Una isla en el océano
«La tempestad». Autor: W. Shakespeare. Dirección y adaptación: S. Peris-Mencheta. Reparto: V. Dupla, Q. Fernández, A. Galeano, P. Lorente, X. Murúa, A. Sasián, E. Ruiz, J. Tolosa.Teatro Galileo. Madrid.
«La tempestad» fue una de las últimas obras de Shakespeare, lo que marca su tono oscuro, pese a tratarse de una comedia, y su mirada al poder y la ambición, predispuesta al perdón. Es una obra extraña que escapa a toda clasificación. Al menos, hasta que llega un «joven» actor y director para recordarnos que a veces las cosas son más sencillas de lo que parecen y que, como cantaba John Lennon, no hay problemas, sólo soluciones. «La tempestad» que firma Sergio Peris-Mencheta corrobora la presencia de un director con un mundo propio y una mirada fascinante al que no ha abandonado el niño interior, ese tan necesario para entender el teatro como un hecho lúdico.
Desde que arranca este montaje, uno de las más sorprendentes e imaginativos vistos en Madrid en los últimos años –y sin duda la mejor «Tempestad», con permiso de la deliciosa propuesta para tres actores de los portugueses Chapitô–, se mezclan lenguajes y planos y lo metateatral se impone a la fidelidad: durante diez minutos contemplamos un ensayo, divertido y cercano, de un estreno aún crudo a cargo de una compañía con tanta pasión como escasos medios. Poco a poco, los actores ficticios se adentran en la historia del mago y duque exiliado Próspero, en su isla de espíritus y criaturas deformes, sin abandonar en toda la obra la idea del teatro dentro del teatro.
La isla de Peris-Mencheta es un paraje de olores y sonidos, un cuento con aroma a incienso, cantos de aves y arena bajo la luna llena; un libro «pop-up» en el que una escalera se convierte en barco o en árbol, y un cubo de agua sirve de galerna, y en el que ocho actores en pleno torbellino interpretativo se desdoblan, desde la Miranda con pavazo adolescente –redondo Quique Fernández–, al monstruoso Calibán, un bicho algo «gollumesco» que clava en un derroche físico y gestual Javier Tolosa, que e stambién el regio Alonso con un golpe de vestuario y otro de chepa... El trío de músicos, Antonio Galeano, Pepe Lorente y Eduardo Ruiz, además de amenizar con pop creativo da vida a un burlón Ariel, aquí espíritu trino; y Trínculo y Sebastian, estupendos Xavier Murúa y Agustín Sasián, se vuelven el Ferdinand, Adrian Sebastian. Algunos incluso hacen triplete: el director teatral de Víctor Dupla pasa a ser el temible Próspero y el traicionero Antonio.
Estaría bien que este tipo de montajes no fueran una isla solitaria sino un archipiélago numeroso en la calma chicha de nuestro océano teatral.