Woody Allen, The end
Hollywood clama contra el director, con el movimiento #MeToo a la cabeza, y prácticamente da la puntilla a la carrera del neoyorquino por los presuntos abusos en los años 90 a Dylan Farrow, la hija de su ex pareja Mia, un caso que nunca llegó a prosperar en los tribunales.
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Hollywood clama contra el director, con el movimiento #MeToo a la cabeza, y prácticamente da la puntilla a la carrera del neoyorquino por los presuntos abusos en los años 90 a Dylan Farrow, la hija de su ex pareja Mia, un caso que nunca llegó a prosperar en los tribunales.
No habrá más películas de Woody Allen. Al menos no en Estados Unidos. Lo contrario, esto es, que un inversor apueste por el hombre acusado de pederastia fuera de los tribunales (dentro ni siquiera se presentaron cargos, tras resultar exonerado por dos investigaciones paralelas independientes) y que un actor tenga el cuajo de aceptarle un papel comienza a parecer casi imposible. Habría que sustraerse al clima siniestro y vengativo de un Hollywood dispuesto a enterrar al director de «Hannah y sus hermanas», «Otra mujer», «Delitos y faltas», «Misterioso asesinato en Manhattan», «Broadway Danny Rose», «Zelig» y etc. Su única posibilidad real pasa por transformar en permanentes sus viajes al extranjero para rodar y, de paso, porque el público europeo, pues el estadounidense parece descartado, acepte seguir consumiendo su cine.
«Soy creíble», repite Dylan Farrow, la hija adoptiva que creció con Allen cuando era pareja de su por entonces musa Mia Farrow. «Solo puedo contar mi verdad y esperar que la gente, además de escucharme, me crea», asegura. Ah, «mi verdad». Porque la verdad depende de quien la enuncie, cada uno tiene la suya y, en definitiva, vivimos la era de los hechos alternativos. Cuestionada sobre un posible deseo de venganza, responde, «¿Por qué no debería querer derribarlo? ¿Por qué no debería estar enojada? ¿Por qué no debería estar herida? ¿Por qué no debería sentir algún tipo de indignación después de que durante todos estos años haya sido ignorada y echada a un lado».
Recuerden, según Dylan, Woody Allen abusó de ella cuando tenía 7 años. En 1992. O sea, en mitad del juicio más seguido de la época, que enfrentaba a Farrow y a Allen luego de que la actriz descubriera que el director, que entonces tenía 57 años, mantenía un romance con su hija adoptiva, Soon-Yi Previn. Hija, quiere decirse, de Mia Farrow y André Previn, que estuvo casado con Mia entre 1970 y 1979, pero no de Allen, que por cierto tampoco fue nunca marido de Mia. Se estima que Soon-Yi tenía, al comenzar su relación Allen, entre 19 y 21 años. Adoptada en Seúl, nunca fue posible encontrar su partida de nacimiento.
Negarle el saludo
La entrevista con Dylan llega apenas dos días más tarde de que Oprah Winfrey haya entrevistado a las mujeres que impulsan la plataforma #MeToo. Actrices como Natalie Portman y Reese Witherspoon, y productoras como Kathleen Kennedy. Cuestionadas al respecto, no lo dudan: Dylan Farrow tiene razón. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Pero da igual. Lo saben. Suficiente. Y esperan que esta sea su última película. Y por si acaso alguien los acusa de colaboracionistas ya están saliendo muchas de las actrices, y actores, que han trabajado con Allen para negarle el saludo. Para disculparse por creer en la decisión de la Justicia. En los casos más espectaculares (y recientes), para devolver los emolumentos que cobraron por participar en sus películas.
La primera en hablar fue Mira Sorvino. En una carta abierta, dirigida a Dylan, escribió hace unos días que «Apenas puedo empezar a imaginar cómo te has sentido, todos estos años mientras observabas como alguien que te había lastimado cuando eras una niña, una niña vulnerable bajo su cuidado, era alabado una y otra vez, incluso por mí y muchos otros en Hollywood mientras a ti te ignorábamos (...) Como madre y mujer, me rompe el corazón. ¡Lo siento mucho!».
Después de ella, la avalancha. «Lamento profundamente haber trabajado con Woody Allen en ‘‘Wonder Wheel. La noria de Coney Island’’. Se trata de uno de mis errores más desgarradores». Palabra del actor David Krumholtz. «Lamento mi decisión», alega Rebeca Hall, que participó en «Vicky, Cristina, Barcelona» y también en la próxima «Rainny day in New York», para añadir que «No la repetiría hoy en día». O Ellen Page: «Hice una película con Woody Allen y es la mayor remordimiento de mi carrera. Me avergüenzo de haberlo hecho». Son todos tan valientes que no les queda otra que seguir la directriz ofrecida por Sorvino en su carta: «Vivimos tiempos en los que todo tiene que reexaminarse. Y si eso significa tumbar los viejos dioses, así sea».
Todo, claro, con independencia de que como explica el periodista Robert Weide, uno de los tipos que ha estudiado y escrito sobre el caso con más ahínco y perspicacia, «la investigación de seis meses realizada por la Clínica de Abuso Sexual Infantil del Hospital de Yale / New Haven, ordenada por la Policía del Estado de Connecticut, concluyó, de manera decisiva y sin ambigüedades, que “Dylan no sufrió abusos por parte del Sr. Allen (...) Tenemos dos hipótesis: una, que las declaraciones de [Dylan] [fueron] hechas por un niño emocionalmente perturbado y acabaron por asentarse en su mente. La otra, que fue entrenada o influenciada por su madre. No llegamos a una conclusión firme. Creemos que es [probable] una combinación de estas dos formulaciones”».
Sin cargos
En mitad de la histeria inquisitorial, con los actores atemorizados, solo Alec Baldwin ha salido a defender a su viejo director «¿Es posible apoyar a los supervivientes de pedofilia y abuso sexual y al mismo tiempo creer que Woody Allen es inocente? Creo que sí. No se trata de descartar o ignorar las quejas. Pero acusar a la gente de esos crímenes debiera de hacerse con cuidado. Entre otras cosas por el bien de las víctimas». El día anterior había escrito que «Woody Allen fue investigado por dos Estados (Nueva York y Connecticut) y no se presentaron cargos (...) Es injusto y triste para mí. Trabajé con Woody Allen tres veces y fue uno de los privilegios de mi carrera». Baldwin, frecuente objeto de ataques por parte del presidente Trump, al que ha caricaturizado con evidente gracia en el histórico programa «Saturday Night Life», se expone ahora a las acometidas del mismo público que hasta hace nada jaleaba sus imitaciones. «No tengo nada que decir», comentó Diane Keaton en 2014, «excepto que creo a mi amigo». Y en 2016, con un coraje que hoy parece casi suicida, la brava Miley Cyrus, que acaba de rodar una serie para Amazon con Allen, explicó que «por la forma en que se comportaba con su familia nunca vi nada más que a una persona increíble y a un padre realmente grandioso. La gente puede machacarme por decir eso».
Volviendo al asunto crucial, esto es, al testimonio de Dylan Farrow. ¿Quién estaba con ellos durante la mañana de los supuestos abusos? Nadie. Bueno... excepto el resto de los niños y las niñeras. Ese fue, cómo no, el momento que Woody Allen, con su afilado sexto sentido para encontrar el instante dramático, un don bien destilado por años de escribir guiones y montar películas, y con la prensa y los abogados de Mia hambrientos de cazarle en un renuncio y degollarle, ese instante y no otro fue cuando el «ultramonstruo», por usar la calificación que le dedicó hace unos días una tal Claire Dereder en un artículo delirante, ese fue el elegido para acometer lo innombrable. Probablemente nunca se sepa si aquello, la «verdad» enarbolada por Dylan y desmentida por Allen, ya prescrita e investigada sin cargos en su día, sucedió o no. Pero una cosa está clara: Hollywood ha dictado sentencia. Y todo apunta a que será irrevocable.
Todas a una, todas con Oprah
Que Oprah Winfrey mueve montañas, masas y lo que se le ponga por delante ya lo sabíamos desde hace tiempo. Un poder que, evidentemente, tampoco iba a perder peso después de su célebre discurso en los Globos de Oro con el que algunos ya la han postulado como la próxima candidata a la Casa Blanca. Con el movimiento «Time’s Up» efervescente por el goteo diario que aumenta la lista de supuestos acosadores, Winfrey aprovechó, para reunir a las principales cabezas de la campaña contra el abuso sexual en los lugares de trabajo y apoyar a Dylan Farrow sin condiciones. Así, Natalie Portman, Shonda Rimes, Kathleen Kennedy, Tracee Ellis Ross, Nina Shaw, America Ferrera y Reese Witherspoon se dieron cita con la colaboradora de «CBS Sunday Morning» y estrella de la televisión norteamericana para analizar el momento actual. «Hay veces en las que se debe evaluar si el silencio es la única opción [de las víctimas]. En ocasiones fue nuestra única opción. Pero ahora no es ese momento», comentó Witherspoon, que también sufrió el ataque de un director cuando tenía solo 16 años. «Todos somos humanos», añadía Portman: «Es tratar a las personas como a tales, y no por tener una hija, una mujer o una hermana, sino porque merecemos el mismo respeto», añadió al actriz.