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Tom Holland: «El populismo nació con los emperadores»

Publica la continuación de «Rubicón», un volumen que se centra en la familia Julio-Claudia, que dio a Roma sus primeros emperadores y los más conocidos: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón.
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Publica la continuación de «Rubicón», un volumen que se centra en la familia Julio-Claudia, que dio a Roma sus primeros emperadores y los más conocidos: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón.
Aquellos hombres eran carne de leyenda. Coleccionaban tantas depravaciones que en sus vidas lo excéntrico era encontrar una virtud. Con ellos, Roma dejó de ser la gran urbe de una república y se convirtió en la capital de un imperio identificado con los peores vicios. Sus nombres son hoy conocidos por todos: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. La familia Julio-Claudia arrastra los mitos que han extendido los rumores, las novelas, la televisión. Pero, ¿eran así? «En la serie “Yo, Claudio” se ve una escena muy violenta donde Calígula raja el vientre de Agripina, que está embarazada y con la que ha mantenido relaciones sexuales. Pero eso no está en el libro de Robert Graves. Eso se lo inventó la BBC. Algunas de estas historias se basan en historiadores, como Suetonio, que tampoco refiere este hecho y que, además, escribe mucho después de que estos personajes hayan vivido. Las mentiras se construyen de esta forma, un rumor sobre otro. Son como diferentes capas que se añaden a una pintura. El problema es que despues resulta muy difícil retirarlas», comenta el historiador Tom Holland, autor de «Rubicón», que ahora regresa con «Dinastía» (Ático de los libros), la historia de los emperadores más famosos de la Historia.
–¿Es verdad todo lo que se cuenta sobre ellos?
–Si fuera cierto, el imperio se hubiera colapsado. Aunque existían comportamientos censurables, lo cierto es que fueron gobernadores que trabajaron de una manera bastante diligente. Este es uno de los aspectos en los que me he centrado. Y es lo que se descubre cuando se consulta la documentación.
La caída de la república
Antes de que Augusto reuniera bajo su cetro el poder político y militar, Roma, la ciudad del Tíber, la urbe de Rómulo y Remo, era una república. ¿Qué sucedió en esta sociedad para que el gobierno pasara del senado a un solo hombre? «La caída de la República de Roma es una tragedia. Sus virtudes fueron las que ineludiblemente condujeron a su fin. En esos años, todas las personas relacionadas con el gobierno público trabajaban para el bien común y para la mayor gloria de Roma. Pero esos mismos personajes fue-ron, lentamente, consagrados y alcanzando cada vez más riqueza y más influencia. Consiguieron tanto poder que, al final, la república dependía de ellos. Julio César y Pompeyo acabaron siendo más poderosos que Roma. Ahí es cuando empieza a declinar la república.
Cuando Tom Holland escribió su anterior volumen tuvo presente los acontecimientos políticos que en ese instante estaban conmocionando al mundo. Una mirada que, posiblemente, influyó en la forma de mirar la historia de Roma. Ahora se ha mantenido más apartado de los sucesos que estremecen a Occidente, pero, al revés de otros historiadores, no le resulta difícil ni tiene reservas en establecer paralelismos entre el pasado y el presente. «A veces, la historia nos sirve como un espejo perfecto para comprender o ver nuestra realidad. Putin, en Rusia, y Erdogán, en Turquía, son autócratas, dirigentes que han vaciado el esqueleto de las democracias de sus países, pero en estos dos casos, como en otros muchos, saben que para mantenerse en el poder deben contar con la popularidad de gran parte de sus ciudadanos. Esto no es nuevo. Ya lo hacían los emperadores, que conocían bien en quién tenían que sostenerse para ser populares. Es el famoso “Pan y circo”. Todos los autócratas, a lo largo de la historia, comparten paralelismos. Por ejemplo intentan evitar el rechazo público, y eso ya ocurría también cuando los césares acudían a los combates de gladiadores. No les gustaban las protestas. El populismo nació con los emperadores».
–¿Cómo se desarboló la influencia del Senado romano?
–Augusto fue como un jefe mafioso. Aunque a lo mejor tenemos que contemplarlo como un genio político. Él fue quien empezó a reforzar el poder de sus hombres y los protege. Además, fingió respetar ciertas normas y tuvo la prudencia de evitar que se le homenajeara o se honrara su nombre en vida. Todo esto acabó reforzando el poder que buscaba.
–Uno de los hechos capitales de este periodo es el nacimiento de Jesús. Roma no dudó en marginar a los cristianos.
–A Roma, al igual que hoy sucede con Nueva York, Londres o París, acudían todas las minorías que vivían dentro de las fronteras del imperio. Había una presencia clara de todos cultos y las religiones. Unas tenían más tradición y otras contaban con menos tradición, lógicamente, y eran más extrañas para los habitantes de la capital del imperio. El cristianismo era muy reciente. Los cristianos eran menos conocidos que los judíos, y, encima, les caracterizaba una evidente falta de respeto, la que mostraban claramente hacia las demás confesiones que se practicaban en Roma. El ideario cristiano resultaba muy agresivo. Y nada era más peligroso en Roma que lo reciente, lo nuevo que, además, no acepta las tradiciones. A los cristianos no les gus-taba el politeísmo.
Tom Holland aborda en las páginas de «Dinastía» un tema que suele dejarse de lado: la influencia que ejercieron las mujeres durante este periodo. «Todas ellas tienen un importante poder, ya sean la hermana, la hija, la esposa del emperador. Lo que sucede a lo largo del periodo que gobierna la familia Julio-Claudia es que la única manera de entrar en la estirpe de los emperadores es a través de una mujer. Dejando aparte a Livia, todas las de esta época sufrieron críticas. Se les acusó de todo: de prostitución, de envenenamientos, de asesinatos. Resultó un ataque tan duro que cuando gobernaba Nerón ya no quedaban casi mujeres que fueran descendientes directas de la familia Julio-Claudia. Este hecho delata la complicada lucha por el poder político que existía en Roma. Los coetáneos se dedicaron a denostarlas. Esto delata una preocupación profunda por parte de los varones romanos, que veían con recelo a estas mujeres».