Coronavirus
Fernando Carro: “... Y me bajé al sótano a entrenar como un loco”
El subcampeón de Europa de 3.000 obstáculos cuenta cómo superó el negativismo que le llegaba de Gobierno, CSD, Federación... Su novia le «ayudó a entender el virus» y hablar con rivales de fuera de España le devolvió la ilusión
Que la charla tuviera lugar el día que cayó en Madrid la mayor tormenta en estos tiempos de coronavirus puede servir como metáfora. Truenos iluminando el cielo y lluvia golpeando el suelo de fondo mientras Fernando Carro cuenta cómo superó la desesperanza y el desánimo recurriendo al conocimiento (de su novia, Clara) y a las conversaciones con sus rivales, que también son amigos, dos términos que no tienen por qué ser incompatibles.
¿Por qué desánimo? Aparte de por lo obvio de la situación de la pandemia, el subcampeón de Europa y récord nacional de 3.000 obstáculos se queja del pesimismo que recibió en un primer momento: del Gobierno, del CSD, de la Federación... «Lo que más me ha afectado de nuestros estamentos era la negatividad. Era una sensación en plan: no va a haber nada, relajaos, no sufráis; como decir: “Ahógate”... ¡Pero había que seguir nadando para llegar a la orilla! Era como una sensación de que se iba a acabar todo para siempre, eso es lo que nos transmitían. Era un desconcierto. A todos los ha pillado muy de nuevas, al final los del CSD acaban de llegar al puesto, por así decirlo, y creo que eso nos ha restado», piensa el atleta.
¿Quién puso el conocimiento para luchar contra esa amargura? Su pareja, Clara. «Es microbióloga [también atleta] y esa ha sido mi suerte. Ella me hizo entender el virus y ver cómo iba evolucionando, el riesgo real, que tendríamos que convivir con él, que no íbamos a llegar a la inmunidad de grupo... Teníamos un poco de control dentro del descontrol. Eso te ayuda a seguir. No quiero imaginar lo que ha pasado un pobre abuelito... Los de Clara están solos en el País Vasco y los llamaba y los tranquilizaba, pero la sensación que han vivido ha sido desgarradora», cuenta Carro.
¿Y qué decían sus amigos-rivales? «Ha sido difícil de llevar. No terminabas de entenderlo porque veías que en el resto de países sí estaban trabajando y que te quedabas atrás, pero el aplazamiento de los Juegos nos tranquilizó. En Italia, Francia, EE UU el deporte profesional lo mantenían, hablaba con atletas de esos países y el mensaje era el contrario al que recibía yo: que en “x” momento iba a haber campeonatos, como está ocurriendo con el fútbol», explica Carro.
Sumado todos los elementos, la decisión estaba clara: adiós a la pena y manos a la obra. «La locura, la tensión, había que mantenerla viva. Incluso poniéndonos en el peor escenario, que en 2021 no hubiera nada: “Pues me preparo para 2022”, me decía. La continuidad en un deportista profesional es imprescindible. El objetivo este año eran los Juegos y yo este verano tenía que llegar a esa forma, aunque fuera ir a la pista y hacerlo tú solo, hacer un miting tú solo como si fueras a competir. Si pierdes el 2020 cortas el trabajo de cuatro años y ya no es lo mismo. Es que al final nosotros comemos de esto, es nuestro trabajo», describe el atleta madrileño. «Creo que en esta crisis se ha banalizado mucho el deporte como si no fuera un trabajo. ¡Y lo es! Echas 24/7 y tienes tensión porque a lo mejor del resultado de un día depende poder vivir un tiempo. Perder los entrenamientos un mes o dos podía suponer que a lo mejor al año siguiente no logras el resultado óptimo para mantenerte en la cresta de la ola y seguir teniendo tu estatus. Es una profesión, tú pagas tu cuota de autónomos, tienes tus ingresos, pagas tus impuestos... Se ha banalizado, pero por dentro había que asumir que no es así y tuve que meterme en un sótano en la casa de Paracuellos y trabajar como un loco y cuando has salido ahí tienes el trabajo de dos meses», insiste.
La Federación le ofreció una cinta, como a otro puñado de deportistas de élite. «Y es de agradecer», admite el obstaculista, pero no la aceptó. «Me parecía injusto que yo sí y mis compañeros, o incluso mis rivales, no», reconoce. Lo que hizo fue comprarse una propia, otra vez gracias a Clara, y se puso a estudiarla, porque nunca había entrenado en tapiz. «Mi entrenador me decía que en países como Noruega les caen nevadas todo el invierno y durante tres o cuatro meses trabajan en cinta y consiguen resultados», desvela. Se adaptó a ritmos, luchó contra las sobrecargas en zonas que no eran las habituales, y la primera semana ya hizo 150 kilómetros, la segunda 160 y la tercera 175; con sesiones por la mañana y por la tarde, de lunes a domingo. «He trabajado como si el día uno que fuéramos a salir tuviera que mantener la forma y, con matices, estoy casi en el mismo punto de antes, pero porque he trabajado como un loco, he sufrido mucho, porque tenía esperanza», describe.
Su buena forma la ha comprobado ahora que la vida poco a poco vuelve a ser lo que era. Se puede juntar ya, respetando las medidas sanitarias, con su grupo en el CAR de Madrid, su lugar habitual de entrenamiento, casi su segunda casa, o su tercera, después del Club Suanzes, el del barrio de San Blas- Canillejas. Antes pasó por los entrenamientos al aire libre en Paracuellos una vez que se acabó el confinamiento extremo. “Fue un momento muy bonito, pero también muy raro: la sensación que tuve fue de mareo e incluso tenías como la tripla suelta de movilizarte otra vez de una manera diferente... Pero fueron dos o tres días”, asegura.
El calendario se ha rehecho y desde agosto hasta octubre tienen pruebas programadas que espera que se celebren. «Me falta afinar para la competición, para la que quedan meses, pero, claro, si no partes desde aquí, si partes desde atrás y no hubiera hecho nada, ya no llegas», afirma Fernando Carro, que se siente en forma y de todo esto, además, ha sacado otra lección: «Todos hemos aprendido que no somos el centro del mundo; pensábamos que teníamos una capacidad de control absoluta y eso no existe. Yo he viajado mucho en plan mochilero por África y por ejemplo en 2017 en Madagascar nos encontramos que había casos de peste negra. Esa sensación que teníamos era vivir esto allí, y a gran parte del mundo no le importaba. El valor de la vida es el mismo. Es una tragedia global lo que ha sucedido, pero pasa desde hace tiempo y la gente no abría los ojos».
Se acaba la entrevista y ya no llueva. El cielo sigue gris, pero la tormenta está pasando...
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