Juegos Olímpicos
Andrea Benítez: de estar dos años patinando con un corsé por escoliosis a estar cerca de ir a los Juegos de Tokio
A la skater gaditana le dieron dos opciones: operación y ponerle un hierro en la espalda o el corsé. Optó por la segunda y se reinventó. Ahora su deporte es olímpico y está bien situada para ir a Japón en el verano de 2021
En la vida, uno nunca sabe cuándo puede estar ante una decisión que te marque para siempre. Puede ser, claro, cuando se elige qué carrera estudiar, si tener hijos, casarse... O puede ser también bajar un día al paseo marítimo, como le sucedió a Andrea Benítez. «Empecé con el skate con 9 o 10 años, en una urbanización cerca de la playa en Algeciras. Nos tirábamos por las cuestas sentados, haciendo como carreras. Empecé a probar de pie y cada vez me sentía más cómoda. Una vez bajé al paseo marítimo y había allí un chico patinando, haciendo trucos, y me quedé mirándole, le pregunté que cómo se hacía un truco, me lo explicó y lo aprendí al momento. El chico se quedó tan sorprendido que me regaló su patín. Y me dijo: “Toma, para que le des caña. No lo dejes”». Y así lo hizo: 15 años después continua dándole caña y en el verano de 2021 espera poder estar en los Juegos de Tokio en el estreno olímpico de este deporte. Andrea entrena ahora en el CAR de Madrid, pero cuando baja a Algeciras en vacaciones o Navidad todavía ve a ese chico que le dio la tabla que la patinadora quemó casi hasta hacer pedazos y que sigue guardando como recuerdo. «Cuando me lo encuentro se alegra por mí y hablamos, le cuento mis aventuras, mis viajes.. Está muy guay», describe la skater gaditana, cuya pasión no pudo detener ni unos graves problemas en la espalda. «Fue con 14 años. Mi madre me notó que tenía la espalda un poco torcida, como un omoplato más fuera que otro. Fui al médico, me dijo que era escoliosis, que o me operaban y me ponían un hierro en la espalda o me ponía un corsé 23 horas al día y probaba a ver si así se paraba. Las dos opciones eran horribles», cuenta. Y optaron por la menos invasiva, la del corsé, a la que acompañaron las palabras que no quería oír: «Tienes que dejar de patinar». «Pero no lo hice, seguí, fue bastante complicado porque tuve que volver a aprender todos los trucos, una técnica nueva... No sé, es muy difícil desarrollar el equilibrio cuando no puedes doblar la espalda, pero bueno, estoy bastante loca y lo hice. Patiné los dos años enteros y conseguí mi primer patrocinio de zapatillas. Incluso hice varios viajes con el corsé», añade.
«El skate es como un deporte que ha estado mal visto, en plan los skaters que están en la calle...», dice Andrea «Casi como un poco de delincuentes», bromea. Plantearse vivir de ello era complicado. También lo es ahora. «Siempre he patinado por diversión, pero con 14 conseguí mi primer patrocinio y empecé a competir. Lo hice en Copenhague y quedé tercera en un Europeo... Sabía que se me daba bien, pero ninguno de los patrocinadores que tenía me pagaba, en España había muy poca gente viviendo del skate, y siendo mujer es más complicado. Poco a poco fui consiguiendo más cosas, pero como que nunca llegaba a arrancar ni a apostar económicamente por el skate. Entonces decidí seguir con mi vida “normal”, estudié Bachillerato, entré en la carrera, me fui de Erasmus a Polonia, estuve en Barcelona... Siempre con el patín, pero como algo más porque no me podía ganar la vida con ello», desvela. Pero hace cuatro años se eligió el skate para ser olímpico. «Recibí una beca del Comité Olímpico y de Podium y gracias a eso pude dedicarme totalmente. Ahora el skate es mi prioridad», prosigue. Está bien situada para llegar a los Juegos, cuya clasificación quedó detenida por el coronavirus, que también hará que de siete pruebas que había previstas, se pase a cuatro, aunque todavía no hay fechas. La temporada pasada quedó decimosexta. A Tokio irán las 20 mejores.
Andrea Benítez es una chica tranquila pero «con inquietud de aprender cosas». «Por eso me gusta patinar, porque nunca se llega a aprender del todo», describe. La carrera que estudia es Ingeniería Eléctrica, y le falta una asignatura y el proyecto. Ha empezado a colaborar con una pequeña marca para diseñar anillos y tiene en mente hacer la suya propia. Y le encanta la música, desde el jazz o el blues que ya escuchaban sus padres hasta «incluso el reguetón en algún momento»; y toca la guitarra y canta: llegó a formar un grupo cuando estuvo en Los Ángeles llamado «Blue Avocados» (aguacates azules). La ciudad californiana es la cuna de su deporte, donde se inventó y donde ha disfrutado como en pocos lugares surfeando el asfalto. Para mejorar, la algecireña apenas tenía referentes... Al menos famosos. «Cuando más aprendes en el skate es cuando estás patinando con gente que te da confianza. Como es algo tan personal y es creativo, como muy artístico, tampoco puedes copiar lo que hace otro. Mis amigos son los que más me han inspirado», explica. Ella cuida mucho el trabajo físico, obligada también por la espalda, pero admite que en su deporte «el 90 ciento psicológico». «Por eso hay skaters con físicos muy diferentes, incluso hay alguno con sobrepeso y patina de locos. Tienes que tener mucho control mental, visualizar los trucos, visión espacial para imaginar cada paso para hacer el truco y sobre todo mucho paciencia: aguantar las caídas, aguantar que un truco que has hecho siempre no te salga, el fallar en la ronda y no perder el control...», analiza.
Paciencia la tuvo desde niña. Ensayaba una y mil veces hasta que le salía, aunque le costara algún que otro hueso roto. Pero en el patín había encontrado una forma de expresarse: «Lo principal es la sensación de libertad. Y reconocerme. Como es algo que llevo haciendo toda la vida, me siento yo misma cuando lo hago», admite.
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