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«Scratch»: esto no es Disneyland

Javier Lara muestra de nuevo la historia de su familia al espectador; esta vez, la de su hermano, apuñalado en Londres.
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Javier Lara muestra de nuevo la historia de su familia al espectador; esta vez, la de su hermano, apuñalado en Londres.
Javier Lara sabía que su hermano no estaba bien, «pero no tomas conciencia hasta que no lo ves en directo. Puedes intuir que está yendo por un camino que no te gusta, aunque no haces nada porque tu propia rutina te lleva por otro lado», explica del viaje que le puso de nuevo frente a Antonio Carlos, su hermano menor. Este vivía al límite. Dentro de una huida constante en la que todo se repetía en bucle y que le había escupido en Londres, a demasiados kilómetros de su casa como para controlarle. Así que allí terminaría de perderse; consumido por las drogas, se iría haciendo cada vez más pequeño hasta que una noche la muerte lo miró a los ojos, siete puñaladas mediante. Después de una fiesta le asaltaron y «estuvo a punto de fallecer», cuenta Lara. Sin embargo, no era su momento, sino todo lo contrario, fue el punto de inflexión en su vida. Ese tren que dicen que solo para una vez para algunos, o ninguna para otros. Entonces, a Inglaterra que viajó Javier Lara, a espaldas de sus padres –con los que ya no se hablaba el protagonista del drama–, para comprobar el estado de su hermano: «Sentí un poco de responsabilidad por el deber de haberlo protegido. Lo había abandonado lo suficiente como para que le pasara todo eso. Aunque en realidad no era más que un sentimiento irracional porque no era algo que estuviera en mis manos», recuerda hoy.
De toda esa experiencia, de la total desconexión de su pariente, nació «Scratch, cosmogonía para dos hermanos», una pieza que estrenó hace dos años en el Festival Fringe y que hoy y mañana llega al Corral de Alcalá en una versión diferente a la de entonces. Las puñaladas se convierten en el punto de partida de una función que se traslada a un «limbo temporal», explica, en el que «pasado, presente y futuro es lo mismo. Como cuando te vas a morir y toda tu vida pasa por tu cabeza sin orden ni concierto». Comienza así la historia de un chico solo y herido en mitad de Londres. Desde que le asaltan hasta que vuelve en sí. «Un viaje que es casi como caer por el agujero de “Alicia en el país de las Maravillas”, en el que hay momentos de su pasado que vuelven y en el que aparece una especie de búsqueda del sentido de la vida y la muerte», explica el protagonista del montaje, Fernando Delgado-Hierro.
Consejos a un moribundo
Ochenta minutos de delirios en los que Javier Lara –además de firmar la autoría de un texto que dirigen Carlos Aladro, Carlota Gaviño e Iñigo Rodríguez-Claro– se convierte en los distintos «Pepito Grillo» de su hermano, diferentes personajes que van aconsejando, con más o menos acierto, al moribundo sobre qué camino tomar. Algunos mensajes le aferran a la vida, otros no. Porque «Scratch» es precisamente la crítica de esos cuentos o personas que dictan sentencia, que dicen cuál es el rumbo correcto y cuál no. «El hermano mayor trasmuta en un montón de personajes que se pasan todo el rato advirtiéndole, intentando llevarle por donde ellos quieren». Hasta que el protagonista se rebela y dice que la vida es suya y que tiene que vivirla como a él le apetezca.
De nada le sirven los consejos de la gente: «La posición paternalista no le ayuda», cuenta Lara. Como esos cuentos de Disney que nos vendieron un mundo perfecto y pautado. «Al hablar con mi hermano me di cuenta de que muchos de los recuerdos que tenemos de pequeños nos trasladan a Disney, por eso tiene algo de “Dumbo” cuando se emborracha, de “Pinocho”, de “Alicia...”, pero está en la pieza porque también es una crítica a ese mundo y lo que tiene de paternalista. Todos los cuentos son muy moralistas: “Si haces esto te pasará aquello...”», en palabras de Javier Lara. Ese punto entre «lo sórdido y la niñez» –define Delgado-Hierro–, entre un ser infantil, que necesita que lo protejan, y adolescente, cuando la autodestrucción te hace enfrentarte a todo, aunque la soledad y la muerte sean el castigo. «Por eso aquí queremos romper con la norma y decir que no existe una moralidad que te lleve por el camino bueno, sino que cada uno descubre el suyo propio. Los cuentos morales qué me tienen que decir lo que debo hacer. Igual hay otra posibilidad tan válida como la de las historias moralistas. Ni todos estamos en la misma situación ni tenemos que acabar igual», argumenta Lara de un universo construido del mismo modo que Bansky fabricó «Dismaland», su propia visión lúgubre y decadente de Disney. «Hay una reflexión importante en torno a la educación y la búsqueda del sentido propios de la vida de cada uno en ese periodo del cambio de la adolescencia a la edad adulta», explica un Delgado-Hierro que se ha metido directamente en la familia de Javier Lara: «Es algo muy personal, muy íntimo, introducirte en una trama así».
Pero, ¿qué opinan los Lara de esta puesta en escena de su propio recorrido familiar? «Depende a quién le preguntes. Los hay que están más o menos de acuerdo. Los hay que tienen reticencias sobre que yo hable de ello, pero, en particular, mi hermano no tuvo ningún problema: “Habla de mí y de mi muerte lo que quieras”. Eso sí, una vez que la vio me dijo: “Esto no es lo que me pasó, sino lo que tú ves”. Al final todo se ficciona y se convierte en una obra de teatro», recuerda Lara de una función que no es ni un «biopic» ni un documental, «simplemente se parten de unos hechos reales para construir una obra que trasciende al lado personal», termina el autor de la que es la segunda pieza de una trilogía inspirada en los tres hermanos Lara.

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