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Vetusta Morla y los años prodigiosos del pop español

El grupo celebra en el WiZink Center de Madrid el décimo aniversario de la publicación de «Un día en el mundo», su opera prima, para acabar bien 2018
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El grupo celebra en el WiZink Center de Madrid el décimo aniversario de la publicación de «Un día en el mundo», su opera prima, para acabar bien 2018.
La historia de aquel disco aparece ligada en la memoria de muchos a una tecnología descatalogada, a una forma de escuchar (y «piratear») música que suena a cavernas. Cuando se publicó «Un día en el mundo» era el momento de los Mp3 y los cedés del top manta, del P2P y otras maneras de socavar la industria discográfica y a los autores pero que sirvió a los madrileños de un trampolín del que no había precedentes. En aquellos días, en el suelo de calles y plazas, junto a los consabidos ex triunfitos y las películas de Hollywood, se vendía el disco de un grupo madrileño que corría como la pólvora entre los jóvenes con un nombre, que, ya se lo habían advertido muchas veces, era un poco rarito. Vetusta Morla no lograron publicar el trabajo en ninguna discográfica, pero no les hizo falta y casi sirvieron de modelo para muchos grupos que vinieron después. También puede decirse que los de Tres Cantos crearon público en cierta medida. Devolvieron al pop en castellano a un lugar interesante, digno de arrastrar masas, pero en el lejanísimo (¡no tanto!) 2008 todo estaba por ocurrir. El domingo, en el WiZink Center de Madrid, Vetusta abren sus recuerdos para celebrar «El disco que cambió nuestras vidas».
Buscar la emoción
Juanma Latorre, guitarrista y uno de los motores creativos del grupo, explica el planteamiento: «Nos encontramos con que cumplíamos años, porque el 98 fue nuestro primer concierto y en 2008 publicamos el primer disco. Y resulta que ha habido muchos grupos últimamente de aniverario: Sidonie, Los Planetas, Lori Meyers, Love of Lesbian... y, bueno, nos parecía interesante dejar constancia de que algo nos pasó en aquel entonces y nuestra idea era, más que jugar a la nostalgia o recreación de aquel disco, hacer una superposición de presente y pasado a distintos niveles, tanto audiovisual como musical. Porque las canciones, la mayor parte, no las tocamos como fueron grabadas, sino que es una revisión desde el presente». ¿Hay arrepentimientos sobre ese disco, para muchos, perfecto? «No realmente. Hemos revisado todas las pistas del álbum tal cual se grabaron y está justificada, creo, la emoción que causa en personas empezando por nosotros mismos. Porque hay algo emocionante y mágico capturado ahí. Lo que pasa es que no entendemos la música de la misma forma». El discurso del disco, su universo, es otro: «Creo que hay varios ejes temáticos importantes. Para mí es más importante lo que tiene que ver con perseguir lo que a uno le emociona de cualquier cosa. A veces incluso de manera kamikaze, de buscarlo incluso en contra de su propio bienestar o sentido común. También cuenta una historia de amistad y de apoyo mutuo», dice Latorre, que, cuando se mira a sí mismo hace una década ve: «A un pardillo, ¿por qué no decirlo? Estamos revisando grabaciones de cuando estábamos en el estudio, porque hicimos como una especie de ''making off''' y salimos como polluelos asustados que no saben qué hacer. Íbamos a dejar el trabajo y es interesante, porque rara vez tiene uno la fortuna de encontrarse con un documento en carne viva de las dudas y la incertidumbre que teníamos, pero también de la ilusión y la determinación. Hay una mezcla de ingenuidad e irreflexión», comenta el guitarrista.
En su día, Guillermo Galván tuvo la intuición de grabar lo que estaban haciendo. «Documentó todo el proceso e iba haciendo como pequeñas entrevistas sobre las perspectivas de futuro. Pienso que Guille quería dejar constancia de lo que estaba pasando. En aquel entonces podía parecer algo inúitil, dada la ausencia total de perspectivas, pero, a día de hoy, tenemos un tesoro. Es la base que nos permite reconstruir el disco y quiénes éramos», cuenta. En todo caso, oro emocional.