Crítica de libros
Sobre amor, sexo, traiciones y vida intensa: los libros de esta semana
Giuseppe Scaraffia realiza un retrato de los artistas de la “Belle Époque”, Javier Padilla siga la vida de tres estudiantes a finales del franquismo, Minier traza un «thriller» de corte psicológico que engancha pero traiciona...
«La novela de la Costa Azul»
Giuseppe Scaraffia
Periférica
432 páginas,
22,50 euros
Aquella costa azul de sexo y creatividad, por Ángeles López
En esta crónica de la «Belle Époque», Giuseppe Scaraffia realiza un retrato de los artistas que disfrutaron y crearon en la Riviera francesa
La Riviera francesa se extiende de Menton a Marsella y debe su apelativo a un escritor de segunda fila, Stéphen Liégeard, quien resumió: «Esas playas bañadas por los rayos del sol merecen ser bautizadas como Costa Azul». Aquellos pagos no solo representan un icono de imágenes geográficas idílicas, sino un símbolo viviente de la modernidad: una playa dorada infinita que los escritores y gente de alcurnia han visitado desde siempre. Artistas y personajes chic de todo tipo y procedencia disfrutaron de sol, mar, desenfreno y silencio creativo: desde Sade a Casanova pasando por Hemingway, Chanel, Nietzsche Nabokov, Maupassant, Dietrich, Picasso, Matisse, Saint-Exupéry o Visconti. En realidad, este volumen no es una novela sino una crónica de consulta sobre los años de la «Belle Époque». Treinta y cinco capítulos para otros tantos lugares, fechas y personajes embriagados por el elixir que solo la Riviera francesa podía ofrecer. A ese paraíso de luz –que primero fue lugar de lujo para reponerse de la tuberculosis y después enclave para la jet del momento–, entre vermús, pantalones palazzo, sombreros de paja y alpargatas, silenciosa para los creadores y lujuriosa para los diletantes, nos guía Giuseppe Scaraffia en este libro, quizá el primero compilatorio de los espíritus libres que desfilaron por aquel territorio de libertad. Uno por uno, y en riguroso orden de llegada, conocemos a todas las almas que arribaron a ese oasis de creación y diversión, punto de encuentro mundano, espléndido contenedor natural capaz de despertar y agudizar pasiones, meditaciones, peleas, traiciones, amores, aventuras y arte.
Desde los primeros disturbios eróticos de Flaubert hasta los famosos triángulos amorosos de Simone de Beauvoir y Sartre. Nos toparemos con un Nietzsche huraño y goloso, con «tierno aire infantil» debido al bronceado, con una Mansfield presa de la desesperación y el insomnio, loca de amor por su marido infiel o la mansión de Coco Chanel en la que mandó reproducir las escaleras del orfanato en el que estuvo y que no dudó en mantener un romance con Salvador Dalí «solo para fastidiar a Gala». Veremos a Maupassant practicando vela y visitando el cementerio, a Céline agobiado en el palacete de sus tacaños suegros, a un Yeats acompañado de su jovencísima esposa por la que se realizó una cirugía de rejuvenecimiento y a los hijos de Thomas Mann practicando el incesto, intercambiando amantes de ambos sexos y drogándose.
Un paseo por el placer
Si seguimos el camino de la costa donde Cocteau echó raíces (y alguna canita al aire), nos encontraremos con Blasco Ibáñez viendo las letras pasar en su «jardín de los novelistas» de Menton, «el lugar más icónico de la Costa Azul». Wilde se verá con su amante, Lord Alfred Douglas, y dejarán la huella del tormento de su relación. En Saint-Tropez, disfrutaremos de los palmerales de Hyères donde Scott Fitzgerald terminó de escribir «El gran Gatsby» y en cuya villa, Noailles, Buñuel gestó «La edad de oro». Los Nobel Iván Bunin y Maurice Maeterlinck se codeaban con Matisse y Picasso, mientras Jean Cocteau tomaba el té con Begum y Luis Miguel Dominguín. Nuevos nombres se unieron a la feliz familia entrada la pasada centuria: Grace Kelly, que sería soberana de un reino en miniatura; el comandante Cousteau, marino y cineasta, y Brigitte Bardot, que encerraría bajo siete llaves el misterio de su soledad.
Algunos llegaron para trabajar en su arte, pero la mayoría huía de algo: del fastidio de la fama o de las obligaciones de la corte, de la intolerancia ante la homosexualidad o de la formalidad del matrimonio consagrado por la Iglesia, del desamor, de las penosas obligaciones que conllevan la pobreza o la riqueza, del fascismo y del comunismo. Un plantel inigualable de artistas, príncipes, marqueses, duques verdaderos o falsos, reyes sin prerrogativas y antiguas reinas arruinadas. Toda la población de ex favoritos y croupiers casados con millonarios estadounidenses, de gitanos secuestrados por princesas, de los antiguos trabajadores de cocina convertidos en secretarios de los príncipes y de desconcertantes pianistas por sus conciertos íntimos... Todos estuvieron allí. Y la arena dorada conserva sus huellas. Una verdadera fiesta para adultos, con siestas de verano incluidas, muy sobrada de alcohol, creatividad, sexo y personalidad. Muchas personalidades.
Sobre el autor
Giuseppe Scaraffia nació en Turín en el año 1950. Se doctoró en Filosofía con una tesis sobre la idea de felicidad en Diderot y actualmente es profesor de Literatura francesa en la Universidad de La Sapienza de Roma. Sus sugerentes ensayos suelen transitar siempre de manera indirecta y feliz entre la erudición y la divulgación.
Ideal para...
poder conocer, comprender y analizar la fascinante historia de uno de los lugares más míticos de la Riviera francesa y las peripecias de los más de cien personajes legendarios que vivieron en él durante algún tiempo.
Un defecto
No es una novela, ya se ha dicho. Se hubiera agradecido que el libro –aunque emocionante y prolijo en datos– no fuera un compartimento estanco dedicado a cada autor y hubiera optado por interrelacionarlos más.
Una virtud
El retrato que realiza de los artistas, todos ellos locos y brillantes, de las historias de amor y celos, riquezas ostentosas y robadas, de amores nunca empezados y nunca terminados, como si fuera la trama de una novela.
Puntuación: 8
NOVELA
«A finales de enero»
Javier Padilla
Tusquets
271 páginas,
19 euros
(12,99 ebook)
El amor más trágico de la transición, por Diego Gándara
Ganadora del Premio Comillas, la obra sigue las vidas de tres estudiantes a finales del franquismo
Todo empezó hace unos cuantos años, a mediados de la década de los sesenta, cuando tres estudiantes de Derecho se sumaron, junto a muchos otros jóvenes españoles, a una movilización que, con el paso de los días y de los meses, fue organizándose cada vez más hasta poner en jaque al gobierno de Franco, que al principio reaccionó con cierta perplejidad y, después, con una represión que dejó unas cuantas víctimas en el camino de la transición hacia la democracia. Entre esas víctimas se encontraban los tres jóvenes estudiantes (Enrique Ruano, Dolores González y Francisco Javier Sauquillo), cuyas vidas rearma magistralmente «A finales de enero».
Recientemente premiado con el XXXI Premio Comillas de historia, biografía y memorias, el libro persigue con profusión de datos la peripecia de estos amigos idealistas que, desde sus más profundas convicciones, pretendieron cambiar de raíz la sociedad española de entonces en un momento muy concreto de la historia. Pero no lo hace, aun así, desde una perspectiva política determinada ni con el propósito de poner en tela de juicio la historia de España ni de la Transición, sino que desvela, con la coyuntura de entonces que sirve como un hirviente telón de fondo, otra trama: la de estos tres jóvenes que, además de ser unos fervientes militantes del movimiento estudiantil, vivieron una historia de amor que, como casi todas las historias de amor, no tuvo un final feliz.
«Escribir la biografía de unos personajes recientes con un marcado carácter político tiene muchos riesgos», señala Javier Padilla en el prólogo de este libro que nació, según afirma, sin una idea preconcebida de la historia de España que iluminara su investigación. Así, sin ser pretenciosamente académico, aunque sí extremadamente exhaustivo y riguroso en la información que maneja, que es bastante, esta obra a la vez que reconstruye aquel tiempo veloz y cambiante, al que ahora podemos mirar con perspectiva, entrelaza la biografía sentimental y política del grupo y la convierte en verdadero motor de un relato que no deja de tener un destino trágico.
Política y amistad
Enrique Ruano, que fue novio de Dolores González, murió durante un interrogatorio policial en enero de 1969. Ella después se casó con Francisco Javier Sauquillo. Trabajaron como abogados laboralistas y estuvieron entre las víctimas de la matanza de Atocha, en enero de 1977. Dolores resultó gravemente herida; Francisco Javier, en cambio, murió como consecuencia de los disparos que recibió al tratar de proteger a su esposa. El resultado, en cualquier caso, es un libro completo y que resulta de los más revelador, en el que se combina claramente la investigación con la biografía, la amistad con la política. Todo enlazado en una trama repleta de episodios que cambiaron la historia y de hechos cotidianos vividos por tres estudiante que, impulsados al mismo tiempo por el amor y el entusiasmo, se encontraron unidos por un destino común y trágico.
sobre el autor
Javier Padilla Moreno-Torres (Málaga, 1992) es graduado en Derecho y Administración de Empresas por la Universidad Autónoma de Madrid y máster en Filosofía y Políticas Publicas por la London School of Economics
ideal para...
comprender el pasado reciente de España desde una perspectiva diferente: la de tres estudiantes unidos por el amor y la militancia
un defecto
Ninguno que sea sensiblemente apreciable
una virtud
La fluidez de la prosa del autor, el equilibrio entre la información brindada y el colorido del relato
puntuación
8
ENSAYO
«La vanidad de la caballería»
Stefano Malatesta
GATOPARDO
312 páginas,
20,90 euros
El día que perdimos a los caballos, por Toni Montesinos
En «Los viajes de Gulliver», Jonathan Swift hacía contrastar a los «yahoos», unas bestias inmundas cercanas a la naturaleza del ser humano, con la raza equina de los «houyhnhnms», que a los ojos del viajero eran criaturas templadas, observadoras e inteligentes. En estos caballos, siempre con el objetivo de alcanzar la verdad de todo, se hallaban las mejores virtudes: el raciocinio, la bondad, la nobleza, la amistad y el entendimiento. El autor irlandés idolatraba así al animal que ha acompañado al hombre desde tiempos inmemoriales y a ello alude Malatesta al inicio de esta, su primera obra traducida al español, «La vanidad de la caballería y otras historias de guerra», diciendo que «en los tiempos de Swift, la relación que se establecía entre hombre y caballo aún no se había interrumpido definitivamente, como sucedería a principios del siglo XX con la aparición del automóvil». Cita entonces una singular frase de D. H. Lawrence: «El hombre ha perdido al caballo, y ahora está perdido».
Extravagancias bélicas
Este es el enfoque que el escritor italiano adopta en el libro, presentando al caballo en su posición privilegiada en el campo de batalla, en la vida itinerante de los pueblos nómadas, que dependían de este animal para su supervivencia. Pero esa dignidad y nobleza del caballo pronto tendrá su correspondiente contraste, como en Swift, con los militares montados en ellos, pendientes de su uniforme y su espalda recta, sobre todo en el siglo XVIII, con vestimentas absurdamente recargadas para la lucha armada. Malatesta recorre la historia y el continente europeo en busca de ejemplos paradigmáticos de todo ello, pero también se detiene en cómo el cine de Hollywood ha tratado a los soldados con películas llenas de mentiras. Un pretexto que le lleva a trazar los rasgos esenciales de, por ejemplo, la fama de la carga de la Brigada Ligera, que muy pronto Alfred Tennyson trasladaría a la poesía y sobre la que «más de ciento cincuenta años después, todavía se discute si fue la empresa guerrera inglesa más valerosa, temeraria y noble del XIX, o una especie de gilipollez demencial». Por el libro pasarán un buen número de soldados con sus extravagancias dentro y fuera del terreno bélico, como el curioso caso de Friedrich Wilhelm Freiherr von Seydlitz, un oficial que daba la orden de cargar fumando en pipa. Pero, claro está, destacará el ánimo vanidoso de todos estos combatientes, pues «la vanidad siempre había sido una prerrogativa de la caballería, así como la paciencia y la tenacidad se atribuían a la infantería». Una actitud engreída, aquella impensable en los «houyhnhnms».
sobre el autor
Malatesta ha sido corresponsal, documentalista y, sobre todo, un viajero
ideal para...
descubrir anécdotas militares acerca de las batallas más famosas luchadas a caballo
un defecto
Tal vez se hubiera podido ilustrar el libro con cuadros o fotografías
una virtud
La multitud de personajes conocidos lo convierte en un buen texto de historia
puntuación
9
BEST-SELLER INTERNACIONAL
«Una maldita historia»
SALAMANDRA
508 páginas,
22 euros
(e-book: 13,99)
Minier, vamos a contar mentiras; por Lluis Fernández
El escritor francés traza un «thriller» de corte psicológico que engancha pero traiciona
Hay novelas de intriga con trampa y novelas tramposas. Y las hay indecentes, las que lo fían todo a un narrador no fidedigno, según el término acuñado por Wayne C. Booth, tramposo. Aunque los hay en tercera persona, los más deleznables son los narradores mentirosos en primera persona, pues el lector ha sellado con ellos un pacto de confianza. De ahí ese plus inmerecido de credibilidad. Y para que no lo parezcan, el autor achaca sus lapsos u olvidos a su ignorancia; salvando así las formas. Cuando la narración concluye, el lector respira aliviado porque el narrador ha sido tan fidedigno como prometía.
¿Pero qué sucede cuando quien sustenta la intriga está manipulando de principio a fin el relato sin que el lector desconfíe de él? Que éste se siente manipulado. No es que encuentre contradicciones en su relato o fallos de memoria debidos a cualquier pretexto disfuncional, onírico o mental, es que engaña y mantiene al lector hasta el final en el embeleco. A partir de ese momento crucial, cuando se ponen las cartas boca arriba y se descubre el juego, la mentira mantenida sin fisuras a lo largo de la novela invalida el relato entero. Porque la intriga se ha sustentado en un engaño manifiesto, sin ningún resorte que haga sospechar al lector del propósito.
Cuando se goza de tamaña confianza del lector el golpe de efecto final es mayúsculo pero decepcionante. Como el autor no tiene manera de justificar la patraña trata de eludir las contradicciones cerrando la trama con explicaciones ad hoc y trufándolas con efectos y sorpresas que diluyan la decepción causada. En «Una maldita historia», Bertrand Minier comete todos los engaños con intención de mantener la intriga y rematarla con un golpe de efecto final sorprendente. Y lo consigue. Pero no como lo hicieron Agatha Christie en la estupenda «El asesinato de Roger Ackroyd», en la que su narrador más que mentir omitía hechos, ni el narrador-protagonista Patrick Bateman en «American Psycho», carente de emociones y de un onirismo totalmente disparatado. El protagonista de Minier miente sin otro motivo que justificar y redondear un metarrelato: todo es un engaño. Resulta difícil aceptar aquí el término retórico de narrador no fidedigno, porque nadie cuestiona su credibilidad, escondida hasta el final por necesidades diegéticas: en eso se sustenta la trama y la sorpresa.
Controlar la vida
En general, todo transcurre según los cánones de la intriga psicológica con aditivos modernos: el Big Data y la intrusión en la vida por internet y su capacidad de escuchar, vigilar y controlar nuestra vida privada, acudiendo a la paranoia de Snowden, héroe de la izquierda que ha olvidado que el Gran Hermano se refiere a ella. La novedad es la forma que Minier tiene de incluir en su intriga familiar a madres lesbianas en un contexto de novela de aventuras juveniles siguiendo las pautas de Enid Blyton y su grupo de los Cinco amigos contra malvados de folletín, enmarcado en otro folletín familiar que, siendo benévolos, no es más que un relato tan intrigante como fullero.
sobre el autor:
La calidad de este autor francés es indudable. «No apagues la luz» fue todo un descubrimiento literario y «Una maldita historia» seguirá sorprendiendo a muchos lectores
ideal para...
Lectores de Minier y fans de la intriga psicológica con aventuras, que las hay, a raudales
un defecto
La decepción final, que puede causar el engaño del narrador no fidedigno
una virtud
La exultante capacidad de este autor para, a pesar de todo, intrigar y crear suspense
puntuación
7
NOVELA
«El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes»
Tatiana Tibuleac
IMPEDIMENTA
247 páginas,
20,50 euros
El perdón en carne viva, por S. Fdez.-Prieto
Con un sugerente título nos llega a través de Impedimenta un libro cuya autora, la moldava Tatiana Tibuleac, afirma haber escrito en dos meses, como si estuviera abducida. Es probable que así sea, pues suele suceder que los libros volcados desde las entrañas son los que se devoran por el lector con más pasión, como sucede en este caso, y durante la lectura no dejamos de pensar que si hay ocasiones en que es apropiado describir un libro con adjetivos que parecen tópicos, como crudo y descarnado, está es sin duda una de ellas. «Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años». Así comienza Aleksy a contar la historia de su vida, el día en que su madre le va a buscar a final de curso a un centro psiquiátrico para chicos especiales en Inglaterra, para llevárselo a pasar el verano a un pueblo francés. El desprecio y la agresividad hacia su madre son enormes y resultan sumamente desagradables. Paulatinamente, con idas y venidas en el tiempo, nos vamos introduciendo en la historia de un chico y de un verano junto a su madre que el narrador va desgranando por encargo de un psiquiatra.
Rotos como un parabrisas
La muerte de la hermana pequeña de Aleksy, que se siente, con motivos, un niño no querido por sus padres, hace aflorar un dolor ilimitado en todos. Adoraban a esa niña, Mika, a la que consideraban lo mejor de la familia y cuya muerte dejó a todos «hechos añicos como el parabrisas de un coche». La madre reconoce en ese verano que durante meses pensó mucho más en la hija muerta que en el hijo vivo. Todo esto desencadena el trastorno del chico, que se convierte en un «adolescente averiado» con una enfermedad de dieciséis letras, longitud de la que presume con sus amigos del centro psiquiátrico. Es precisa una enfermedad terminal para que esta mujer se convierta por fin en una madre y Aleksy llega a lamentar que ésta no enfermara antes.
El agresivo lenguaje inicial del protagonista se va transformando, según va cambiando la relación entre la madre y el hijo y van apareciendo nuevos personajes que traen consigo acontecimientos sorprendentes. Cualquier escritor habría necesitado muchas fichas para redactar este libro sin perderse, pero hubiera sido diferente, la autenticidad, el sentimiento que desprende esta novela seguramente solo es posible, como dice la autora, dejándose abducir por la historia. Una magistral montaña rusa de emociones de la que el lector sale conmovido, sacudido y con cierta desorientación que nos lleva a repasar el texto para situar en su tiempo a personajes y hechos, porque la narración de un ser enfermo y atormentado por el dolor nunca puede ser lineal.
sobre la autora
Nació en 1978 en Chisnáu, Moldavia. Es periodista y este es el segundo de los tres libros que ha publicado
ideal para...
quien desee leer una historia llena de emoción y crudeza de la que es difícil salir
un defecto
Ninguno que sea reseñable
una virtud
La intensidad y variedad de las emociones que la autora es capaz de desgranar
puntuación
10
ENSAYO
«La vida intensa»
Tristán García
HERDER
200 páginas,
14,90 euros
Vivir con intensidad: la nueva religión; por Ulises Fuente
Parece que pertenecemos a una humanidad que se ha alejado de la contemplación y de la expectativa de un absoluto, de una trascendencia en cuanto a sentido de la existencia para abrazar una ética en la que el principio de vida es la variación, la fluctuación del ser, es decir, lo nuevo que sucede a lo inédito, y después llega lo inusual, lo inaudito. El fluir de la vida transcurre por modas, descarta lo ya visto, lo rutinario. Esto atañe a los automóviles, a las bebidas, a la ropa, a la pareja. Incluso a las ideas políticas. Y lo queremos todo intenso, del sabor del café al tiempo de descanso: nos prometen vivir en un «escape room» o haciendo «deportes de aventura», una «experiencia intensa». Tristán Garcia (Toulouse, 1981) traza en «La vida intensa» una bella y certera parábola del hombre moderno como un ser eléctrico, sometido a la permanente ambición de subir y bajar de voltaje, pues según esta forma moderna de pensar, los grandes derrumbes nos realizan. Esta es la nueva y única religión: vivir intensamente el tiempo que nos queda, pero por el camino hay víctimas: nuestra identidad se desvanece, nunca es tal, porque ha de ser mudable. No somos algo, sino que aspiramos a dejar de serlo.
El problema de esta ética de la intensidad es que, cuando ésta se percibe, ya ha dejado de serlo. Queda neutralizada, como un drogadicto cuando obtiene su dosis. Hay modelos: ¿quiénes son los héroes de este hombre contemporáneo? El libertino y luego el romántico fueron los primeros. Su versión moderna es la estrella de rock que además blande un instrumento electrificado. Huir del hastío y desconfiar de la tradición son sus lemas. ¿Y saben quién sale mal parada también? La razón como guía de conducta. Ese termómetro gastado, aburrido y mediocre. Esa razón, ese punto medio casi parece una idea burguesa frente a la religión pagana de la intensidad.
«Herido leve. Treinta años de memoria lectora»
Eloy Tizón
Páginas de Espuma
651 páginas,
24 euros
Eloy Tizón, la necesidad de ser otros; por Jesús Ferrer
El autor recopila una serie de textos que abarcan «treinta años de memoria lectora»
Siempre me ha parecido curiosa la palabra «letraherido», el herido por la letra, lector o escritor afectado por el veneno de la literatura, cuya vida gira en torno a una creativa escritura sin fin. Resulta acertado así el título de la selecta recopilación de sus reseñas, artículos y ensayos literarios que ha llevado a cabo Eloy Tizón (Madrid, 1964): «Herido leve», un conjunto de textos revisados que abarca, como indica el subtítulo del libro, «Treinta años de memoria lectora». Partiendo de un recuerdo de adolescencia, febril lector estival en la sierra madrileña deslumbrado por «Cien años de soledad» y «Rayuela», el reconocido autor –ya de culto– de celebrados libros de cuentos como «Velocidad de los jardines» (1992, 2017) y «Técnicas de iluminación» (2013) ha agrupado, bajo la rememoración de aquella iniciática experiencia, escritos de variado registro expresivo que participan del diario de lecturas, la crítica literaria, la memoria de emblemáticos libros, la semblanza de admirados escritores y la justa recuperación de otros semiolvidados.
Asistimos a emotivos encuentros personales, como es el caso de un entrañable Juan Eduardo Zúñiga, aconsejando al narrador novel, marcándole eficaces pautas creativas, y al deslumbramiento que le provoca la elaborada prosa de Natalia Ginzburg, autora de la biografía «Antón Chéjov: vida a través de las letras», a la que aquí se alude significativamente porque la del propio Tizón sea también es acaso una vida entre letras. Se muestran opiniones, complicidades o desencuentros de unos escritores con otros, como el desagrado que le produce a Gerald Brenan la novelística de E.M. Forster, o las filias y fobias de la norteamericana «generación perdida», a la sombra de la mítica librería parisina Shakespeare and Company y a propósito de la «Autobiografía de Alice B. Toklas», de Gertrude Stein. Esto avala una de las tesis del libro: la literatura está interconectada en una tupida red de entusiasmos lectores y azarosas coincidencias. Sobre estas páginas planea también una acusada cinefilia, que lleva a la recurrente aparición de Woody Allen, Buster Keaton y Orson Welles, mostrando el potente imaginario visual del proceso narrativo.
Alejado de sus vecinos
Sorprende comprobar que el autor, así lo manifiesta, se halla más cercano a Gregor Samsa o Emma Bovary que a vecinos o conocidos, más vivos aquellos en su mente lectora que los habitantes de la cotidiana realidad. Sin olvidar el componente escapista y evasivo de la literatura: «La literatura nos convierte en otros. Todos tenemos la necesidad de ser otros, bien sea leyendo o escribiendo o ambas cosas» (página 75). Todo ello bajo una mirada feliz y gratificante de lo que constituye aquí un fiesta de la inteligencia, el placer del texto y la gozada voluntad de estilo. Estableciendo personales vínculos de lector crítico con diversas escrituras universales se ha logrado un libro, primorosamente editado, de la máxima excelencia.
sobre el autor
Eloy Tizón es un narrador de culto, particularmente admirado como escritor de cuentos de un elaborado realismo simbólico. Ha sido incluido entre los mejores narradores europeos en la antología «Best European Fiction». Sus anteriores novelas son «Labia», «La voz cantante» y «Seda salvaje»
ideal para...
que el lector se motive y entusiasme con la crítica y el comentario de imperecederas obras literarias
un defecto
Ninguno destacable
una virtud
Este libro logra transmitir, con apasionada vehemencia, el placer de la lectura
puntuación
10
POESÍA
«El oledor de pretzels»
Pedro Alberto Cruz Sánchez
Liliputienses. 48 páginas,
10,50 euros
En busca del latido más hondo, por Sagrario Fdez.-Prieto
El primer contacto con el último libro de poesía de Pedro A. Cruz Sánchez puede sorprender a algunos lectores porque fuerza a acomodar la respiración a un ritmo inusual al sustituir los signos de puntuación por espacios en blanco. Una vez acompasada nuestra respiración con la del poeta nos enfrentamos a trece poemas largos que giran en torno a los temas esenciales de la poesía: la muerte y el amor, la soledad y el dolor. En especial, la palabra muerte y sus derivados o sus sinónimos predominan en estos versos que transitan por el dolor propio y ajeno. He aquí una muestra del primer poema, «Parchetumorfina»: «Mi cuerpo tiene un dolor propio / distinto al de mi nombre / al de mis dos ojos sanos / Para él / los demás solo existen porque anuncian su muerte / Es la única forma de no estar solo que conoce / de sentirse vivo entre muchos / un lugar cierto/ de barro / en el que nadie desaparece sin dejar huella / Sabe que vive por el adiós de los otros». Se reproduce, por motivos obvios, con una clásica cesura el espacio que Cruz Sánchez deja en blanco en el libro.
Surrealismo social
Su poesía recuerda a la de los años 50, a los poetas que abandonaron el esteticismo para acercarse a la vida cotidiana con una máxima de Aleixandre en la mente: «Poesía es comunicación». Como aquellos, en «El oledor de pretzels» descubrimos que la poesía no es nada si no comunica el latido más hondo del ser humano que se percibe aquí a través de historias propias y ajenas. Se puede hablar incluso de poesía del surrealismo social, ya que toca temas cotidianos pero tipificados a veces a niveles de esperpento: «Estoy meando en un urinario de la Royal Academy of Arts / y huele a pretzels / El trayecto de mi cuerpo es demencial / esquizoide / ¿qué coño hago yo oliendo las antípodas de / mi lugar?». Un universo que recuerda a las pinturas deformadas y «sucias» de Lucien Freud, y que a veces se transforma en versos que llegan al corazón, como en el poema «Los que lloramos mal», uno de mis preferidos: «Quienes lloramos vistiendo de diario y no dejamos de ir a trabajar [...] Nosotros / siempre lloramos por nada...».
Si como decía Plutarco (perdón por tantas citas, pero uno de los alicientes de este libro es la cantidad de referencias que hace aflorar en la mente del lector): «Pintar es poesía en silencio, y poesía es pintura que habla», la de Pedro Alberto Cruz Sánchez es una poesía que grita, que despierta y espolea. Y también una poesía que nos recuerda que somos frágiles, pequeños y huérfanos con «hormigas frías sobre el pecho».
sobre el autor
Es Profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia, teórico y crítico de arte y poeta. En 2018 ganó el Premio de Poesía Dionisia García
ideal para...
lectores que amen la poesía cercana y comprometida con el ser humano
un defecto
Ninguno que sea susceptible de reseñar
una virtud
Su capacidad para provocar en el lector una introspección
puntuación
8
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