Tira un niño a la papelera para salvar al mundo
Dibujos naïfs y coloridos que, atendiendo a un análisis estrictamente formal, bien podrían decorar la habitación de cualquier niño. Esa es la primera impresión que producen las obras del ilustrador Joan Cornellá. Sin embargo, cuando la información en ellos contenida se procesa, el candor inicial se torna en un certero golpe en el estómago que te deja sin respiración.
En su segunda exposición en Nueva York –recién inaugurada en la AG Gallery–, Cornellá realiza, en tan solo 25 piezas, una radiografía macabra y demoledora de la sociedad actual. Bajo el título de «Keep it Real» –«Sé honesto»–, el espectador se sumerge en un mosaico de imágenes a cuál más punzante: una figura humana arroja a la papelera un bebé bajo la leyenda «Salva el planeta»; «Abrazos gratis» reza en la camiseta de un individuo que es manco; un niño recién nacido –todavía conectado al cordón umbilical– decide retornar al vientre materno tras contemplar la imagen de un Donald Trump sonriente; o, en otra viñeta, un hombre obsequia con un presente a una mujer que, como aclara el autor, está «vacío como nuestras vidas». Cornellá es un artista político. Y su forma de agitar conciencias pasa por explorar uno de los géneros que, con mayor éxito, han cultivado los artistas de vanguardia: el humor. Solemos tener una imagen del arte político como un conjunto de obras intelectuales y estéticamente desgarradas y sucias. Pero no siempre es así. Cornellá utiliza el recurso –tan enraizado en nuestra cultura– del «humor extremo» –también denominado «humor negro» o «humor macabro». Diariamente se cuentan chistes que explotan los defectos físicos e intelectuales de los individuos, y que, por lo tanto, tensan al máximo los límites del decoro moral. Rara vez nos escandalizamos por ello, en la medida en que han sidos normalizados como esa mínima dosis de «gamberrismo moral» necesaria para escapar de manera puntual al encorsetamiento de lo políticamente correcto. Sin embargo, en cuanto el arte descontextualiza esas mismas dinámicas cotidianas y las expone en una galería o museo, lo familiar se vuelve extraño, y ahí comienza el escándalo. Ha sucedido siempre: la violencia que consumimos diariamente con indiferencia pasmosa se torna en insoportable cuando un artista la muestra fuera de nuestro smartphone o de nuestro aparato de televisión. El éxito de las obras de Cornellá se basa en el empleo de un lenguaje reconocible por todos: una mezcla de conversación desenfadada de barra de bar y de «claim» publicitario; leyendas cortas, directas e irreverentes que conectan con el tuétano de nuestro bagaje cultural. Sus ilustraciones se limitan a funcionar como un espejo en el que reflejarnos. Y eso, claro está, asusta.