejo descubre la «majestad de hacer reír» en el Teatro Español con el monólogo de un clown antes de salir al escenario, dirigido por Fernando Soto

Sólo una nariz roja. A veces con eso basta para arrancar una sonrisa. Así ha sido desde la antigüedad, con niños y mayores, en la corte o en las plazas, en el circo o en el teatro, en la guerra o en los hospitales... con sus vestimentas extravagantes, maquillaje excesivo y enormes zapatos, un payaso demuestra ser un artista especial. Su imagen es la ternura, la sonrisa o, incluso, el miedo. ¿Hay alguien que no haya ido al circo de pequeño? El payaso es el máximo referente del espectáculo más popular del mundo. José Ramón Fernández, un autor muy premiado con obras como «La trilogía de la juventud», ha escrito «El minuto del payaso», un monólogo interpretado por Luis Bermejo y dirigido por Fernando Soto que ahora se estrena en el Teatro Español. En el día del «Festival de homenaje al circo», una función benéfica en la que van pasando números en un teatro, un payaso espera su turno en el foso. Van a hacer que salga al escenario por una trampilla. En la soledad de esta espera repasa y evoca momentos de su pasado y confiesa la relación con su familia así como los hechos y personas que lo marcaron en el circo donde nació. Además, ha venido un productor de la televisión que le propone hacer su número, todos los días el mismo, a la una de la mañana, en un «late show». Un minuto.

«No es la primera vez que escribo un monólogo, pero creo que es más difícil sostenerlo en el escenario que escribirlo», afirma José Ramón Fernández. «Su mayor dificultad es decidir quién es el interlocutor. En unos momentos es el público y en otros habla con él mismo. Está solo y puede permitirse decir lo que no diría a otro en voz alta y en ese desahogo va expresando sus miedos, afanes, rabia, anhelos... como persona y como artista. En ese tiempo de espera recorre su vida, cómo llega a ser payaso contra su voluntad –él aspiraba a domador de elefantes– y cómo descubre la majestad de hacer reír a la gente». Un homenaje a todos los payasos, sean de circo o de teatro. «Él conoce la tradición y su variedad. Aquí hay dos figuras esenciales, el “blanco”, que es el serio, el elegante, el que da las tortas, y el “augusto”, que es quien las recibe. Amaro –nuestro protagonista– viene de familia de caras blancas, pero se pasa a los otros al ver a Miliki en la tele. Jugamos con la nariz roja que consigue que un niño se ría». Desde el foso, «además de recorrer su niñez y su vida, se queja y reflexiona como cualquier persona sobre lo que está pasando, las noticias que oímos a diario, e interactúa con el público. Luis se mete a fondo en el papel con libertad para hacer en cada momento. Como clown extraordinario que es, lleva al público adonde quiere», dice el autor.

- Lo emocional ante todo

«Se le relaciona con lo emocional: risas, lágrimas, ternura... –prosigue–. El payaso es la poesía. Uno de nuestros referentes han sido los de Fellini, que los muestra como seres especiales, mágicos. Amaro saca su rabia, su miedo y su perplejidad porque le piden qué puede hacer por demás. Y lo más nobles que puede conseguir es hacer reír durante dos minutos. Él tiene esa grandeza, es un ángel en el escenario. La soledad del payaso es como la de cualquier otro artista. Viaja y viaja sin una vida tranquila y siempre a las siete de la tarde, pase lo que pase, tiene que estar estupendo y hacer reír aunque esté destrozado. Por eso yo considero que los actores son seres de otro planeta, aunque el sitio sea horroroso, pueden hacerte soñar, hacen de lugares feos un paraíso y cuando ya no están, nadie se acuerda de ellos. Pero también pueden ser tenebrosos, dar miedo. Amaro confiesa que de pequeño le daban miedo los payasos. Su padre, payaso, le daba miedo».

No hay moraleja: «No pretendo cambiar a la gente –reflexiona Fernández–. El público ríe y se olvida de problemas. Al salir vuelve a ellos, pero quizá se lleve algún interrogante. El objetivo es divertirse y disfrutar, pero pueden encontrarse una lucecita para mirar las cosas distinto. El humor ayuda a entender con más lucidez. Un chiste puede aclararte más la realidad que un editorial de dos páginas».

Para Luis Bermejo es su primer monólogo. «Y confieso que me asustaba estar vivo tanto tiempo, pero me ha ayudado el haberla ido construyendo entre los tres –autor, director y actor–. Todos hemos colaborado en proponer y cambiar cosas y esto me da mucha libertad para improvisar cada día pequeños aspectos que hacen diferente la función», comenta. «La exigencia es alta, hay que estar irradiando permanentemente y abierto a las pequeñas variaciones, intentando provocar esa risa catártica que te defiende del miedo. Me gusta que sea un proceso de creación abierto, tener la libertad en el escenario para crear el discurso del clown partiendo de su personaje. A esto ayuda mucho –añade– este lujo de texto que homenajea y dignifica a todos los payasos del mundo. Un texto poético y realista a la vez, puesto al día pero con un punto lírico. El payaso tiene momentos épicos y quijotescos, quiere cambiar el mundo desde la risa, con sus gestos solidarios, en guerras, con niños enfermos... Lo suyo es un viaje a la alegría y la felicidad a pesar de los momentos duros de la vida, apela a la risa y a la música, que son un buen acompañamiento. Su mensaje es siempre optimista y vitalista. Como dice Amaro –concluye-: “Aquí huele fatal, pero tú hueles a gloria”».

De Charlie Rivel a la familia Aragón

«El minuto del payaso» está dedicado a todos los del mundo, aunque sus autores lo hayan personalizado en algunos como Charlie Rivel, uno de los más famosos de la historia del circo. Fue estrella del Circo Price y en el 71, Fellini le rindió homenaje incluyéndolo en su película «Clowns». O Tortell Poltrona, uno pionero europeo en la renovación del payaso. Carismático y tierno, poético y contundente. Un provocador de sensaciones. Fue Premio Nacional de Circo en 2013 y forma parte de ONG «Payasos sin fronteras», al igual que Pepe Viyuela: «Jodeeer», conocido por el famoso número en el que se ve atrapado por una silla plegable. Y qué decir de Pompoff, Thedy y Emig, antecesores de «Los payasos de la tele» y el Zampabollos, la gran familia Aragón.

- Dónde: Teatro Español (calle del Príncipe, 25. Madrid)

- Cuándo: del 16 de septiembre al 11 de octubre

- Cuánto: 13,50 euros.