Vuelve el desencanto de los Panero
Renacimiento reúne 16 relatos de Felicidad Blanc con el nombre de «La ventana sobre el jardín. Cuentos reunidos». El primero está fechado en 1949 y el último poco antes de su muerte, en 1990. Se salda así una deuda literaria con la esposa del poeta Leopoldo Panero.
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Renacimiento reúne 16 relatos de Felicidad Blanc con el nombre de «La ventana sobre el jardín. Cuentos reunidos». El primero está fechado en 1949 y el último poco antes de su muerte, en 1990. Se salda así una deuda literaria con la esposa del poeta Leopoldo Panero
No fue «per se» Felicidad Blanc (Madrid, 1914-San Sebastián, 1990). Fue «per alia». La esposa de Leopoldo Panero. La madre de Lepolodo María, de Juan Luis y de Michi... Quizá acabó por pesarle en demasía esa coletilla incómoda que no logró quitarse en vida y que la ha acompañado hasta más allá de la muerte. A ella, una joven tan dispuesta y decidida en su juventud, de buena familia a la que una guerra terrible la despertó a la vida. Aquella chica un tanto endeble que veía por la ventana al Hortelano, una niña bonita (en palabras de la escritora Mercedes Formica, que la conoció antes de la Guerra Civil, «era la muchacha más bella de Madrid y vivía en una bonita casa de los bulevares rodeada de jardines y de cierto misterio»). Que creció de golpe tras la muerte, también terrible, como la maldita guerra, de su hermano Luis. Ella, que apuntaba maneras de «sin sombrero» se quedó diluida en la inmensa sombra de un marido tan rudo como ella no habría imaginado. Sus padres le advirtieron de que no sería feliz con él; sin embargo, ella, con ese nombre que es pura paradoja, decidió emprender una nueva vida de versos y literatura y se refugió en un poema, el único que le alegraba los momentos en que la vida le abofeteaba sin la menor conmiseración (noches eternas esperando oír las pisadas tambaleantes del marido ebrio). Un poema inmenso escrito por Leopoldo Panero tras una riña y que contenía un verso de siete palabras, uno de los más redondos que se hayan podio escribir: «Lo más mío que tengo eres tú». En sus memorias, publicadas con el nombre de «Espejo de sombras» en 1977 y vueltas a editar en 2015, la que fue una de las más bellas señoritas de aquella posguerra color ceniza de Madrid, resume esa infelicidad, insatisfacción que llevó tatuada a la piel y de la que solo en contadísimos momentos quiso, supo o pudo desprenderse.
En las revistas punteras
Respiró de niña literatura y gracias a su matrimonio con Panero la vivió de cerca y la tocó. No es extraño pensar que quisiera dar salida a sus inquietudes a través de unos cuentos que vieron la luz en las revistas más punteras de la época, como eran «Espadaña», «Ínsula» y «Cuadernos Hispanoamericanos». «No me atrevo a leérselo a Leopoldo. Se lo leo a mi madre. Y a ella le parece que suena bien y que refleja algo que está ocurriendo, el materialismo de una época que comienza, que será despiadada con los humildes, con los que no pisen fuerte. Días después escribo “La institutriz. Y algo más tarde, mientras mezo la cuna de Leopoldo María, con al otra mano escribo “Domingo”, mi cuento preferido. En mi protagonista estoy un poco yo misma en ese momento», dicta en sus memorias. Después, cargada de valor, optará por compartirlo con su esposo, que los escucha con cierta sorpresa. Y después a Luis Rosales, cuyo veredicto espera como si se tratara de la nota de un examen: «Esto hay que publicarlo. Están muy bien, de verdad te lo digo. Están muy bien». Y Felicidad respira entonces con alivio cuando los ve impresos en las publicaciones literarias de la época. «Pero la casa empieza a funcionar mal, los niños cuando me hablan apenas les contesto. Y un día me pregunto si vale la pena, si esos cuentos justifican el abandono. Y dejo de escribir. Vuelvo a ser el ama de casa bastante imperfecta que siempre he sido, pero que trata por todos los medios de llegar a ser mejor. Leopoldo tampoco se da cuenta de este sacrificio. Seguramente pensará que ya no tengo más que contar». Y sí, claro que tenía mucho más, pero de momento no volverá a tomar el bolígrafo, a sentarse frente al papel. A medirse consigo misma en esa lucha entre dos felicidades.
Más de sesenta años después un volumen que verá la luz en poco más de un mes editado por Renacimiento (en el sello Espuela de plata) con el título de «La ventana sobre el jardín. Cuentos reunidos» recogerá 16 de esos relatos, gracias al tesón y al enorme cariño de Sergio Fernández Martínez, investigador predoctoral en la Universidad de León que ha contado con la ayuda del profesor José Luis Huerta y a quien esas memorias fascinaron: «Me di cuenta de que había muchos más de los que ella menciona en “Espejo de sombras”. Pensé que se podía hacer un estudio académico porque el material lo merece. El primero de ellos, «El domingo», es de 1949 y el último, Todos los recuerdos felices», de 1990, poco antes de su muerte», comenta.
En ellos, en cada palabra anida el espíritu de Blanc «y están basados en su biografía, sus experiencias. El estudio digamos que tiene como un centenar de páginas en las que son analizados, desmenuzados, aunque quiero aclarar que no se trata de una edición crítica, sino de una manera de hacer justicia con una mujer, escritora, que ha sido injustamente tratada y colocarla en el sitio que merece. Que haya una visión diferente de la que hasta ahora se ha tenido de ella», explica. De esa madre-madrastra de sus propios hijos. «Nunca se quiso dar la importancia que habría tenido. Ahí están por ejemplo, otras mujeres de escritores que formaban parte de su círculo, como Eulalia Galvarriato, la esposa de Dámaso Alonso. Ella podría haber destacado en ese mundo, pero pasó completamente desapercibida, aunque contó con el aliento de quienes la empujaron a que continuase con la escritura».
Mujer de amplia cultura
El trabajo de Sergio Fernández ha sido arduo, le ha llevado un año, y bastante más tiempo recopilar información. La edición se impulsa desde la Asociación Amigos Casa Panero, desde donde tratan de rescatar el legado y la memoria de la familia Panero Blanc. Para dar con estos 16 testimonios de vida no ha dudado en bucear en archivos, en ir a las fuentes directamente, a las revistas literarias de la época. ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de los relatos? «Yo diría que el hecho de que estén protagonizados por personajes femeninos. Pone en el centro de cada pequeña trama a mujeres que han optado por dejar a un lado su vida y sus inquietudes culturales, que yo creo que es como el trasunto de una época en que ellas estaban siempre a la sombra, en un segundo plano. Muchas de ellas en oficios de menor categoría, incluso alguna de ellas maltratada. Ahí reside su importancia. Recordemos que ella era un mujer muy cultivada, con una amplia cultura, que había sido traductora». ¿Está Felicidad Blanc en ellos? «Está en todos», responde raudo Fernández Martínez, para añadir que «hay parte de su vida, de su biografía. Algunos ya se pudieron ver publicados en una antología con el nombre de “Cuando amé a Felicidad”, que vio la luz en 1979 y que es una joya bibliográfica que se comercializó en un estuche con litografías de Juan Gomila».
Estos cuentos son más bien cortos, la extensión media que permitía que pudieran ver la luz en una revista, y obedecen al estilo ágil de Blanc: «Se llegó a decir que no los había escrito ella sino que habían salido de la pluma de Leopoldo Panero. Una manera más de desprestigiarla. Sin embargo, cuando los lees te das cuenta de que ella está en cada palabra, de que es su manera de escribir, que nada tenía que ver con la del poeta. Se ha dicho que esa frialdad suya la trasladaba al papel y eso ha impedido que fuera valorada como escritora de la manera en que se merecía. En ocasiones pueden parecer ingenuos, pero el uso que hace de la elipsis es prodigioso, algo que se nota en alguien que era una ávida lectora».
En vida de Leopoldo Panero solamente se publicaron seis. El resto, después de la muerte del poeta. Pensamos que quizá uno de los que no vio la luz en vida fue el que está basado, según cuenta Fernández Martínez, en la historia de Luis Cernuda, amigo de la casa y con el que Felicidad vivió quizá los días más bellos de su vida, en Londres, en Battersea Park, momentos a los que recurría una y otra vez cuando la realidad se le antojaba demasiado hosca. A ese amor que tuvo comienzo un día, que empezó como los niños a andar, de repente, y que se fue diluyendo. Hasta que la realidad, una vez más, se impuso con su indelicadeza. Uno de sus hijos será el encargado de comunicarle que el autor de «La realidad y el deseo» ha muerto en México. Y ella, una vez más, lo asumirá con esa mezcla de resignación y frialdad. Y así lo anota en su cuaderno: «¿Dónde estás ahora? Bajo una losa fría tan lejos allá en México. Acaso pensamos ya que quizá nunca más nos volveríamos a ver, y mirábamos el río, las rosas abriéndose, el sol iluminando los narcisos, tu flor preferida, y aquella pared cubierta de hiedra, como algo, lo único que nos quedaría».
La terrible furia de Leopoldo y el cuento reescrito
Luis Cernuda fue ese hombre que la escuchó, con el que compartió tanto y al que su marido detestó para siempre tras una confesión. Felicidad Blanc lo cuenta en sus memorias en uno de los episodios más duros que padeció: Panero la pregunta si alguna vez le ha sido infiel. Ella escucha de los labios del esposo una aventura con una joven de Coros y Danzas de la que se enamoriscó. Ella confía en que no pasará nada si desvela su secreto. Tras pronunciar el nombre del poeta la furia de Panero cae sobre ella sin la menor piedad. La insulta, la echa de casa, aunque al final se quedará en la vivienda pagando un carísimo precio. Cernuda queda desterrado. Para siempre. El cuento referido al autor de «La realidad y el deseo», escrito por Blanc tiene dos versiones. «La primera se titula “Galería de fantasmas” y la segunda, “Carta última”. Ahí se autocensuró. Lo reescribió», desvela Sergio Fernández.