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La frase y las claves de Zidane que llevaron a la Liga

La filosofía del entrenador francés ha sido clave para que sus jugadores se convenzan

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El técnico francés del Real Madrid, Zinedine Zidane, con el trofeo que les acredita campeones del título de liga a la finalización del partido de primera división que han disputado esta noche frente al Villarreal en el Estadio Alfredo Di Estefano en Madrid. EFE/Rodrigo JiménezRodrigo JiménezEFE

La pared es blanca o eso parece, porque está llena de papeles din A4 puestos en horizontal con una palabra mecanografiada en mayúsculas. La primera es «ética», la segunda es «trabajo», la tercera es «seriedad; la cuarta, «respeto. «Placer» es la quinta y la sexta, «calidad». La séptima es «intensidad»; «ambición», la octava; «humildad», la novena y la décima: «escucha». Es el despacho de Zidane cuando entrenaba al Real Madrid Castilla, cuenta el periodista Frederic Hermel en su libro «Zidane». Eran sus primeros pasos como entrenador, antes de ese ciclo glorioso de tres Champions y una Liga; antes de que se fuera y volviera para hacer de un equipo que iba a la deriva un merecido campeón de Liga.

Ha cambiado poco Zidane porque es un hombre de creencias profundas y de fidelidades, por eso volvió cuando le llamó Florentino Pérez para rescatar al equipo que había hecho campeón y que se desintegraba. Dicen que Zizou estaba listo para coger a la Juve y afrontar un nuevo reto en su recién iniciada carrera como entrenador. Pero que a la llamada del presidente, el mismo que le fichó de futbolista, el que le recibió en su despacho ya de madridista, el que le dijo a Figo y Raúl que, por favor, le ayudasen en ese Real Madrid nostálgico, que a esa llamada, en fin, no podía decir que no.

Tuvo que reconstruir un equipo cansado de ganar y tuvo que hacerlo con cercanía, exigencia y ambición. Hay una frase que no ha dejado de decir un día sí y otro también, antes del confinamiento y sobre todo después, cuando las victorias no han dejado de llegar. Al día siguiente del partido, cuando les reunía, les repetía, para que se clavase en la memoria: «Ayer ganamos. No hemos hecho nada, no tenemos nada». Había que empezar siempre de cero.

Sus mensajes son cortos, pero claros. Aprendió de futbolista que cuando a un joven jugador le das una charla, se despista y no atiende, que hay que convencerle rápidamente y repetidamente. Y al Real Madrid que cogió, a los jugadores que él hizo campeones, les tenía que recordar que lo que se hizo ayer no vale para hoy y menos para mañana.

Son las palabras, pero también los gestos. Tras la victoria contra el Granada, el partido que decidió LaLiga, Zidane pegó un grito que no pudo esconder. Sacó la rabia acumulado de tanto tiempo en calma. Se lo explica a Hermel. «¿De qué me sirve transmitir mi temor a mis jugadores? Ya tenían de sobra con el suyo», cuenta en el libro.

En el Real Madrid se suele hablar siempre de dos tipos de entrenadores. Lo que tienen mano dura y los que buscan ganarse cierta conexión con el vestuario. Cuando el futuro de Lopetegui estaba claro, en el vestuario se temió que la directiva apostase por lo primero, para llevar un grupo de jugadores quizá acomodado. Pero volvió Zidane y la plantilla lo sintió como uno de los suyos. Un grande, un humilde: «No pretendo inventar o reinventar el fútbol», dice. «Lo único que intento es poner a mis jugadores en las mejores condiciones para que puedan expresar su talento».

Eso no significa dar un golpe en la mesa. Al revés, esas broncas son más creíbles. «Había que saber decir a los jugadores cosas que no quieren escuchar».

Aunque eso lleve irremediablemente a una conclusión:

«Ser entrenador es estar solo».