Thyssen contra Thatcher: Los esfuerzos de la Dama de Hierro por «robar» la colección a España
La mandataria británica hizo todo lo posible para que la colección del barón se quedara en suelo británico, según desvelan ciertos documentos desclasificados del Archivo Nacional de Reino Unido.
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Quien iba a decir a la baronesa Thyssen que sus perros conseguirían más fama incluso que los de la propia soberana Isabel II. Al menos por un día, el mismo en el que ha salido a la luz la razón principal por la que la colección de su marido, el barón Thyssen, acabó finalmente en España y no el Reino Unido. Los nuevos documentos desclasificados por el Archivo Nacional de Reino Unido y examinados por la revista «The Art Newspaper» no tienen desperdicio. Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza hizo saber a finales de los años 80 que deseaba encontrar un nuevo hogar para la que en ese momento se consideraba la mejor colección privada del mundo y que hoy sigue siendo una de las más importantes del planeta sin lugar a dudas. En concreto 1.365 obras maestras que incluyen a Van Gogh, Monet y Caravaggio, entre otros maestros, valoradas en 1.2 mil millones de dólares por Sotheby’s (una cifra astronómica) y que habían sido adquiridas por su padre, un industrial de origen alemán.
El 7 de abril de 1988 el Gobierno español dijo que había llegado un acuerdo preliminar para que las obras se quedaran en suelo español. Sin embargo, Peter Smithers, un diplomático británico, se apresuró a señalar que el anuncio era «un último esfuerzo desesperado de la baronesa Thyssen para asustarnos y evitar que Reino Unido realizara una oferta». El mismísimo Robin Butler, secretario del gabinete de Margaret Thatcher y más tarde Lord Butler de Brockwell, fue enviado a casa del barón en Lugano el 21 de mayo de ese mismo año. Hasta Villa Favorita le condujo un avión. Su misión era clara y no podía volver sin resultados, pero las cosas se torcieron. La baronesa (a quien los consejeros de la mandataria conocían como «la quinta edición» porque era la quinta esposa del barón) excusó su presencia en la reunión ya que su perro favorito estaba enfermo. La mascota, de hecho, murió a los pocos días.
La Thyssen Gallery
Lord Butler ofreció en aquella reunión una nada desdeñable cantidad y fijó las condiciones en que se produciría el acuerdo si finalmente se quedaban los cuadros en suelo inglés: 120 millones de libras por las pinturas, 48 millones para el museo, que se construiría en Canary Wharf, al este de Londres, y 4 millones de libras al año por los costes de mantenimiento. Todo estaba dispuesto para que la Thyssen Gallery, que así se llamaría, se asentara en suelo inglés, pero las negociaciones finalmente no prosperaron a pesar de los esfuerzos denodados por Thatcher y su equipo de asesores. La baronesa y su pequeño perrito las dinamitaron. De todos es sabido que Margaret Thatcher no sentía precisamente pasión por el mundo del arte, aunque había sabido ver en esa colección una oportunidad de oro para poner un broche a las celebraciones del milenio. Podría tener a la mano un ramillete de los más grandes maestros de la historia de la pintura.
La Dama de Hierro estaba altamente interesada en la historia y Butler le dijo que el barón estaba «muy impresionado» con la oferta, pero que lamentablemente no había podido conocer a su esposa. «Llegué incluso a pensar que la enfermedad del perro podría haber sido una excusa de índole diplomática, pero supe más tarde que el animal había muerto al poco tiempo. En cualquier caso, la baronesa estaba determinada a que las pinturas se quedaran en España», relata Butler al diario «The Times», quien da por sobreentendido que no atravesaba por su mejor momento anímico, quizá apenado y no repuesto por la pérdida del can: «Estaba angustiado y no había podido estudiar las propuestas, aunque le habían impresionado gratamente», asegura Butler.
Se llegaron a barajar diferentes sedes para colgar la colección: Londres, Brimingham y Roterham eran tres vértices idóneos, un tema que acabó por convertirse en un caballo de batalla para la política, pues sus funcionarios la insistían en que el futuro museo debía «estar cerca de un aeropuerto para que así el barón no tuviera problemas a la hora de utilizar su avión privado», se lee en los documentos. Además, el coleccionista deseaba un espacio lo suficientemente amplio como para que sus obras «no luzcan como sellos, pegadas unas al lado de las otras y en fila», de ahí que se hubiera considerado edificios en el centro de la capital o una construcción de nuevo cuño en Birmingham o un edificio del siglo XVIII en Rotherham, la casa más grande de propiedad privada en Europa y que fue rechazada por el barón Thyssen por estar demasiado lejos.
Decisión a tres bandas
Las esperanzas británicas se desvanecieron pocos meses después, el 30 de mayo, cuando el barón redactó un escrito en el que confirmaba que había elegido España finalmente como destino para la colección que se muestra desde 1992 en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid y que fue adquirida por 265 millones de euros. La decisión la había tomado conjuntamente con su esposa y su hijo mayor. Habían barajado las ofertas y decidido decantarse por la capital de España como sede definitiva. Thatcher le contestó de vuelta de su puño y letra haciéndole partícipe de que era sabedora de lo que la colección significaba para él y de que la decisión final había tenido que ser harto complicada.
Reino Unido no fue el único amor que tuvo la colección, en la que figura una extensa lista de pretendientes. El barón tenía por aquel entonces, a fines de los ochenta, sesenta y seis años. Se encontraba en la flor de la vida y tenía ganas de luchar. Estaba abierto a escuchar las ofertas que le legaran. No faltaron propuestas desde Barcelona, Bonn o Sttutgart. Del Museo Getty de Los Ángeles también se interesaron con una más que suculenta oferta que ponía sobre la mesa la cantidad de quinientos millones de dólares por la colección. Sin embargo, el barón terminó por desdeñarla debido a que no confiaba en la fundación Getty. Una portavoz de la citada institución ha asegurado que, efectivamente, «Nos discutimos el precio de adquisición».
Sea como fuere, lo que es innegable es el enorme cariño que Carmen Cervera profesaba hacia su pequeño perro blanco: a la entrada del Museo Thyssen de Madrid se la puede ver en un óleo pintado por Macarrón (ella viste un traje largo y blanco) junto al can, a los pies de la baronesa, que mira fijamente al espectador. Esa pequeña mascota a buen seguro que permanecerá atónito ante las negociaciones que estos días se libran en Madrid sobre el futuro de la colección de Carmen Thyssen, ahora mismo en el aire. El plazo para llegar a un acuerdo expira en el mes de abril. Desde el museo, su director artístico se mostraba días atrás bastante optimista con el futuro de la colección: «Seguro que se alcanza un acuerdo y las obras continúan en suelo español», declaraba Guillermo Solana. Cada vez queda menos tiempo para conocer cómo acaba este culebrón que parece no tener fin.