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"Proyecto 43-2": El paso hacia la reconstrucción vasca

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Autores: M. San Miguel y J. Provencio. Directores: X. Rodríguez y M. San Miguel. Intérpretes: A. Herrero, N. Láiz, A. Mendiguchía, P. Rodríguez y M. San Miguel. Teatro de La Abadía, Madrid. Hasta el 22 de marzo.
Cada vez son más, y mejor entendidos por el público en general, los creadores que abordan sin miedo el tema del terrorismo vasco en sus obras. Algo debe de estar cambiando para bien en la sociedad, o algo se debe de estar normalizando al menos. Solo dos meses después de que el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra estrenase en el Español una fantástica secuela de su exitosa obra «Los Gondra», llega ahora a La Abadía otro trabajo –impulsado en este caso por María San Miguel– de plausible honestidad artística y de larguísimo aliento –nada menos que una trilogía– que también gira, aunque aquí en clave documental, en torno a las secuelas que ha dejado ETA en Euskadi y en el resto de España, y que también ahonda en el lado más humano y menos «político» de este aciago episodio de nuestra historia. Aunque formalmente toma la apariencia de una ficción al uso, «Proyecto 43-2», la primera entrega de esta trilogía en la que la compañía ha trabajado durante una década, está basada en testimonios reales extraídos de abundantes entrevistas a víctimas del terrorismo, disidentes, mediadores, etc. Julio Provencio y María San Miguel –quien a su vez codirige la función con Xiqui Rodríguez– firman la dramaturgia de una obra bien construida argumentalmente en la que la atmósfera, impregnada de silencios y de una acendrada melancolía, juega un papel determinante para entender el velado mundo emocional de unos seres transidos por la tragedia que tratan de salir adelante como pueden. Un hombre cuyo padre fue asesinado por ETA regresa a su casa familiar en Euskadi después de una larga y voluntaria ausencia. Allí lo esperan su madre y su hermana. Esta última conserva la esperanza de que su novio, ahora más distanciado de la izquierda abertzale a la que presumiblemente estuvo unido, pueda reencontrarse con el recién llegado, de quien años atrás fue íntimo amigo. Pero las heridas son muy profundas y la reconciliación es difícil. Con la cocina como telón de fondo –los actores incluso cocinan un marmitaco durante la representación–, la trama discurre con una deliberada laxitud que sirve bien para remarcar el cansancio vital de los personajes, aunque ciertas escenas hubiesen agradecido un poco más de vigor dramático que rompiese el monocorde ritmo. Afortunadamente, sí tiene ese vigor y esa energía la espléndida escena del reencuentro final con su reiterativo diálogo, que funciona como perfecta metáfora de dos mundos enfrentados que buscan, una y otra vez, una aproximación bajo un paradigma nuevo.

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