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Velázquez, esbozo de una obra perdida

El Prado expone en sus salas «Retrato de Felipe III», una donación de William B. Jordan y American Friends of the Prado Museum. Es uno de los poco esbozos que se conservan del artista y una valiosa pieza para indagar en el talento y capacidad pictórica del maestro sevillano
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El Prado expone en sus salas «Retrato de Felipe III», una donación de William B. Jordan y American Friends of the Prado Museum. Es uno de los poco esbozos que se conservan del artista y una valiosa pieza para indagar en el talento y capacidad pictórica del maestro sevillano.
En 1988, William B. Jordan adquiría en Inglaterra una tela con la superficie oscurecida por una gruesa capa de suciedad, los bordes dañados por viejas marcas de clavos y los contornos desvaídos por sucesivos repintes que impedían apreciarlo. Había reparado en ese lienzo por mera casualidad, al repasar descuidadamente el catálogo de una casa de subastas de Londres. Debajo de la fotografía en blanco y negro leyó una escueta descripción –«Retrato de caballero, en busto, con alta gola»– y la supuesta atribución, que para él ya era de antemano inverosímil: «Círculo de Justus Sustermans». Empujado por un golpe de intuición, lo adquirió y, después de proceder a su limpieza y posterior restauración, vio comfirmada las sospechas iniciales. El hombre de aquel lienzo, arrinconado por la historia, guardaba un parecido más que asombroso con Felipe III y el estilo, tan característico, le traía a la memoria la técnica y maestría que Velázquez empleó en los años veinte del siglo XVII, en especial periodo comprendido desde su llegada a la corte en Madrid desde su ciudad natal, Sevilla, y su primer viaje a Italia, que tanto influiría en su evolución.
El cuadro, que desde ayer puede contemplarse en el Museo del Prado, escondía un secreto mayor, destinado a completar ese puzzle que es la vida y la obra de Velázquez que, a pesar de su fama, todavía conserva algunos misterios. Tras un atento análisis de esta obra, los especialistas determinaron que se trataba de un Velázquez. La manera de tratar los labios, la organización expresiva del rostro, la delicadeza a la hora de trazar los diferentes rasgos faciales de la figura y la forma de modelar las sombras y resaltar determinados puntos de luz dirigieron a los expertos hacia esa conclusión. El busto, además, compartía evidentes paralelismos con otros retratos de la misma época firmados por el artista entre 1627 y 1629, y los estudios técnicos elaborados para su examen revelaban claras analogías con los materiales que solía usar el pintor. Pero ahora quedaba pendiente una pregunta que había que contestar: ¿cómo pudo Velázquez retratar a Felipe III si éste ya había fallecido cuando él acudió a palacio?
La historia de esta pieza está vinculada estrechamente a uno de los trabajos más importantes de Velázquez. Con una pintura cuya fama ha llegado hasta hoy a través de distintos testimonios y de algunos dibujos inspirados en ella, pero que no conservamos en la actualidad. Se trata de la «Expulsión de los moriscos», una obra ejecutada en 1627 en competición con Vicente Carduco, Eugenio Cajés y Angelo Nardi. Este óleo estaba destinado a adornar uno de los paramentos del Salón Nuevo, una de las estancias principales del Alcázar Real. Representaba a Felipe III apuntando hacia los moriscos expulsados. El conocimiento y la fama de esta composición ha llegado a nuestros días debido también a algunas descripciones que se hicieron de ella. La obra, a pesar de su valía y de su prestigio, no obstante se perdió en el incendio de 1734 que asoló las habitaciones reales.
Su función
La importancia de «Retrato de Felipe III», de Velázquez, que Wi-lliam B. Jordan ha cedido a la pinacoteca madrileña, es todavía mayor si tenemos presentes estos hechos. Para empezar, no es un cuadro, es un esbozo, y uno de los pocos que se conocen y que pertenecen a Velázquez, como explica con claridad Javier Portús, jefe del Departamento de Pintura (hasta 1700) del Museo del Prado. «La relevancia de la tela proviene de varios aspectos distintos. Para empezar es un boceto, algo excepcional, porque no se conservan muchos de Velázquez. Esto nos lleva a preguntarnos por cuál había sido su función. Después de haberlo estudiado con detenimiento el retrato se ha deducido que mantiene una fuerte relación con “Expulsión de los moriscos”, una de las creaciones más importantes que emprendió Velázquez y que ha desaparecido». Esto nos lleva a responder la principal incógnita que planteaba el lienzo: cómo Velázquez pudo retratar a este monarca si nunca llegó a verlo en persona. Todo indica, y esto no es nuevo en la historia del arte, que Velázquez estudió los retratos que se conservaban del rey español y que esta pieza estaba dirigida a estudiar y asimilar las facciones de este rostro en los párametros de su estilo. «Velázquez –comenta Javier Portús– jamás coincidió con Felipe III, ya que muere en 1621. Pero él, sin embargo, debía ser la parte central del cuadro “Expulsión de los moriscos”, así que Velázquez tiene que imaginarse cómo debía ser. Para este reto acude a los retratos que se le hicieron. Este esbozo es un ensayo de cómo podía ser Felipe III una vez asimilado por su estilo».
Para Portús, el esbozo tiene un valor añadido, que es importante resaltar y que hace referencia al momento preciso en que se acometió: «Velázquez ha resuelto la figura en unos tonos grises, pero no tienen nada que ver con los propios intereses que guardaba él como artista. Con la muerte de Felipe III, la nueva corte decide desmarcarse del anterior gobierno, que ha sido cuestionado por su enorme despilfarro. Por eso, Felipe V adopta cierta sobriedad, que está muy patente en la ejecución de esta pieza». Pero existe un rasgo más que merece la pena destacar y que afecta a la apreciación de Velázquez como uno de los pintores más grandes de la historia. Portús añadió más tade: «Velázquez hereda un concepto de retrato cortesano con rostros muy homogéneos, sin apenas sombras, que supone una visión del Rey de España como un semi-dios. No se primaban los rostros expresivos, pero la aportación del pintor al retrato real se ve en este cuadro con la búsqueda de mayor corporeidad».
Para la obra, como ha apuntado el propio Portús, también «nos habla de la rapidez con la que Velázquez resolvía sus pinturas y de la indudable certeza en el manejo del pincel. Velázquez llega un momento en que prescide de acometer esbozos, algo que suelen hacer la mayoría de los pintores, como trabajo previo a acometer un lienzo. Él decide emprender directamente el diseño en la obra y hace las correcciones sobre él, si necesita hacerlas. Esto nos dice algo de su carácter, de la asombrosa seguridad que tenía sobre sus capacidades y de su extraordinaria destreza».
Una obra clave
La llegada del óleo a la que se ha definido ayer como la «casa» de Velázquez, fue valorada positivamente por Miguel Falomir, director del Museo del Prado. «Aunque poseemos la mayor colección de Velázquez en el mundo, todavía existen huecos, y uno de ellos es este boceto de Felipe III. El propio Falomir recalcó que «la donación suple una laguna. Y es que, de una obra muy importante de Velázquez como fue “Expulsión de los moriscos”, no se tenía ni un solo rastro en El Prado y ahora sí, gracias a este boceto preparatorio para dicha composición, que de alguna manera es una obra fundamental en la carrera de Velázquez». Confirmada como un esbozo preparatorio para «Expulsión de los moriscos» y como un ensayo de Velázquez para abordar el retrato de Felipe III, queda la cuestión de sopesar cómo todos estos nuevos descubrimientos recientes de obras vinculadas a Velázquez afectan a su imagen como pintor y al conocimiento de su persona y su trayectoria. Para Javier Portús está bastante claro: «Es muy difícil que se termine resolviendo el puzzle de Velázquez. Hay varias maneras de abordarlo. Hasta ahora se consideraba que era un gran pintor que había dejado un legado contado, muy escueto si se compara con la obras de otros artistas. Si ahora se decide aceptar los cuadros que recientemente están apareciendo como suyos, es lógico que se amplíe el catálogo y, por tanto, la manera de definir a este artista. Hasta ahora era un pintor que había trabajado poco pero muy bien. Y eso lo demostraba su catálogo, que era restrictivo. Pero con las pinturas varían los límites de la calidad y se va modificando, por tanto, la percepción que podemos tener de él y de su obra. Es un momento muy intenso e interesante para discutir y debatir sobre, porque la consecuencia de lo que se decida redundará al final en cómo se definirá a este creador».
Durante la presentación de «Retrato de Felipe III», situado en en los primeros metros de la galería central del Prado, estaba presente William B. Jordan con un impecable traje de rayas azul oscuro. Su expresión reflejaba la evidente satifacción que le producía depositar esta obra entre los fondos de la pinacoteca madrileña. En el acto de ayer reconoció que las conversaciones para la cesión de esta pieza empezaron en 2008 y reveló que «esta historia empezó hace 30 años, cuando encontré el cuadro y ya lo relacioné con la “Expulsión de los moriscos”. Investigué e hice un estudio, pero quería saber si el Prado estaba de acuerdo porque tengo el máximo respeto al museo». Con su aportación, la figura de Velázquez sale un poco más a la luz. Para Javier Portús todavía quedan algunas zonas en las que profundizar, como son los años de juventud y de formación. «La pintura de esa primera etapa dejó un tremendo impacto en Sevilla. ¿Pero cómo de grande? Es un punto que todavía tenemos que indagar...»