Valente, íntimo y con voz propia
En «El ángel de la creación. Diálogos y entrevistas», Andrés Sánchez Robayna recopila las opiniones del poeta sobre multitud de temas, algunos incluso cuestiones íntimas que arrojan luz sobre su creación
En «El ángel de la creación. Diálogos y entrevistas», Andrés Sánchez Robayna recopila las opiniones del poeta sobre multitud de temas, algunos incluso cuestiones íntimas que arrojan luz sobre su creación.
La obra literaria de José Ángel Valente (Orense, 1929 -Ginebra, 2000) ha experimentado en los últimos años un creciente interés por parte de la crítica especializada y el público lector. Reediciones de sus ensayos, la publicación de su poesía y prosa completas, minuciosos estudios sobre su lírica y la aparición de diversos textos autorreferenciales, como «Diario anónimo (1959-2000)» o «Palais de Justice», han reforzado la figura del intelectual riguroso, sensible, austero e innovador que sin duda fue. Así aparece en «El ángel de la creación. Diálogos y entrevistas», un volumen que muestra su lado más íntimo y personal. Integrado en la generación poética de 1950 desde su primer poemario, «A modo de esperanza», con el que obtuvo el Premio Adonais en 1954, se irá alejando de esta estética de la experiencia cotidiana, la ironía distanciadora y el contestatarismo civil, para adentrarse en el intimismo místico, la reflexión ética, la especulación lingüística y la sobriedad expresiva. De este modo, muy tempranamente irá adquiriendo una voz propia, ajena a toda clasificación grupal, moda literaria o tendencia de época, avanzando en una personalísima trayectoria con libros como «Poemas a Lázaro» (1960), «Breve son» (1968), «Interior con figuras» (1976), «Estancias» (1980), «Al dios del lugar» (1989) y «No amanece el cantor» (1992) o el póstumo «Fragmentos de un libro futuro» (2000), entre otros inolvidables poemarios.
En esta línea de creciente recuperación de su figura personal y literaria se publica El ángel de la creación, un conjunto de «diálogos y entrevistas», como especifica el subtítulo de esta modélica edición de Andrés Sánchez Robayna, que nos acerca a las circunstancias íntimas, valoraciones estéticas, avatares familiares y vaivenes psicológicos del poeta instalado buena parte de su vida en el asumido exilio entre voluntario y forzado de Ginebra, Oxford o París. Como es sabido, la entrevista puede considerarse un género literario, al obtener un retrato moral y artístico del interpelado, y quizá sea Borges el mejor ejemplo de una modalidad periodística que puede equivaler a la mejor indagación crítica y compararse con el clásico estudio académico; aunque con una positiva diferencia: contamos con la voz propia, frecuentemente desinhibida y mordaz, del escritor que, lograda su confianza, muestra claves, referentes e idiosincrasias de su obra literaria.
Espinosos asuntos personales
Estas entrevistas, algunas de ellas jugosos diálogos intelectuales, corren a cargo de destacados periodistas culturales y avezados especialistas en la poética de Valente, lo que posibilita la certera idoneidad de unas inteligentes preguntas, que no obvian espinosos asuntos personales, controvertidas opiniones estéticas, variadas filias y fobias, o dramáticas coyunturas particulares. Reviste particular interés la extensa «Entrevista vital» que le realiza, en 1998, Claudio Fernández Fer; un auténtico recuento de vida y experiencias, que incide en la esencia y motivaciones de esta original literatura: los orígenes rurales gallegos; la sensible educación infantil entre mujeres de la familia; el magisterio galaico de Vicente Risco; el entrañable recuerdo de los años universitarios en Madrid, acompañado de unos jovencísimos José Manuel Caballero Bonald o José Agustín Goytisolo; su admiración hacia el filólogo Rafael Lapesa; servicio militar, un primer matrimonio, hijos, aspiraciones profesionales y tentativas poéticas recorren unas esclarecedoras y emotivas páginas; para continuar con la docencia universitaria en Oxford, el funcionariado internacional en Ginebra, en un organismo de la ONU, alternando con la militancia antifranquista, inmerso en la condición civil de exiliado moral; y la muerte de su hijo Antonio, un demoledor divorcio, nuevo matrimonio y su retiro a Almería, que acaso tuvo mucho de balance espiritual, geografía del sosiego y recuento de lo vivido y escrito.
A lo largo del volumen se abordan lacerantes cuestiones, como su desencuentro con quien fuera entrañable amigo y malogrado poeta, Alfonso Costafreda: «Era muy amigo mío, lo quería mucho y también escribí un poema bastante duro sobre él, ''Portrait of the Artist as a Young Corpse'', pero fue para sacudirlo y no lo recogí nunca más en libro» (Pág. 286); o su decidido compromiso cívico ante el «caso Padilla», que agitaría las aguas culturales y políticas cubanas y europeas, y que recordaba así: «En primer lugar, me sumé de inmediato a las protestas y manifiestos contra la supuesta autocrítica de Padilla y su efectiva detención en 1971. Por eso respondí a Alfonso Sastre en la propia revista Triunfo, en la que él defendía y disculpaba al gobierno cubano de semejante atropello». (Pág. 317); junto a otros referentes y relaciones más gratificantes, como su amistad y colaboración intelectual con María Zambrano: «Ella recordaba que Bergson había dicho que a veces sólo Dios y él entendían sus escritos y que otras veces sólo los entendía Dios, pero que ella contaba siempre con el Ángel, es decir, conmigo, como intermediario entre Dios y ella». (Pág. 309); o la declarada admiración hacia José Lezama Lima: «A mí ya me había llamado la atención muy tempranamente y escribí sobre él y sobre la revista Orígenes en mi juventud, cuando aún no se reconocía su importancia ni su grandeza. Luego le dediqué los poemas tratándolo de ''maestro cantor''». (Pág. 316); y su cercana relación con Borges, del que ofrece esta semblanza: «Era muy simpático, muy inteligente y muy modesto en el fondo, ese tipo de persona que se despega de sí mismo, que no termina de creer que existe. A mí me interesa muchísimo esto porque además creo que también me pasa un poco a mí, que no creo que exi ta completamente». (Pág. 319).
Las manifestaciones del poeta constituyen a la vez una guía de sus ascendentes literarios, predilecciones artísticas y obsesivos patrones culturales. Aparece así su dedicación a la mística quietista de Miguel de Molinos, como exponente de una espiritualidad estetizante, elogio del silencio y aniquilación de la voluntad; así como su fascinación por Quevedo, de quien admirará el tono bronco, de cínica sinceridad, de su áspera poesía; sin olvidar la integridad solipsista de Antonio Gamoneda; el componente ético de la lírica de Antonio Machado y su característica “palabra en el tiempo”; las desconcertantes paradojas existenciales de Unamuno, con su deísmo agnóstico y relativista; el descubrimiento de la revolución de formas y temas del modernismo, con Rubén Darío a la cabeza; su interés por el esoterismo cabalístico y las metafísicas transgresoras; la estrecha relación entre poesía y filosofía, en una configuración estética de la trascendencia vital; la radical influencia de Rosalía de Castro y la lengua gallega; la amistad con Alberto Jiménez Fraud y el influjo de la Institución Libre de Enseñanza; la fascinación por el arte de Tàpies y Chillida; o la poderosa presencia de los versos cernudianos en la propia poesía: «Cernuda es el poeta con el que yo establezco esa relación difícil del poeta que te influye tanto que quieres matarlo». (Pág. 383) Del mismo modo que se muestra crítico con la que juzga desigual poesía de Alberti, reticente con los poetas de su propia rechazada generación o irónico con el autoritario mandarinato de José María Castellet en la literatura española de los años sesenta y setenta.
El trasterrado crítico
Con esta completa selección de entrevistas, y la aportación fotográfica que la acompaña, recorremos a lo largo de los años el pensamiento poético, las vicisitudes personales y la trayectoria intelectual de un José Ángel Valente con quien reconstruímos a la vez varias décadas de cultura española, curiosamente contemplada desde la distancia europea del transterrado crítico, lúcido y sensible que afirmaba: «La escritura del poeta es mucho más secreta, menos atada a la obediencia de lo voluntario. Es una escritura profundamente libre. Por eso es tan importante, a pesar de lo minoritaria que pueda ser la poesía. El lenguaje, dijo Nietzsche, está lleno de metáforas congeladas; la poética es el agua pura, sin contaminar, que nace de esa descongelación, el punto cero donde el lenguaje nace de nuevo para decir cosas nuevas». (Pág. 224). En estas páginas hallamos a un poeta libre que aún nos dice apasionantes cosas nuevas.