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Una consigna universal: queremos el mundo y lo queremos ahora

El Mayo del 68 existió más allá de París. Muchos países sintieron la sacudida de las protestas y de esa oleada de libertad, desde Estados Unidos, a Praga y aquella Alemania partida en dos.
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  • David Solar

    David Solar

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El Mayo del 68 existió más allá de París. Muchos países sintieron la sacudida de las protestas y de esa oleada de libertad, desde Estados Unidos, a Praga y aquella Alemania partida en dos.
En 1968 el planeta se inflamó. Pareció surgir una consigna universal. Tanto en París como en Berlín, en Roma o en Turín, la calle y los adoquines se convirtieron en símbolos de una generación rebelde. «Queremos el mundo y lo queremos ahora», cantaba Jim Morrison. «Fuimos la primera generación que vivió, a través de una oleada de imágenes y sonido, la presencia física y cotidiana de la totalidad del mundo», escribía Daniel Cohn-Bendit, uno de los ideólogos e impulsores del Mayo francés. En aquella primavera se rompieron muchas cosas y un clima universal de revuelta tensó las costuras de la tierra, afectando a las mentalidades, a la ideología, a la universidad, al orden público, a la guerra, a la diplomacia, a las relaciones internacionales, al deporte...
En Vietnam, la ofensiva del Têt mostró a EE UU que no podrían ganar aquella guerra y Lyndon B. Johnson, que había envejecido dos décadas durante cinco años en la Casa Blanca, renunció a presentarse a las presidenciales de 1968 y suspendió los bombardeos sobre Vietnam del Norte. Simultáneamente, mientras los universitarios americanos cantaban victoria coreando el slogan «Make love not war» (haz el amor y no la guerra), un racista blanco asesinaba a Martin Luther King, el líder de los derechos civiles, suscitándose una revuelta racial que causó medio centenar de muertos y más de 2.600 heridos, además de gravísimos estragos en 125 ciudades. Coincidió, también, la protesta generalizada y multirracial en 167 universidades, en las que se clamó contra el racismo, el reclutamiento, la industria militar y la guerra.

Tolerancia permisiva

A seis mil kilómetros de Washington, el 13 de mayo de 1968, las delegaciones de EE UU y Vietnam del Sur se reunían en París con las de Vietnam del Norte y el Vietcong para buscar una vía hacia la paz. No fueron muy lejos en aquella primavera, quizá porque lo enturbiaba todo la revuelta estudiantil, que ese día asaltaba la Sorbona y la convertía en una comuna independiente, al tiempo que nueve millones de franceses iban a la huelga y fábricas como la Renault o la Sud Aviation eran ocupadas por sus trabajadores. Pero renunciaremos aquí a París para recorrer otras primaveras.
En Berlín se reflejó como en ninguna otra gran ciudad aquello que decía Raymond Aron respecto a los disturbios universitarios: «Revelan el debilitamiento de la autoridad de los adultos, de los profesores, de la institución como tal». Además de la agitación sembrada por personajes como Rudi Dutschke, líder de la Liga de Estudiantes Socialistas, o de la influencia de filósofos como Haberman o Marcuse (el apóstol de la «tolerancia permisiva» y de la «no represión»), existía un antiamericanismo de izquierdas acentuado por Vietnam. Durante el Congreso Internacional de Solidaridad con Vietnam (febrero, 1968) desfilaron por la vieja capital del Reich más de 20.000 estudiantes enarbolando banderas rojas a la vista del Muro levantado siete años antes.
Eran hijos de la posguerra. Sus padres habían levantado Alemania de las ruinas. Gracias al «milagro» se pasó del paro al pleno empleo, del crecimiento cero a índices positivos del 10 por ciento durante veinte años; del hambre a la prosperidad. Y la juventud, de la austeridad a la hartura, viendo la oportunidad de soltarse el pelo y de dejar atrás constreñimientos y cadenas políticas, ideológicas o sociales.
A tales circunstancias se unió el atentado del 11 de abril contra Rudi Dutschke. Los estudiantes provocaron manifestaciones, tumultos, incendios, destrozos de mobiliario urbano, lanzaron petardos y lluvia de adoquines contra los escaparates y policías y ocuparon la Universidad exigiendo su democratización, la purga de viejos nazis, la ruptura de autoritarios, la emancipación de la mujer, la libertad sexual... De aquel caldero hirviente saldrían movimientos como el ecologismo, el feminismo y el pacifismo, el partido político de los Verdes y los terroristas de la Baader Meinhof.

Flores agostadas

A la conmoción universitaria y a la crisis vietnamita se unió una de las más graves sufridas por el mundo comunista: la Primavera de Praga. «El socialismo no puede significar solamente la liberación de los trabajadores de la dominación de la clase explotadora, sino que debe hacer más por las disposiciones para una vida más plena con la personalidad que cualquier democracia burguesa», decía el Programa de Acción aprobado por el Comité Central del PC checoslovaco en 1968. Por muchas matizaciones que tuviera y pese a que se estableciera una moratoria de diez años para su aplicación, el Programa era tan revolucionario que hubiera terminado con los regímenes comunistas a corto plazo, pues permitía cierta propiedad privada, los partidos políticos, la libertad electoral (secreta), la de Prensa, la sindical y la religiosa, el derecho a la huelga...
Leónidas Breznev, en el poder soviético desde 1964, estaba muy preocupado con Checoslovaquia. Le había irritado que el Congreso Nacional de escritores hubiera condenado la dictadura del partido, pero lo había dejado correr para que lo solucionaran en Praga; cerró los ojos ante el nombramiento de Ale-xander Dubcek como secretario del PC checoslovaco sin contar con su beneplácito, pero lo aguantó porque le era más simpático que el anticuado Novotny; peor le sentó que en marzo se suprimiera la censura de Prensa, aunque el Programa de Acción era más grave.
Las decisiones de Praga fueron contrarias a la ortodoxia comunista y al monolitismo soviético, epicentro de cuanto se decidiera o afectara a otros países comunistas, pero no hubo reacciones radicales porque Alexander Dubcek tranquilizó a Breznev durante un encuentro en julio. Pese a la vaselina que aplicaba el hábil Dubcek, la presión de los checos hacía chirriar escandalosamente los engranajes de las relaciones con Moscú; los viejos comunistas, según decía el escritor Milan Kundera, «iban diariamente a la Embajada rusa a pedir ayuda... Y dos o tres meses más tarde los rusos decidieron que en su virreinato las discusiones libres eran intolerables».
Dubcek logró ese margen en una entrevista con Breznev, pero otros dos avances checos resultaron definitivos: la convocatoria del XIV Congreso Extraordinario del Partido, fijado para el 9 de septiembre, y la masiva firma por personalidades de todas las áreas sociales del «Documento de las 2.000 palabras», que no solo rechazaba la moratoria a las reformas que conducirían al «socialismo con rostro humano», sino que exigía más.

Besos y sonrisas inútiles

Moscú tuvo claro que la Primavera de Praga era incontrolable y que el resultado del Congreso aún empeoraría las cosas, de modo que, pese a las sonrisas y besos repartidos por los líderes en la cumbre del Pacto de Varsovia del 2 de agosto en Bratislava, los tanques del Pacto irrumpieron el 20 de agosto por las fronteras checoslovacas y terminaron con la ilusionante floración primaveral.
Los aperturistas terminaron en la cárcel y el país fue encadenado, mientras Breznev advertía a sus satélites contra nuevas aventuras proclamando la «Soberanía Limitada», que venía a decir: si nuestros enemigos intentan cambiar el desarrollo de un país socialista y dirigirlo hacia el capitalismo, se crea un problema tanto para el afectado como para todos los países comunistas, estando justificada la intervención del Pacto de Varsovia.

LAS FLORES DE LA PRIMAVERA DE PRAGA

Por D. S. -
El Programa de Acción que conduciría a la implantación de un «socialismo con rostro humano», aprobado en abril de 1968 por el Comité Central del PC checoslovaco, pretendía cambiar los fundamentos del sistema a lo largo de diez años mediante elecciones democráticas convocadas en cuanto fuera posible:
1- Propiedad colectiva, con admisión de la privada en pequeños sectores.
2- Pluralismo de los partidos políticos. El socialismo competiría democráticamente con los demás.
3- Derechos y libertades políticas con sufragio.
4- Autonomía sindical y derecho a la huelga.
5- Garantías para las leyes votadas por el Parlamento libremente elegido, independencia del poder judicial y control de la policía.
6- Independencia de los trabajadores.
7- Igualdad entre los diversos grupos de población que forman el país (checos, eslovacos, sudetes...).
8- Soberanía del Estado, colaboración con la URSS y demás miembros del Pacto de Varsovia en un plano de igualdad.
9- Libertad religiosa, de Prensa y de opinión.

EL IMPACTO DE TÊT

Por D. S. -
Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano llevado a la escena política por Nixon tras su victoria en las elecciones de 1968, y protagonista de la Conferencia de Paz de París a partir del año siguiente, anotaba en sus memorias: «Bajo el impacto de la ofensiva del Têt, primero limitamos y luego cesamos nuestros bombardeos sobre Vietnam del Norte a cambio de nada, excepto de la iniciación de negociaciones que nuestro adversario obstaculizó de inmediato. Declinaba el apoyo de la población de nuestro país a una guerra que no solo parecía imposible de ganar, sino, también, de terminar (...) La oposición crecía: pacifistas sinceros que detectaban ver a su país implicado en matanzas a miles de kilómetros de distancia; aislacionistas que deseaban terminar con la intervención en ultramar; idealistas que consideraban incompatibles nuestros valores morales con los horrores de una guerra (...). Todos ellos se combinaron para provocar el más áspero de los caos en la Convención Demócrata de 1968, la violencia en las universidades y la confusión y desmoralización de los grupos dirigentes que habían animado las grades iniciativas norteamericanas de posguerra en política exterior».

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