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Ullán, palabras para ver el arte

larazon

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Se reúnen en «Los nombres y las manchas» los textos sobre arte que el poeta escribió.
Hay palabras que surgen de la cercanía, las inmediaciones de lo personal. José-Miguel Ullán escribió mucho del artista próximo (también del lejano, aunque menos), con el que compartía la amistad, el encuentro esporádico, como si la persona esclareciera la pintura, la realidad del objeto. Así, fue prologando catálogos, introduciendo a artistas, prestando prosa a pintores, escultores, vanguardistas. La fe en el arte muchas veces comienza en la palabra. Los ojos necesitan de una lectura para que despierten a un estilo, una innovación, una manera. Cuando el poeta falleció en 2009, dejó detrás una estela de textos que él mismo retiró de «Ondulaciones» (Galaxia Gutenberg), el volumen de su poesía reunida – que todavía sigue encontrando devotos entre una feligresía de jóvenes fascinados por esos escritores discretos, silenciosos, pero que han tallado una obra arriesgada, con una voz propia, distinta a la imperante–. Ahora, esta misma editorial ha juntado en un solo libro, «Los nombres y las manchas», los escritos, hasta este momento dispersos, sobre arte que dejó al fallecer este autor de «agrafismos». Una colección de textos que abordan figuras como Chillida, Frida Kahlo, Broto, Juan Soriano, José María Sicilia... «Realmente hay que leerlo como una prolongación de “Ondulaciones”, comentó ayer, durante la presentación, Manuel Ferro, responsable de la edición. Él mismo relata en el prólogo el pulso que mantuvo Ullán cuando ultimaba aquel libro y repasaba sus escritos. «A la luz de la nueva lectura de sus libros iniciales y de la zozobra que le provocaba, el autor fue descartando poemas que al final fueron libros enteros», escribe. Y, más adelante, comenta que cuando el poeta tomó «la decisión firme de no dar cabida a sus primeros libros, acordaron entonces también excluir todos los textos en prosa; fundamentalmente los que procedían de sus colaboraciones en catálogos o libros preparados para acompañar a diferentes artistas y editarlos más tarde agrupados bajo el título de “Manchas nombradas II”». Aquel trabajo, que quedó incompleto debido a la muerte precipitada de Ullán, se ve ahora culminado con estas piezas recuperadas. El escritor no se aparta de ninguna de sus raíces y, con una prosa de claro énfasis poético, y sin renunciar a los principios que le imponía su radicalísima personalidad, desarrolló una forma inusual de mostrar al público a estos artistas. En ocasiones, lo hace, sencillamente, reproduciendo su conversación, sin más, sin incluir nada de él –quizá siguiendo la idea marcada por Borges de que una obra, cuando la escribe uno reproduciéndola letra por letra, coma por coma, resulta un libro distinto al original, aunque sea idéntico– . Otras veces se adentra en el universo plástico por esquinas distintas a las previstas, como en «Abecedario en Brinkmann», que está introducido por unas palabras de William Blake, y que a partir de las letras del alfabeto, va desarrollando ideas, impresiones, reflexiones y va fagotizando a este artista. «Ullán –comenta Manuel Ferro– tenía la tensión entre la escritura y el trazo. Cuando no le salían las palabras, se dedicaba a sus “agrafismos”».
Ferro descubría el origen de muchas de estas piezas, que, en gran parte, han surgido bajo un encargo, revelando así a Ullán como un escritor que encontraba en la presión de una petición el acicate oportuno para desplegar su estilo. «Todavía quedan inéditos de él. Pero hay que estudiar el material restante con mucho cuidado, porque reaprovechaba los papeles y hay escritura hasta en los reversos. Algunas de las composiciones que se conservan son versiones iniciales de poemas que después publicó. Hay que fijarse con atención. De todas maneras, esperamos que dentro de dos años un nuevo libro recoja lo que queda todavía sin publicar». A pesar de su contacto con el arte Ullán, curiosamente, jamás sintió el fetichismo o el impulso coleccionador de otras personas. «Solamente compró en momentos puntuales a algunos artistas. Justo a los que no vendían nada. Apenas tenía en su casa tres o cuatro cosas».

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