Ron Lalá: ¿Quién ha matado al teatro?
La disparatada compañía hace un homenaje al género negro con «Crimen y telón», una distopía en la que deben resolver el asesinato de la escena
La disparatada compañía hace un homenaje al género negro con «Crimen y telón», una distopía en la que deben resolver el asesinato de la escena.
Hablar de un nuevo espectáculo de teatro en el que se juntan referencias, guiños e influencias a priori tan dispares como los de Poe, Calderón, Phillip K. Dick, Eurípides, Raymond Chandler, Shakespeare, Aldous Huxley, Pirandello, Conan Doyle, Plauto, Agatha Christie, Arquímedes y Samuel Beckett es casi estar insinuando ya a Ron Lalá como artífice del montaje. Solo una compañía así de ingeniosa y disparatada se atrevería con este maremágnum al que han titulado «Crimen y telón». Obra que rinde un claro homenaje al género negro, pues el argumento gira en torno a la resolución de un caso de asesinato; que se adentra en los terrenos de la ciencia ficción, porque la trama se desarrolla en un futuro distópico; y que repasa, además, la historia del arte dramático desde su existencia, ya que el muerto sobre el que hay que investigar es precisamente... el Teatro. Casi nada. «Es una distopía en la que los teatreros y los músicos se han convertido en algo similar a los gánsteres y hampones de los tiempos de la Ley Seca», afirma Álvaro Tato, miembro de Ron Lalá y autor del texto.
Noir (Juan Cañas) es el detective que habrá de encontrar al asesino del Teatro en una oscura época, la del año 2037, en la que las artes han sido prohibidas y el mundo, que ahora se llama Ciudad Tierra, está dominado por la inteligencia artificial y su ejército de drones. Los personajes que acompañan en el espectáculo a este escéptico investigador, cuya relación con la Poesía es tan tortuosa como podría ser la de un Philip Marlowe –quien también sentía predilección por la lírica– con cualquier «femme fatale», son tan singulares como el propio protagonista: entre otros, el teniente Blanco (Íñigo Echevarría), uno de los hombres fuertes de la Agencia Anti Arte; Comedio (Miguel Magdalena) y Tragedio (Álvaro Tato), dos hermanos al servicio del teniente que se odian y se necesitan; el fallecido Teatro (Daniel Rovalher), o la mencionada Poesía, que, como la imaginaria Dulcinea de Don Quijote, no aparecerá nunca de forma corpórea. «Es verdad que parece muy barroco y complejo –confirma Tato–, pero creemos, o así lo esperamos, que el público lo va a entender todo de una manera muy sencilla y divertida, y que va a disfrutar de la trama como se disfruta de las grandes novelas negras, que siempre están llenas de crímenes, pistas falsas, callejones sin salida, dobles sentidos...».
Locura con estilo propio
En definitiva, una locura al más puro estilo «ronlalero» que abre dos sendas distintas, en su nivel más profundo, para hacer discurrir la propuesta: por un lado, la obra trata, como se ha dicho, de homenajear tanto al género negro –bien literario, bien cinematográfico– como al teatro en general, con sus diferentes manifestaciones, momentos históricos, corrientes y autores; por otro lado, hay también en «Crimen y telón» una mirada crítica, expresada con la habitual ironía de Ron Lalá, sobre la situación de las artes y de la cultura en la sociedad actual. «Quizá sea una especie de advertencia en clave de humor sobre lo que nos puede ocurrir si seguimos por este camino de corrección política –explica Yayo Cáceres, director–. Es, más que una crítica, un intento de poner un espejo a la sociedad, como hacía Cervantes, para que se vea reflejada, y para decirle a esa sociedad: cuidado con esto, que no nos acabe pasando lo mismo y terminemos en una sociedad distópica donde las artes estén prohibidas y donde no se pueda decir nada porque siempre hay alguien que es susceptible de ser ofendido. Pero no tratamos de tomar partido. Creemos que el teatro, como el periodismo, es un espacio para generar preguntas, no para tomar partido. En el momento en que esto se vuelve un panfleto, creo que has perdido la batalla». «Es inevitable que, en una obra así, nos permitamos hablar de temas candentes –añade Tato–. Sí hay cierta denuncia de cómo se vive y se gestionan la cultura y el arte; pero no solo por parte del Estado y de las instituciones, sino también por parte de la gente, del usuario, y por supuesto de los artistas. Simplemente miramos a nuestro alrededor con ironía, y siempre lo hacemos riéndonos primero de nosotros mismos». Y va más allá el director: «Esta compañía se mantiene a salvo por el humor interno. Creo hemos sobrevivido todos estos años precisamente a fuerza de descojonarnos todos de todos».
Ya sea una advertencia, una crítica o una parodia, lo cierto es que ese espíritu más burlón de la obra se manifiesta especialmente sobre el escenario en esa parte musical, siempre fundamental en los trabajos de Ron Lalá, que, en esta ocasión, sin renunciar a su habitual eclecticismo, encontrará en el jazz un natural aliado. «Hay unos músicos callejeros, que están atravesando la acción y que funcionan como una especie de Robin Hood en ese futuro distópico. Ellos dicen cosas en sus canciones que más o menos pueden coincidir con lo que nosotros pensamos –corrobora Tato entre risas–. Pero en ningún caso intentamos convertir el teatro en un púlpito, sino en un lugar colectivo de fiesta. Queremos que el público salga de aquí habiendo reído mucho, y llevándose muchas preguntas».