Un actor obligado a ser su caricatura; por Martín Prieto
Creada:
Última actualización:
A menudo recupero la intención del viaje que Alfredo Landa quiso hacer y ya nunca hará. Hace unos años nuestro actor padeció graves problemas de salud que superó, aunque le retiraron de la profesión. Contaba a sus amigos que quería marchar a Estados Unidos, alquilar una autocaravana y cruzar el país de Nueva York a Los Ángeles o alguna otra ruta parecida. «On The Road» de Kerouac, un aroma a marihuana y la flor marchita de los «beatniks». Lo mío es un juicio de intenciones porque le vi muy poco pero le contemplé muchas veces en el cine y el teatro y siempre supuse de su gran talento actoral cuando interpretaba a un palurdo descubriendo que las suecas tenían sexo o sintiendo la nostalgia del pueblo y la novia de siempre, empapelando una fría calle de Múnich cuando los alemanes necesitaban para su recuperación de la mano de obra española. Incluso críticos solventes creyeron descubrir sorprendidos a este gran actor en «Los santos inocentes», pero lo suyo venía de sus primeras funciones teatrales de jovencito. Lo que le encasillaba no era su arte interpretativo, sino su aspecto racial (afortunadamente perdido) de español bajito, con bigote y cabreado. Al coincidir sus grandes éxitos de taquilla con los viajes de ida y vuelta de turistas y emigrantes y el desborde de la represión sexual de los españoles, el landismo se acuñó primero como sinónimo de cine basura y posteriormente, ya con más respeto, como catalogación sociológica de una época muy peculiar de nuestras recientes historias. Cineastas agiotistas acusaron a Alfredo Landa presentándole en calzoncillos como vecino del quinto, pero traspasando la zafiedad y el oportunismo de los guiones, traspasaba la empecinada profesio-nalidad de este hombre con la cara de patata de Miguel Hernández. Es justo que le recordemos como el que nos hizo reír como críos en sus andanzas como buscavidas en Centroeuropa o como frustrado perseguidor de lencería pero si repasan su cine advertirán también el dolor, la impotencia y el patetismo sólo explícitos en la última parte de su obra. Fue un antilandista obligado por las circunstancias a hacer una caricatura de Alfredo Landa. También por eso quedará en nuestros corazones y en nuestro «Cinema paradiso». Lo que no es justo es que nunca se decidiera a tirarse al camino y penetrar en el territorio del círculo de la biblia americano.