Vikingas: mujeres guerreras, pero en casa
Aunque series como «Vikings» magnifican la presencia de las mujeres en los saqueos y las guerras llevadas a cabo por los escandinavos entre los años 800 y 1100, una participación que solo fue ocasional, sí es cierto que el papel de ellas en la sociedad era activo, con derecho a pedir el divorcio, mando en los negocios y un fuerte liderazgo dentro de la comunidad
La fascinación por el mundo vikingo, o más bien la adulterada concepción del mismo que ha trascendido a nuestra cultura popular, nunca ha despertado tanto interés como ahora gracias a la publicación de rigurosos trabajos científicos y de divulgación histórica y, en mayor medida, a la enorme popularidad de la serie de televisión «Vikings», que bajo la premisa de acercar la realidad de ese mundo «sin cuernos» al espectador ha cosechado un gran éxito a lo largo de sus cuatro temporadas (hay una quinta en preparación). Sin embargo, para ser una ficción que se presupone histórica, «Vikings» es responsable de la creación de nuevos tópicos sobre el mundo medieval escandinavo que están calando a marchas forzadas en nuestro imaginario colectivo, y nada podría seducir más a la audiencia (de ambos sexos) que la construcción de sus personajes femeninos: fieras guerreras, poderosas reinas y, ante todo, mujeres independientes. ¿Responden a una realidad histórica, o a una necesidad de redefinición de los roles en nuestra sociedad actual mirándonos en el deformado espejo de un pasado ficticio? ¿Quiénes eran en verdad estas vikingas?
Lo primero que podríamos apuntar es que algunas escandinavas durante lo que conocemos como la Era Vikinga (800-1100) gozaron de privilegios, derechos, libertades y un grado de poder notable. Algunas tuvieron poder y participaban activamente en la vida pública, eran ellas las que controlaban y dominaban la esfera doméstica, y se hacían cargo de ésta en su totalidad cuando los hombres partían largas temporadas a saquear o comerciar. Eso las convertía en una parte esencial e imprescindible para el funcionamiento y la continuidad de la sociedad escandinava, ya que desarrollaban tareas de vital importancia: se encargaban de las provisiones de comida, que también cocinaban; se ocupaban de tejer con el telar el vestuario de toda la familia, los tapices que decoraban y calentaban las frías paredes de la casa comunal y hasta realizaba las velas de los barcos; en sus manos estaban los conocimientos médicos y el cuidado de ancianos, niños y pobres; trasmitían historias, leyendas y creencias de generación en generación y, parece ser, fueron las encargadas de la magia y la hechicería en el mundo vikingo. Además, recientes estudios desbancan las hipótesis más seguidas hasta la fecha que giraban en torno a la única participación del género masculino en las expediciones, y estas son sustituidas por otras que nos muestran que las mujeres viajaron con los hombres y participaron de forma activa en los procesos de migración y en la colonización de algunos territorios a los que llegaron los vikingos. Especialmente, aquellos menos poblados, como Islandia, Groenlandia, las islas Orcadas o las Shetland. Las vikingas tenían voz y voto en los matrimonios e, incluso, podrían solicitar el divorcio y recuperar su dote. Aquellas que se quedaban viudas no eran denostadas y apartadas como en otras sociedades, sino que, generalmente, pasaban a controlar la totalidad de las propiedades y se hacían con las riendas de los negocios familiares. Y varias, como sabemos gracias a los restos hallados en el barco funerario de Oseberg (Vestfold, Noruega), llegaron a ser realmente poderosas.
Las «doncellas escuderas»
Que eran poderosas es un hecho, ¿pero lo es también que fueron guerreras? Algunas probablemente sabían luchar y, más que seguro, hubieron de hacerlo. Sin embargo, nada indica que participaran de las expediciones de saqueo como los hombres ni que se dedicasen a la guerra de forma profesional. Las primeras referencias a mujeres guerreras, las llamadas «skjaldmö» (que se puede traducir como «doncella escudera»), las encontramos en la literatura nórdica medieval, especialmente en las Sagas, relatos que –y es importante tenerlo en cuenta– son muy posteriores a la Era Vikinga (del siglo XII en adelante), fueron escritos por hombres cristianos y, sobre todo, con fines muy específicos. Como ejemplo podemos citar las Sagas de los islandeses («Íslendingasögur») que nos cuentan la vida de grandes héroes en una suerte de cantar de gesta nórdico, y las de los tiempos antiguos («Fornaldarsögur»), que son, directamente, obras de ficción en las que aparecen todo tipo de elementos mágicos y mitológicos como dragones y dioses.
Pero también es en este tipo de literatura donde encontramos personajes femeninos de los que sí podemos deducir algunos aspectos: Lagertha aparece en la «Gesta Danorum» del historiador danés Saxo Gramático y en alguna saga, como la de «Ragnar Calzaspeludas», y lo hace como una mujer que luchó contra un caudillo que se había apoderado de Noruega y había sometido a gran cantidad de mujeres. Escrito en el siglo XII, este texto recoge también que en la batalla de Brávellir –mediados del siglo VIII– más de 300 lucharon ataviadas como hombres para ayudar al bando danés frente al sueco. En la saga de Erik el Rojo y en la Saga de Laxdœla aparece Freydís Eiríksdóttir, hija del propio Erik, quien, en un viaje a Vinland (Terranova) tuvo que enfrentarse a los nativos de la zona, llamados «skraelingar», cuando fueron atacados en el campamento que habían montado. Si además tenemos en cuenta que estos relatos incluyen elementos mágicos y mitológicos de forma humanizada, estas mujeres podrían bien ser las valquirias, una de las figuras más importantes de la mitología nórdica, asumiendo el rol de escuderas guerreras. Por tanto, podemos pensar en mujeres blandiendo armas, pero no como algo habitual, sino en situaciones extremas y en contextos excepcionales; como las propias vikingas que defendían sus granjas cuando los hombres habían partido y su comunidad era atacada por codiciosos vecinos o por alguna fuerza extranjera.
En materia arqueológica, nuestras fuentes no son mucho más esclarecedoras. Es cierto que se han hallado yacimientos con entierros femeninos cuyo ajuar funerario ha desconcertado a los arqueólogos porque contenían armas y otros elementos generalmente asociados a los hombres. Sin embargo, son escasos y poco concluyentes; hasta la fecha, la norma general en los entierros vikingos es una fuerte diferenciación de papeles de género: los hombres, enterrados generalmente con armas y herramientas; las mujeres, con artículos relacionados con el hogar, la costura o la joyería. El hecho de que una tumba femenina presente atributos o elementos masculinos como armas, escudos, caballos y objetos relacionados con el comercio no es un indicativo de que se dedicasen a menesteres de ese tipo. No son pocas las tumbas en las que se han encontrado hachas; sin embargo, algunos escritos nos hablan de hechiceras que portaban estos objetos para desempeñar sus rituales, un terreno asociado, como hemos visto, principalmente a las mujeres. También eran herramientas de uso cotidiano en las granjas que, como también se ha visto, gestionaban las mujeres. Sabemos que las viudas asumían los roles de sus difuntos esposos, y eso podría indicarnos por qué sus tumbas contenían armas u objetos relacionados con el comercio, como las balanzas de pesar plata.
Con todo esto, podríamos concluir que, si tenemos en cuenta el peso que las mujeres tuvieron en la sociedad vikinga, de haber existido guerreras como tal, lo habrían sido de forma excepcional y antes de casarse y formar una familia, cosa que ocurría a tempranas edades. No obstante, como hemos visto, no necesitaron luchar para ser piezas fundamentales de su época, tanto como los hombres.
El falso mito de los cascos con cuernos
Hasta el siglo XIX ningún vikingo llevó un casco con cuernos. Fueron una invención del pintor sueco August Malmström, quien, en el año 1820, los representó así en las ilustraciones del poema épico «La saga de Frithiof» para hacerlos parecer fieros y brutales. En 1876 se estrenó la ópera de Richard Wagner «El ocaso de los dioses» y en las ilustraciones que acompañaron los programas de la ópera también aparecieron. Pese a su fama de sanguinarios y salvajes, los vikingos no solo se dedicaron al pillaje y al saqueo. La realidad es que fue una sociedad mayormente dedicada al comercio que les llevó a visitar lugares tan lejanos como Bagdad o Constantinopla. Además, cuidaban su aspecto más que sus coetáneos de Europa occidental: se bañaban y hacían la colada regularmente y en sus asentamientos se han hallado piezas de higiene personal.