Buscar Iniciar sesión

Todo el planeta será una gran aula escolar

larazon
  • Estudió periodismo en Buenos Aires Argentina. Allí comenzó su trabajo en el área de divulgación como jefe de sección en la revista Muy Interesante durante cinco años. En España ha trabajado en Muy Interesante, Clio, Psychologies, Quo, National Geographic. Ha colaborado con RNE y con el podcast de Muy Interesante. Ha escrito 3 libros de divulgación y cinco de literatura infantil que se han traducido a varios idiomas. Lleva 15 años en La Razón escribiendo sobre ciencia y tecnología

Creada:

Última actualización:

La tecnología ha cambiado la forma en la que educamos a los más pequeños, pero el fondo sigue siendo el mismo y se remonta a nuestros instintos más básicos.
En 2020 se volvió obvio que la educación enfrentaba una crisis que afectaría al futuro económico del planeta. En su libro «Contra la educación escolar», Stanleyt Aronowitz, explicaba que «durante el siglo XIX la preocupación de maestros, agentes de la ley y líderes políticos era qué hacer durante la jornada laboral con la juventud desempleada. Una alternativa era la prisión de día. Pero algunos, como Horace Mann, insistieron en que la escuela pública sería una forma más productiva de contener a los jóvenes inquietos». Así, de acuerdo con el especialista en educación Sir Ken Robinson, nació el sistema educativo actual, «como una alternativa a la cárcel».
En algunos sentidos las cosas no han cambiado mucho. Según un informe del Departamento de Trabajo de Estados Unidos, el 65% de los niños y niñas que en 2019 empiezan la educación primaria, tendrán un empleo que no existe todavía. No solo no se sabía qué ocurriría en el futuro, tampoco se les preparaba para los cambios. En aquellos tiempos, el 80% de los trabajos que se desempeñarán a partir de 2025 necesitarán conocimientos tecnológicos, pero en España solo el 9% de los graduados se especializan en STEM (siglas que en inglés significan Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) de acuerdo con las Naciones Unidas.
Una solución era necesaria. Y de forma urgente. La respuesta llegó desde el pasado, como ocurre a menudo. En la antigua Roma, los niños de origen humilde, aquellos cuyas familias no podían pagar un tutor privado, acudían a un ludus, una academia de aprendizaje. En la raíz de estas academias, estaba también la palabra lúdico: en muchos casos el aprendizaje era un juego. Y a partir de ese momento se desarrolló todo un sistema de educación con ese concepto como base y la tecnología como herramienta principal.
La creación de internet produjo, más de medio siglo atrás, un nuevo momento Gutenberg: el conocimiento se democratizó. Esto hizo que lentamente las fronteras entre instituto, universidad y carrera se borraban. En ese instante pasamos de comprender que aprender cálculo es capacitación, y que aprender a pensar usando cálculo es educación. Pero había un obstáculo. De acuerdo con el informe «The Microsoft Education Future Workforce», casi el 60% de los jóvenes entre 16 y 18 años aseguraban saber más de tecnología que sus profesores, y el 71% que aprenden más en su casa que en clase sobre este tema. La clave fue no solo usar la tecnología, sino que ésta se apoyara en el contenido, el eje de la educación. Quien comenzó la revolución fue por un lado, el experto en educación del MIT, Woody Flowers y, por otro, Samsung. Flowers hizo un cambio sencillo: unió a las mejores universidades del país con Pixar, Disney, Google, Apple y producir el mejor contenido educativo. Los más pequeños aprendían historia, matemáticas o idiomas de la mano de los personajes de sus películas favoritas o de sus héroes del pasado.
Más de 4.000 alumnos
El otro plato de esta balanza fue Samsung, que en 2018 comenzó a apostar por llevar la tecnología más avanzada a más de 4.000 alumnos y a 700 docentes. Mediante la realidad virtual, la realidad aumentada y la inteligencia artificial, la empresa coreana analizó las profesiones de futuro y los conocimientos necesarios para desempeñarlas y facilitó las herramientas necesarias a estudiantes y profesores para que los primeros adquirieran los conocimientos y los segundos pudieran identificar las capacidades de cada alumno y tuvieran los elementos adecuados para estimular. Así, los jóvenes, se sumergían en historias propias e individuales, en las que se combinaba historia y biología con cálculo o geometría con geografía y genética con el objetivo de crear su propia hoja de ruta. En 2029, todos los colegios usarán realidad virtual y las clases no se impartirán solo en la escuela: todo el planeta se convertirá en un aula constante en la que los más pequeños satisfacen su curiosidad natural, aprendiendo a hacerse nuevas preguntas, en lugar de memorizar viejas respuestas.