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Coronavirus

Iván Pastor, tras poder volver a entrenar en el mar: “Se me habían quitado hasta los callos de las manos”

El windsurfista cuenta cómo ha pasado el confinamiento y cómo ha sido la vuelta a la tabla para buscar sus quintos Juegos Olímpicos

Iván Pastor pudo empezar a entrenar en el mar el 4 de mayo
Iván Pastor pudo empezar a entrenar en el mar el 4 de mayoArchivo

El 4 de mayo no fue un día más para Iván Pastor. “Reencontrarme con el material, montar la vela, el mástil, la botavara, la tabla... Me dio un escalofrío por dentro y pensé: ‘Ostras, que voy al agua’”, admite. Era su regreso a ese mar que en los últimos dos meses se tenía que conformar con ver desde su apartamento en Santa Pola. Un consuelo: terraza, solecito y las olas al fondo. Pobre consuelo para un hombre que lleva desde niño deslizándose en la tabla de windsurf y que con 40 años persigue estar en sus quintos Juegos Olímpicos, el verano de 2021 en Tokio, en la modalidad de RS:X. “Han pasado más de dos semanas y todavía me sigue costando, hemos estado dos meses encerrados y aunque haya estado en casa con el rodillo, la bici, tenía un remoergómetro, pesas para hacer un circuito, he hecho yoga... He estado activo, pero no tiene nada que ver”, asegura. En cuanto pudo salir al aire libre, lo hizo con la bicicleta de montaña, y se ganó unas agujetas. En cuanto pudo ir al mar, lo hizo con calma para no lesionarse. Sus manos estaban estupendas, lo que en este caso no es una buena señal. “Si nos ves las manos tenemos callos de la botavara, del roce, de la fricción, y ahora se me han ido, nunca habían estado así, y debo ir con cuidado porque enseguida se te pueden romper y te sale por ahí una ampolla que la tienes dos semanas. Y rozaduras en los pies también, de apoyar el empeine en la tabla”, afirma Iván. El simple hecho de levantar la vela ya supone un esfuerzo, se trata de un deporte muy físico y también muy técnico, de ahí que cueste el regreso: “El jueves pasado fue el primer día que tenía feeling al navegar. El resto de días era feliz por estar en el agua, pero me decía a mí mismo: ‘Parezco un principiante’”, confiesa.

A Iván Pastor le pilló el estado de alarma en casa, algo raro porque normalmente está compitiendo en cualquier parte de España o del mundo. Decir que lleva media vida preparándose para unos Juegos Olímpicos es quedarse corto, porque ya aspiró a los de Sidney 2000, para los que finalmente no consiguió la clasificación, pero sí para los de Atenas 2004, que fueron los primeros; y para Pekín 2008, en los que se vio tan fuerte y con tantas opciones que los nervios le jugaron una mala pasada y sufrió “una sobrecarga en los antebrazos que nunca había tenido" y que nunca ha vuelto a tener, terminó noveno; fue a Londres 2012, donde empezó mal y tuvo que luchar contra su propia mente al verse sin opciones casi desde el principio cuando aspiraba a medalla, y remontó para acabar décimo sexto; y en Río 2016 fue donde más disfrutó, para quedar noveno, otra vez muy cerca del diploma olímpico, aunque en su cabeza estaba, y “todavía está”, colgarse un metal. Así piensa desde su primera experiencia olímpica: “De Atenas 2004 recuerdo en la entrega de premios decir: ‘Quiero una de esas’”. Este último ciclo olímpico ha tenido algunos problemillas y entonces el coronavirus entró en la vida de todos. “Llevo mucho tiempo haciendo lo mismo y si algún resultado no te va bien... Pues al final tenía en mi mente: llega a Tokio y después pégate un descanso, un mes, dos, no sabía ni cuándo ni dónde, para desconectar. La primera reacción con el estado de alarma fue: ‘Vamos a tomar ese descanso’”, reconoce. Pero claro, eso no era el parón que él buscaba, no era el parón soñado, no era elegido por él, no podía viajar. Pese a ello, se tomó un tiempo, se relajó y arrancó hasta volver a surfear. “Ha sido una montaña rusa: momentos positivos, negativos, positivos, negativos... Pero me quedo con lo positivo. He salido mentalizado y con ganas de entrenar. Eso he sacado” reconoce. “Nadie está preparado para esta situación. Mi abuelo fue a la guerra y de pequeño contaba historias de la guerra y eso es algo que no hemos vivido, la generación de nuestros abuelos sí, pero de las últimas generaciones nadie había vivido algo así. No es fácil de llevar”, prosigue.

Si su abuelo le contaba historias de la guerra, su padre y su tío le metieron el windsurf en vena. “Fueron de los primeros en hacer windsurf en Santa Pola. Mi tío Mariano tenía una escuela que montaba los veranos y mi padre fue el que me enseñó allí. Desde los 8 años estaba practicando con chicos de mi edad, cada verano había competiciones... Yo desde pequeño siempre he sido muy competitivo en todos los deportes que he practicado en la escuela. Siempre me ha gustado ganar”, recuerda. Fue su padre también quien le inculcó la ilusión de los Juegos Olímpicos. “Era un apasionado, siempre me hablaba de la gente que había ido a los Juegos en Los Ángeles 84, Seúl 88, Barcelona 92: Eduardo Bellini, Asier Fernández, Carlos Iniesta... Tras el primer campeonato de España que gané con 14 años, que fue en Ibiza, llegué a Santa Pola y una revista de aquí que ya no existe me hizo una entrevista y ya dije que quería ir a unos Juegos", cuenta Iván.

El sueño se hizo realidad y se ha multiplicado por cuatro, quizá por cinco si finalmente logra la plaza para Tokio. El logró el billete para España hace dos años, pero ahora tiene que conseguir el puesto. “No todo se resume en los Juegos Olímpicos, me quedo todo el pack: he ganado Mundiales, Copas del mundo, he sido número uno...”, describe. Y acompañado de ello, una sensación indescriptible, “que hay que sentir”: “Deslizarte por el mar, la desconexión, la libertad, la paz...”.