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Argentina sin Maradona

“La gente siente que se le murió un familiar”

No es fácil explicar lo que supone para los argentinos Maradona, el pibe que les hizo felices. «Se fue un pedacito de cada uno de nosotros. Imposible no quererlo», dice el psicólogo Marcelo Roffé

-FOTODELDIA- que traslada los restos de Diego Armando Maradona desde la Plaza de Mayo al cementerio hoy, en Buenos Aires (Argentina). El cortejo fúnebre que trasladará los restos de Diego Armando Maradona hacia un cementerio de la periferia de Buenos Aires comenzó su marcha a las 17.50 hora local (20.50 GMT) de este jueves, en medio de una Buenos Aires convulsionada por los incidentes entre fanáticos del exfutbolista y la policía. El destino final es el cementerio privado Jardín Bella Vista, a unos 40 kilómetros de la capital argentina. EFE/ ENRIQUE GARCIA MEDINA
-FOTODELDIA- que traslada los restos de Diego Armando Maradona desde la Plaza de Mayo al cementerio hoy, en Buenos Aires (Argentina). El cortejo fúnebre que trasladará los restos de Diego Armando Maradona hacia un cementerio de la periferia de Buenos Aires comenzó su marcha a las 17.50 hora local (20.50 GMT) de este jueves, en medio de una Buenos Aires convulsionada por los incidentes entre fanáticos del exfutbolista y la policía. El destino final es el cementerio privado Jardín Bella Vista, a unos 40 kilómetros de la capital argentina. EFE/ ENRIQUE GARCIA MEDINAENRIQUE GARCIA MEDINAAgencia EFE

Nadie ha expresado mejor que Roberto Fontanarrosa lo que siente Argentina hacia la figura de Maradona. «No sé lo que él hizo con su vida, pero sí sé lo que hizo con la mía», dejó escrito el humorista de Rosario. Y es que los argentinos no le piden cuentas al pibe de oro por sus imperfecciones, defectos y excesos. Se quedan con lo felices que les hizo, incluso en los peores momentos. Por eso Eduardo Sacheri escribió su cuento «Me van a tener que disculpar», un homenaje a Diego en el que, sin nombrarlo, reconoce que quizá no debería, pero sí, lo ama sin reparos éticos.

«No hay un argentino que no haya derramado una lágrima al enterarse de la noticia», cuenta Jorge D’Alessandro. «Yo también empecé de niño a jugar con las botas rotas, por eso Diego me representa y me identifico con él», continúa uno de los privilegiados que pudo conocerlo. Y como el ex guardameta, todos y cada uno de los argentinos, que incluso perdonan que las autoridades hicieran una excepción con la alerta sanitaria en el sepelio del ídolo.

Lo merecía por lo felices que les hizo, un argumento que quizá fuera de Argentina cueste entender. En Nápoles es donde mejor comprenden este sentimiento, porque a ellos también les sacó de la dura cotidianidad para permitirles soñar despiertos. Precisamente cuando Maradona jugaba en Italia, de 1984 a 1991, todo el país se levantaba muy temprano los domingos para ver sus partidos en el Nápoles. «Lo transmitía el canal 9 y reventaba las audiencias. Era impresionante. Para todos nosotros era el pibe del pueblo, se lo veía como un héroe», cuentan desde Buenos Aires.

Era uno más en cada casa y por eso estos días los argentinos sufren tras un golpe que no esperaban. «Se había recuperado de cosas peores. Nadie pensó que podía pasar esto y justo en el clima de efervescencia que se había desatado al cumplir los 60 años», cuenta Marcelo Roffé, que en su condición de psicólogo trata de analizar cómo asimilará la sociedad haber perdido a Maradona. «Sentimos que se nos murió un familiar. Es una pregunta difícil la de qué va a suponer vivir sin él. Hay mucho silencio en las calles, la gente está muy golpeada. El luto y el duelo son muy hondos. Con sus excesos e imperfecciones, es imposible no amarlo por las alegrías que nos dio, que fueron demasiadas», continúa el ex psicólogo de las selecciones de Argentina y Colombia.

«Maradona sintetiza el dios humano, imperfecto, que nunca renegó de su origen humilde. Que nació en Villa Fiorito. En un barrio, como él decía, privado... privado de luz, de agua, de líneas telefónicas», añade Roffé dibujando la figura del mítico «10». «Argentina es un país con muchas virtudes y también muchos defectos, y él fue nuestro embajador en el mundo. Nos conocen por él», agrega Marcelo, feliz de que, al menos, el Pelusa pudiese llevarse muchos homenajes en vida. «Volvió al país para ser entrenador de Gimnasia de La Plata y se llevó un reconocimiento en cada cancha. Además, el estadio de Argentinos Juniors lleva su nombre y Calamaro, Manu Chao o los Piojos le hicieron canciones que él disfrutó mucho».

Diego ha muerto joven, como Gardel o el boxeador Carlos Monzón, otros mitos de la Nación, pero se va a quedar en el recuerdo de los argentinos. «Es un genio, como Van Gogh o como Dalí, que su obra trasciende a su presencia física y se agranda con el tiempo. Es un país que no sabe cuidar a sus ídolos, pero con él sucede algo especial», apunta Roffé.

«Nos arrancaron un pedacito de corazón, no habrá otro jugador de esa magnitud», explica con la voz rota José Pekerman, que vio de niño a Maradona en las inferiores de Argentinos Juniors. De allí salió Néstor Lorenzo, uno de los centrales del once titular de Argentina en la final del Mundial del 90 ante Alemania. «Recuerdo que para ir del hotel al estadio en Nápoles tardábamos dos horas, porque la gente se ponía delante sólo para tocar el autobús en el que iba su ídolo», recuerda el ex internacional, que guarda un tesoro: una camiseta del Nápoli, con la publicidad de Mars, manchada de césped. Maradona fue su capitán en la albiceleste, el escudo que para el Pelusa fue siempre el más querido.

«Instalé la idea de que jugar con la selección era lo más importante, aunque la guita la hicieras en un club europeo», cuenta el propio protagonista en el libro «México 86. Mi Mundial. Mi verdad», escrito por el periodista Daniel Arcucci. «Nadie llevó el brazalete como lo hizo Diego», confirma Ruggeri. «Todos queríamos ir a la selección porque estaba él», añade. Y era así, porque en el Mundial de 1986 los albicelestes fueron campeones cobrando unas dietas de 25 dólares diarios. Maradona no se perdía un partido de la selección, aunque tuviese que cruzarse el planeta o infiltrarse un tobillo inflamado para no defraudar a los que estaban al otro lado del televisor esperando que apareciera con el 10 a la espalda.

«Jugamos contra los ingleses después de una guerra que los chicos argentinos fueron a pelear en zapatillas. Eso, los padres se lo contaron a sus hijos y los hijos se lo transmitirán a sus hijos. Pasaron treinta años y lo siguen contando», relata Maradona, que motivó a sus compañeros para derrotar a Inglaterra hablándoles de la guerra que debían vengar. «Con Maradona no se puede», escribía Víctor Hugo Morales, el hombre que puso voz al mejor gol de todos los tiempos y que sobrevivirá para siempre. «Nos hizo ganar un Mundial y nos llevó a la final de otro. Esto coloca a Diego por encima en cualquier comparación». Así quiere Argentina a ese héroe al que ya echa de menos.