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Mauricio Kartun: «el humor es lo último que se pierde»

larazon

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Caín: «Posesión»; Abel: «Nada». Son los significados literales –en hebreo antiguo– de una de las parejas de hermanos más famosos de la Historia. Así lo leyó Mauricio Kartun (San Martín, 1946) en «Los mitos hebreos», de Robert Graves (Wimbledon, Reino Unido, 1895-Deyá, 1985). «Son la dialéctica entre el que guarda y el que disfruta», apunta el dramaturgo argentino de un enfrentamiento que pone en escena que, dice, no es un aprovechamiento estratégico del mito, sino «el simple desarrollo del mismo». Llega ahora a Madrid por primera vez con esta función que ya ha completado cuatro temporadas en su país de origen y que aporta una relectura de la historia: Caín es un pujante productor celoso de sus bienes y Abel un trabajador feliz de su libertad. Entre medias, su abuelo, un bufón que se irá transformando a lo largo de la obra.
–Es una pieza que surge por casualidad, de la vida misma.
–Como siempre, en estos procesos nuestros de lo azaroso y de los cruces insospechados, hace muchos años observé a dos hermanos que vendían carnada de pesca junto a una laguna y, vaya usted a saber por qué, me los imaginé enemistados. Entonces empecé a pensar en una obra que los reuniera, en un terreno heredado y sin hablarse.
–Y llegó a la Biblia y a «Los mitos hebreos», de Graves.
–Sí, en este autor encontré los primeros indicios y de ahí seguí el rastro de otras biografías y comenzó el descubrimiento que supone la investigación de una función. El proceso es tan placentero como la escritura misma. Uno se va encontrando con cosas y recibiendo esa sensación de arqueólogo en el sentido más literal del trabajo de campo de hacer «posos» en la tierra. Rascando en la historia, y dando con aspectos insospechados como el origen del propio mito de Caín y Abel, que no es más que el enfrentamiento de dos arquetipos: el nómada y el sedentario.
–Unos inicios que acaban llegando hasta la privatización.
–Lo curioso del asunto desarrollado por las leyendas hebreas pre y post bíblicas es que todas los ubican en un mismo lugar: Caín nace en un territorio de enorme libertad, el paraíso, en el que salvo algunos lugares limitados, todo era opulencia primitiva y estaba para ser tomado, para cumplir el deseo. Caín es aquel que en la historia se dedica a privatizar. El que toma lo que estaba disponible y libre y decide transformarlo en una propiedad no pública. Y es este acto el que constituye la esencia de ese mito que, como hemos podido comprobar, es el que se repite a través de los siglos.
–Tenemos así un origen de la historia más patronal que fraternal.
–No deja de ser la vieja pelea entre hermanos que existe en el mundo desde que lo conocemos como tal. Es fácil ver esa lucha entre el que acumula y el que no guarda, el que simplemente disfruta de lo cotidiano, está presente en cada uno de los sistemas que han dominado al mundo.
–Entra en la crítica al hombre como principal culpable del fin del planeta.
–Tengo una cierta desazón cuando me doy cuenta de que a nuestra generación nos ha tocado el triste lugar de ser la primera que comprende que la Tierra está en destrucción. Hay indicios claros de que hemos jodido al planeta. Hasta ahora se podía seguir pensando en la idea de que el hombre no puede con la naturaleza, pero descubrimos que estamos atentando contra ella y cuando miramos al futuro vemos que, en esta proporción, si no nos detenemos el mundo no duraría demasiado. Y, sin ponerme tremendista, se habla del agotamiento de recursos en dos o tres siglos. Tenemos, por un lado, un lugar privilegiado y, por otro, uno siniestro. Debemos tomar decisiones.
–En esto es norma culpar a los dirigentes y no ponernos ni rojos de vergüenza al pensar que la culpa también es nuestra.
–Porque vivimos en una zona de egoísmo horroroso en el cual los pocos años de vida que tenemos se transforman en algo más importante que la vida de nuestros propios hijos y nietos. Ésa es la evidencia del horror. No hablamos de que el mundo se va a destruir en una época en la que no quede nada de nosotros. No, estarán nuestras generaciones, que seguirán vivas cuando exista ya una zona más angustiosa de destrucción. Y de eso habla la obra.
–Sin perder el «humor borroso», como lo define.
–Es lo último que se pierde. Nunca he encontrado otra manera de hacer teatro que no sea a través de las energías del humor, uno de los procedimientos poéticos más poderosos. A veces se le ataca desde las tribus solemnes, desde los defensores de la seriedad a ultranza. Supongo que por la condición de lo cómico de ser un poder subversivo en su sentido mas literal: dar la vuelta a las idea de una manera franca, clara y popular.