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Luján Argüelles: «Las “divas por derecho” son seres maravillosos»

De ser uno de los rostros más conocidos de la televisión ha pasado a producir e interpretar un obra de teatro: «Los pijos también lloran- Revolution».
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De ser uno de los rostros más conocidos de la televisión ha pasado a producir e interpretar un obra de teatro: «Los pijos también lloran- Revolution».
Cuando se describe a una muchacha rubia, de ojos azules y sonrisa infinita, inmediatamente se piensa en el estereotipo de chica de aspecto angelical que aparece en tantas películas. La Sandy de «Grease», por ejemplo. Pero además de que, hasta aquella jovencita a la que encarnó Olivia Newton John junto a John Travolta llevaba dentro una mujer capaz de enfundarse en cuero negro, es que la rubia de ojos azules a la que hoy me refiero tiene aspecto de muchas cosas... pero no de angelical. Su mirada es traviesa, su sonrisa perversa y su discurso tan irónico y divertido que, aunque se enfunde tantas veces en esos conjuntos sorprendentes de falda de vuelo, camisita de cuello redondo y collar de perlas de los años 50, con los que aparece en sus programas de televisión, se nota que es una mujer del siglo XXI que tiene poco de Cenicienta que busque príncipe, por más que se suba a tacones de 15 centímetros (su único libro publicado en Martínez Roca, se titula precisamente así: «Cenicienta llevaba tacones de 15 centímetros».
Atreverse a todo
Luján Argüelles es distinta y única. Y tal vez por eso se atreve casi con cualquier cosa. Ahora, incluso con una obra de teatro, «Los pijos también lloran-Revolution», que produce e interpreta sobre las tablas del Teatro Reina Victoria de Madrid. Pero ¿quiénes son los pijos? ¿Cómo se les reconoce? ¿Lo es la propia Luján? «La verdad es que no tengo ni idea –dice–. Supongo que, como comentamos en la obra, se les reconoce por su soniquete especial a la hora de hablar y su gusto enfermizo por las marcas. Yo no me veo pija, pero a veces no se corresponde cómo te ves a cómo te percibe la gente... El que lo es sobre el escenario es mi compañero, Fernando Candela. En nuestro día a día es un gran tipo, divertidísimo y un profesional al margen de las etiquetas, aunque... un poco pijo sí que es, ¿eh? (risas)». Es que algo hay de ambos en los personajes que representan en el teatro. Son ellos, corregidos y aumentados, pero ellos al fin y al cabo. Y yo me pregunto, ¿por qué una chica que toca el piano, trabaja en la radio y en la tele con éxito e incluso escribe novelas de éxito, se mete a actriz y encima arriesga su dinero en la producción de la obra que interpreta? «Pues por vocación, por diversión, por reinventarme, por amistad con Fernando, por sentir al público más cerca, por muchas cosas. Aunque yo creía que esto se parecía más a lo que había hecho hasta ahora y es muy distinto. En la radio trabajas con la improvisación constante y en la tele muchas veces también, pero en el teatro eso no es posible porque estás sujeto a un guión y a una trama. Por otro lado, el público va marcando constantemente el ritmo. Se ríen, no se ríen, se ríen, no se ríen..., y eso te pone a mil».
Es que el público, digo yo, puede hacer llorar a los pijos; aunque «las penas con pan son menos», dice el refrán, y los pijos suelen tener pan... «Hombre, dicen que las penas con pan son menos, pero yo creo que las emociones, los estados de ánimo –incluida la tristeza–, son patrimonio de la humanidad y nos acompañan a todos». Ver la fragilidad de los pijos es uno de los alicientes de la obra, aunque también comprobar el desconocimiento del inglés de la propia Luján cuando le canta una canción a Adele por teléfono. Los momentos de diversión están garantizados y la risa asegurada, pero la obra además tiene mensaje, una especie de moraleja en un cambio de época que requiere imaginación para descubrir y para triunfar. «Así es. Vivimos en un momento en el que todos hemos tenido que reinventarnos y adaptarnos a una situación difícil y adversa. Pero la vida debe ser así. Un cambio y una superación constante». El personaje de Luján es el de una diva televisiva. Porque las divas proliferan en todas partes. Y más todavía las que intentan serlo aunque no les corresponda. «En la tele hay de todo como en todas las profesiones. Además yo soy de las que creo que las “divas por derecho” son seres maravillosos. Para mí una diva o un divo es aquel que está por encima de lo común, es un ser diferente, especial, mágico, con una capacidad que te sorprende. Esos divos me fascinan y me encantan. El problema está cuando alguien se atribuye una condición que no tiene. Pero incluso esos me resultan graciosísimos. De ahí el personaje de la obra, que resulta insoportable, pero a la vez es muy cómico e incluso entrañable».
Es curioso que en la obra, más que criticar, despellejan el mundo de la tele, las luchas entre presentadores, e incluso llegan a mencionar a algunos. Le digo a Luján que les van a dar a ellos... «La crítica edificante es un regalo. Y la crítica por deporte existe, pero no debe alterar ni desviar tu atención. Nosotros planteamos al público una situación surrealista y extremada para reírnos un rato de todo y de todos –los primeros nosotros–. Nadie se siente aludido porque la mayor crítica y la verdadera parodia se hace sobre los propios personajes protagonistas –Fernando y yo–. Vamos, que los únicos que salimos mal parados somos nosotros». Sé que a Luján le apasiona su trabajo y le divierte intentarlo todo, pero también que lo que más concentrada la tiene es su familia y supongo que es ahí donde encuentra su siguiente reto... «Bueno, mi siguiente reto profesional es seguir disfrutando con lo que hago y personalmente es ir ayudando a mi hija a encontrar su camino». No es poco...

Personal e intransferible

Luján Argüelles nació en Salas (Asturias) en 1977. Está «comprometida» y tiene una hija. Se siente orgullosa «de mi familia». No se arrepiente de nada: «A lo hecho, pecho». Perdona «casi todo», olvida «casi todo». Le hace reír «su hija» y llorar «muchas cosas, soy un poco pupas». A una isla desierta se llevaría a su niña. Le gusta comer y beber «un platito de jamón y un vino». No tiene sueños que se le repitan, ni manías que recuerde, ni vicios que pueda confesar. De mayor le gustaría ser «una buena madre» y si volviera a nacer sería «lo mismo. Estoy feliz con mi camino».