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Una zurda inmortal

No fui al campamento de verano de 1990 porque preferí quedarme en casa viendo a Maradona en el Mundial de Italia

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Coqueteó muchas veces con el final. Tantas que ya no se me hacía raro escuchar que Maradona estaba ingresado o pasaba por problemas de salud. Al recibir la noticia de su muerte se me ha formado un nudo en la garganta y han empezado a llegar los recuerdos.

En México 86, Diego se convirtió en el centro del universo. Yo era muy niño, pero ya veía los partidos. Se jugaban en la madrugada española y mi padre los grababa en el vídeo Beta de la época para ponérmelos al día siguiente. Los chavales queríamos ser Sócrates, Butragueño, Platini y, sobre todo, Maradona. Después de su recital en cuartos frente a Inglaterra todos éramos Diego. El partido de la mano de Dios y de la jugada antológica. Luego, el diez argentino hizo magia con Bélgica en semis y fue clave en la final contra Alemania. El mundo del fútbol y Argentina se volvieron locos.

Cuatro años más tarde no fui al campamento de verano porque preferí quedarme en casa a ver el Mundial de Italia. Maradona estaba radiante en su amado Nápoles. Líder, todavía pletórico. Argentina no era favorita, pero la guió hasta la final. Otra vez Alemania. Diego lo intentó todo para ganar su segunda Copa del mundo. Chocó, regateó, bregó con cada uno de los alemanes hasta que un fatídico penalti terminó con su sueño. Sólo faltaban cinco minutos para la prórroga. Fue la fría venganza teutona y el principio del fin.

Un bético de cuna como yo se enfadó bastante con Maradona cuando fichó por el Sevilla en el mítico 92. Para La Liga –y para la mitad de la ciudad– significó mucho. Un lujo. Yo, en cambio, le odiaba. Me daba lo mismo que lo consideraran el mejor futbolista de la historia. O que tuviéramos la posibilidad de verlo jugar tras un largo periodo de sanción por dar positivo en un control antidopaje. Maradona era sevillista y eso era lo único que contaba. Mi indulto llegó en el Mundial de Estados Unidos, aunque duró poco su participación. De nuevo un positivo y adiós a la posibilidad de intentar ganar otra Copa del mundo.

Un genio del balón. Marcó infancias y llenó corazones. Subió al cielo y bajó al infierno en repetidas ocasiones. Siempre siendo él, siempre indomable. Escuchando en bucle la canción de Rodrigo, mientras escribo estas líneas, se me pone la piel de gallina. Jamás habrá otro Diego Armando Maradona. En un potrero forjó una zurda inmortal.