«La orestíada» (***): Traiciones, engaños, venganzas... ¡Puro teatro!
José Carlos Plaza ha sido el encargado de abrir la 63ª edición del Festival de Mérida con la puesta en escena de la «Orestíada», la trilogía de Esquilo.
Autor: Esquilo. Director: José Carlos Plaza. Intérpretes: Roberto Álvarez, Alberto Berzal, Ana Wagener, María Isasi, Amaia Salamanca... Festival de Mérida. Hasta el domingo.
José Carlos Plaza ha sido el encargado de abrir la 63ª edición del Festival de Mérida con la puesta en escena de la «Orestíada», la trilogía de Esquilo que cuenta, en forma dramática un tanto intrincada, las cruentas relaciones entre algunos de los miembros más conocidos del linaje de los Átridas: Agamenón, con su esposa Clitemnestra, y sus hijos Orestes, Electra e Ifigenia. Sin dejar de abordar con rigor los consabidos temas de justicia y venganza como pilares fundamentales en los que se han basado tradicionalmente las lecturas de la obra, Luis García Montero ha querido de manera muy pertinente en su versión destacar también otros conceptos adyacentes como la paz («Nadie puede devolverle la vida a un hombre...») y la naturaleza iterativa de los actos humanos más reprobables («Mediante un engaño matamos; mediante un engaño moriremos»), y ha sabido expresarlos con gran belleza en un texto al que , sin embargo, cabría señalar dos pequeñas objeciones, una en la forma y otra en el fondo. En primer lugar, y esto es bastante paradójico por ser García Montero uno de nuestros mejores poetas vivos, la versión pierde parte de su garra lírica precisamente en los parlamentos del coro, lo cual se debe a la forzada disposición de sus intervenciones: la fragmentación del discurso es excesiva en ocasiones, y su resonancia termina por convertirse casi en una cantinela monótona. En segundo lugar, aunque están insertadas en el texto con suma elegancia, algunas ideas se repiten más de lo apropiado sin tener quizá en cuenta que tocarían más profundamente el intelecto y el corazón del espectador si éste las hubiera inferido por sí mismo del propio conflicto sin necesidad de que se las den tan mascaditas. Pese a ello, es indudable que el trabajo de depuración literaria que hizo el escritor granadino con el original ha sido soberbio; y ese trabajo ha dado hermosísimos frutos en algunas frases que, engalanadas de poesía, suenan mucho mejor que en las traducciones más conocidas de Esquilo («Dejemos que cada aurora ilumine la oscuridad de su noche», etc.). A todo este material poético le ha dado Plaza sobre el escenario la conveniente pátina de épica para que la acción discurra firme e infalible en la dirección que los propios personajes marcan con sus actos, con su mero juego dramático, atrapando con eficacia la atención del público hacia un argumento que puede presentar ciertas complicaciones iniciales para los menos avezados en los mitos griegos, pero que está inteligentemente presentado para que toda su emoción trágica vaya calando de menos a más hasta el desenlace. En el reparto destacan la estupenda Ana Wagener en el papel de Clitemnestra, convertida prácticamente en protagonista, y Juan Fernández, con gran peso en toda la primera parte, en el papel del Anciano. Es obligatorio hablar de Amaia Salamanca por las suspicacias que se habían generado en torno a los méritos que podía tener o no tener para subirse al Teatro Romano, a las cuales ha respondido con un trabajo mucho más correcto de lo que a algunos maliciosos les hubiese gustado.