Vitoria revive la pesadilla
Eva García Sáenz de Urturi recurre a sus orígenes para centrar la trama de «El silencio de la ciudad blanca». Una novela negra en la que se repiten. unos esotéricos crímenes de veinte años antes
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Eva García Sáenz de Urturi recurre a sus orígenes para centrar la trama de «El silencio de la ciudad blanca». Una novela negra en la que se repiten
unos esotéricos crímenes de veinte años antes
Faltan meses para el jolgorio del Día del Blusa en Vitoria y Eva García Sáenz de Urturi ya se ha encargado de ponernos en aviso para lo que viene este año. Si por entonces, la noche del 24 al 25 de julio, tienen una edad terminada en cero o cinco y van en pareja anden con cuidado por las calles de Gasteiz. Procuren no pasar demasiado cerca de la Catedral Vieja. No todo va a ser buen rollo. Un asesino anda suelto. El mismo «modus operandi» que veinte años atrás. Crímenes idénticos: víctimas pares –hombre y mujer o niño y niña–, tumbadas en el suelo, apellidos con ADN local, cara a cara, acariciando la mejilla de su compañero/a de lecho y con tres eguzkilores, o flores del sol, rodeando los cuerpos en un triángulo perfecto. Entonces, llegan las dudas: ¿quién es verdaderamente Tasio Ortiz de Zárate, el hombre que está en prisión pagando por ello? ¿Hay un imitador ahora que está a punto de cumplir condena el desde este momento presunto culpable? ¿Qué ha fallado? ¿Hubo cómplices? A todo ello deberá hacer frente Unai «Kraken», el inspector que narra los hechos y que rápidamente quedará fuera de juego por un disparo en la cabeza... «Porque esto va en serio».
Así presenta Eva García «El silencio de la ciudad blanca» (Planeta) en la villa que ha pateado desde pequeña. Un «thriller» policiaco-esotérico que le ha hecho cambiar la novela histórica por la negra, donde dice sentirse más cómoda. «No he disfrutado nunca tanto como escribiendo de mi gente, mis calles, mi cuadrilla...». Cuenta que el proceso de documentación para sus anteriores obras era largo y pesado, aunque escuchando el camino seguido en el nuevo libro no parece mucho más sencillo: «Me apunté a una academia de policías para entender cómo van estos asuntos, en Experto en Perfilación Criminal e Inspección Técnica Ocular. Tuve que hacer exámenes como si estuviera opositando». Del primer curso aprendió a meterse «en el coco del asesino» y a distinguir entre psicópata y psicótico. El segundo, a saber por donde no ir. Aquellas imágenes «desagradables» de casquería y carnicería la hicieron darse cuenta de que no quería una novela de color rojo sangre, sino negra, la que siempre ha leído. Más legible para sus anteriores lectores. Y más cómodo: «Si escribes de lo que conoces tendrás más tiempo libre».
Como también tiene bien metido en la cabeza el arraigo de Vitoria-Gasteiz. Tradiciones que ha querido recoger y que cuenta con detalle en el libro. Cada ladrillo y cada adoquín de sus calles, los murales de la Brigada de la Brocha, los portales, la plaza de la Virgen Blanca, el Coño (o Mirada)... O como también explica mientras pasea por la calle Dato: «Los hojaldres de aquí y la leche merengada de allá, el Caminante...». La presencia de los eguzkilores, flores usadas antiguamente como protección para evitar la entrada de malos espíritus en los caseríos. Una obsesión constante por llevar a una lectura en imágenes. Instantáneas que te van guiando por la capital alavesa a modo de guía turística.
«Algo más literario»
Escenario real. Historia de ficción. «Quería hacer algo más literario por no molestar a nadie. Tengo imaginación de sobra para ello», aclara la vasca. Así ha creado un asesino en serie de los listos. Por encima de sus captores. Un paso por delante de un Unai «al que el caso le queda grande». Aquí mandan los principios económicos: matar porque compensa. Nada de azar. Crímenes «elegantes» –dentro del límite del horror– que convierten Vitoria en el escenario de una macabra lotería ritual. «Cuando el que se pone a matar en cadena es un puñetero genio, sólo puedes rezar para que tu bola no salga del bombo dorado y el niño de turno no cante tu número con voz temblorosa».