«Truman» y el efecto Darín
El sello del argentino se ha convertido en un claro sinónimo de éxito en España.
El sello del argentino se ha convertido en un claro sinónimo de éxito en España.
La primera lectura de guión terminó con lagrimones para Darín. Como también muchos han sido los sollozos que han soportado las butacas de cine. Principalmente de ellos. Porque «dicen por ahí que con esta cinta son más proclives a llorar los hombres que las mujeres», comentaba el argentino en San Sebastián. Y así es. «Truman» le da una patada a aquella norma que se canturreaba en los noventa de «los chicos no lloran, tienen que pelear». Cesc Gay pone a sus espectadores contra las cuerdas emocionales y le hace un favor al kleenex para que sus acciones coticen al alza. «Truman» narra los inicios del perverso cuento del cáncer: «Me tocó despedir a alguien y me puse a escribir cosas, no como un guión, sino por escribir; lo dejé en un cajón, que cicatrizara, y luego volví a él y decidí afrontar la historia», dice el director. Aunque tampoco vayan a pensar que ellas se libran de secarse los ojos.
Sin embargo, la tensión de la pantalla contrasta con la felicidad y el orégano que se extiende por los montes exteriores. Si ya en Donostia hubo que partir la Concha de Plata en dos para premiar a Julián (Darín) y Tomás (Cámara) ex aequo y, más recientemente, en los Feroz se reconoció el largo como Mejor Guión y Actor, para el argentino –con el español también nominado–, llegaban a los Goya para seguir remontando ese primer bajón de Darín.
Lejos del nivel de candidaturas de otras como «La novia» o «Nadie quiere la noche», seis posibilidades se presentaban para los hombres de Gay. Suficiente para convertirse en «la grande» de la 30º gala, como calificó a «Truman» el Mejor Actor de la noche –pobre de él, que sigue defendiendo que no le gustan los premios–. Sólo el Montaje de Barbieri se quedó colgando para hacer el pleno.
«Algo debemos de haber hecho bien, ¿no?», se preguntaban tras una ceremonia que invitaban a adelantar en su próxima cita –reclamación a la que nos sumamos desde la Prensa–. Sí, como simple y contundente respuesta. Esa naturalidad de un Darín que enamora dentro y fuera de plano mezclado con el mejor amigo, que es Javier Cámara, se convierte en «un mano a mano entre los dos, pero cada uno con sus peculiaridades» –que explicaba Gay–, que se asienta sobre un texto sacado del dolor del corazón de su guionista y director, y que han hecho de la película lo que se vio la noche del sábado. Un éxito.
«Siempre hay que encontrar el equilibrio para que la gente vuelva», indicaba Cesc Gay sobre lo que debía de tener el buen cine. Pues precisamente eso es lo que ha logrado con este trío protagonista, por no olvidar al perro que da nombre al todo. Lo que uno necesita lo coge del otro, y viceversa, en este largo paseo por la ciudad con dos tipos cara a cara. Dos hombres que rebuscan y se meten hasta la cintura en esa mal vista fragilidad masculina, dejando a un lado «las pistolas cargadas de John Wayne» –que decía su director–. Es este par de «monstruos» los que consiguen llevar a la pantalla un debate sobre la eutanasia pasiva tras la negativa de Julián a la quimioterapia para ganar tiempo y la comunicación de éste de suicidarse a base de pastillas cuando vea su final más cerca de lo deseado.
Segunda vida
Un Goya –cinco en este caso– no sólo es un reconocimiento para gritar cuatro reivindicaciones delante de una platea y varios millones de espectadores, un «cabezón» significa la segunda vida de toda película. Ya lo comentó Cesc Gay después de la ceremonia al pedir la prolongación de la existencia de «Truman» en las salas. Así le ocurrió a cintas como «El bola» o «La soledad», tras ganar en Mejor Película. Aunque no siempre hace falta tal premio, sino que la repercusión de la gala es suficiente para aprovechar el tirón y relanzar el título, como le ocurriera a Manuel Martín Cuenca con «Caníbal».