Toni Montesinos: «Nunca olvidaré cómo se veía el pacífico desde la casa de Neruda»
Su nuevo libro, editado por Fórcola, acaba de salir del horno y aún está humeante. Nació y vive en Barcelona, aunque cuando coge la maleta se recorre el mundo casi de un tirón.
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Si el día tuviera 26 o 27 horas, Toni Montesinos estaría disponible para este diario unas treinta. Cuando descuelga el teléfono siempre te saluda con un interminable «heeey» y jamás le hemos notado de mal humor, jamás, aunque alguna noche la pase en blanco gracias a su pequeño gran Ilan, que ya ha cumplido ocho meses. «Los tres dioses chinos. Un viaje a Pekín, Xian y Shanghái, desde Nueva York y hasta Hong Kong» (Fórcola Ediciones) es su nuevo libro, que sale tras «La suerte del escritor viajero. Crónicas literarias de Europa y América» (editorial Polibea), a los que se ha unido «Aguafuertes» (Hermida Editores). Vamos, que nos preguntamos un día sí y otro también de dónde saca el tiempo este crítico literario que ya ha publicado más de veinte libros entre poesía, narrativa, ensayo, crónicas viajeras...
–¿Es Toni Montesinos más viajante que escritor o le cuadra más la palabra trotamundos?
–Creo que el escritor viaja para escribir sobre ello, porque, como diría Julio Camba, un autor no ve catedrales sino artículos. Y lo de trotamundos bien podría ser un sinónimo de escritor, pues uno cambia de mundo lingüístico y temático cuando explora diferentes géneros literarios, o se mete en un proyecto que exige un camino específico, unas fronteras que cabe penetrar o rodear.
–¿Qué país le ha marcado especialmente?
–Más que países concretos no puedo olvidar ciertos instantes en lugares diversos: mirar el Pacífico desde la casa de Pablo Neruda en Isla Negra, escuchar melancólicamente un disco sentado en una mecedora en Pinar del Río, Cuba, tomar notas en la taberna de Dublín que me inspiró mi primera novela, asistir al sol de medianoche en Akureyri, al norte de Islandia, o recibir en el rostro el aire nocturno de un barco de Shanghái, rodeado de rascacielos, como explico en «Los tres dioses chinos».
–¿Encierra Nueva York para usted algo especial?
–Todos hemos estado en Nueva York en cierta manera. Somos la periferia de Manhattan, e ir allí es como volver a casa. Hay una rara fascinación en estar en un sitio lejano y a la vez próximo gracias a nuestra cultura televisiva y cinematográfica, de modo que aunque haya un océano de por medio, un idioma y unos hábitos ajenos, uno deambula como si la calle Broadway fuera su barrio de toda la vida.
–¿Cada libro que publica es un nuevo vértigo o ya se ha acostumbrado?
–El libro ya publicado, en el que uno se dejó el alma y se exprimió para dar el texto más honesto e intenso posible, cuando ve la luz se hace invisible. Es como si ya no existiera, y sólo hay mente y corazón para el siguiente. El vértigo más bien estaría al comienzo, cuando uno se ha elevado en el desafío literario y va a por él.
–¿Tiene futuro el papel?
–Es consolador que tenga pasado, que tengamos millones de libros disponibles para hacer la vida más llevadera. El e-book creo que está lejos de asentarse en una sociedad que, paradójicamente, fija cada vez más atención a las pantallitas. Ahora ver a alguien leer un periódico o un libro en un transporte público es toda una rareza.
–Dígame un sueño no cumplido.
–El de convertirme en crítico literario y escritor ya sucedió, y aún no consigo creérmelo del todo. El de viajar por todo el mundo ya lo he llevado a la práctica, así que sólo queda soñar con lo más importante: que el mañana nos espere con salud.
–¿Qué escritores le han marcado?
–Marcar es justamente la palabra. Hay cientos que nos gustan, pero los que nos han deslumbrado con especial fruición no son tantos: Machado, Melville, Tolstói, Proust, Pessoa..., por citar clásicos incontestables de distintas lenguas. Me considero un lector impaciente e intuitivo, y confío en la literatura como una necesidad del espíritu, fuera de pedanterías ni prestigios que nos impongan; como la inutilidad que es más útil que pueda existir.
–¿Le ha leído o lee cuentos a sus hijos o es de esos padres que los inventa sobre la marcha?
–Un día calculé los que me había inventado por las noches antes de que mis hijas se durmieran, y salieron varios centenares: con series de personajes que se iban desarrollando y elementos que ellas proponían para yo improvisar un relato al instante. Momentos divertidísimos y mágicos.
–¿Se desenvuelve bien en la cocina o prefiere que otros se pongan el delantal?
-Lo hago cada día e incluso para la familia, pero de forma sencilla. Dicho de otro modo, sería incapaz de invitar a nadie a algo que yo hubiera preparado. Pero tengo la suerte de que mi mujer hace cualquier cosa de forma deliciosa, a menudo inventando combinaciones de comida española y americana.
–¿Le falta tiempo para hacer todo lo que querría?
–Cuando compro libros me acuerdo de la frase de Schopenhauer: que nos hacemos la ilusión de que estamos adquiriendo el tiempo para leerlos. En nuestra vida occidental acomodada, nuestra obligación, dentro del ruido presuroso y los deberes cotidianos, es pensar sabiamente cómo ocupar las horas de la manera más plena y auténtica. Estoy en ello, y creo conseguirlo a veces al pensar simplemente lo que dice un personaje de «Guerra y paz»: «Mientras hay vida, hay felicidad».
–Deje que tome prestadas un par de preguntas de las Entrevistas Capotianas que cuelga en su blog «Alma en las Palabras». Ahí van: Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser...?
–En esas entrevistas me han contestado de todo. Pero me gusta especialmente cuando aluden a la naturaleza: roca, viento, lluvia...
–...Y Si el «Reader’s Digest» le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?, a lo que añado un y porqué.
–Rebuscaría en artistas que admiro sobremanera, en realidad ya mis amigos, y de los que me interesa siempre su vida: Zweig, Kafka, Thoreau, Juan Ramón Jiménez... Pero acabaría por decantarme por mi abuela, que con su ejemplo me brindó los mejores principios de bondad, amor y tolerancia y cuyo recuerdo me guía y protege día a día.
El lector
«Lo primero que hago al levantarme muy temprano cada día es tomarme a solas un café con leche, ritual que acompaño ojeando siempre dos periódicos digitales. Primero, el que colaboro desde hace quince años, «LA RAZÓN», con especial atención a las secciones de Cultura y al baloncesto tras los titulares generales. Con ello siento que me instalo en el día, que mi cuerpo ya está listo para ponerse en acción ante las novedades de la mañana».