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Entrevista

Ángel Cappa: «Hay genios y cracks. Y Maradona era las dos cosas»

Cappa fue ayudante de Menotti cuando estaba Diego. Una voz autorizada para conocer cómo era dentro y fuera del campo

Ángel Cappa
Ángel CappaArchivo

Ángel Cappa habla de Maradona mezclando los verbos en presente y en pasado. La marcha es demasiado reciente como para asumir la pérdida totalmente. Coincidió con Diego cuando era jugador del Barcelona. Diego comenzaba su exitosa carrera en Europa y Ángel empezaba a andar en los banquillos como ayudante de César Luis Menotti. Allí comprendió la diferencia entre la persona, el futbolista y el personaje Maradona.

–¿Qué significó Diego como futbolista?

–Yo digo que hay genios y cracks. Los cracks hacen siempre la mejor jugada, hacen siempre lo que hay que hacer por difícil que sea. Y los genios son los que inventan lo que no está escrito y aparece algo nuevo cuando lo hacen ellos. Y Maradona era un genio y un crack. Tiene las dos cosas. Y además la relación que tenía con la pelota era única. Era asombroso, no solamente con una pelota de fútbol. Lo hacía con una pelota de tenis, con una pelota de ping-pong, con una naranja. Él hacía lo que llamamos nosotros jueguitos, malabares con la pelota en los entretiempos de los partidos y cuentan algunos jugadores que se apresuraban para vestirse para verlo. Y salían a la boca del túnel para verlo, porque era increíble lo que hacía. El gol que le hace a la Juventus, aquel famoso gol de libre indirecto dentro del área es imposible hacerlo. Yo siempre digo en broma que se han juntado varios físicos y han demostrado que ese gol no se puede hacer, que la pelota suba y baje en ese espacio es imposible.

–El mérito estaba también en las circunstancias en que lo hacía. Campos embarrados, patadas...

–A mí una vez un jugador del Real Madrid me dijo «¿sabes las patadas que le dábamos a Maradona? Era impresionante». Y yo le pregunté: «¿Les decía algo?» «Nunca dijo ni una palabra». Ese jugador tenía una admiración terrible por Diego.

–¿Eran muy diferentes la persona y el personaje que estaba obligado a vivir las 24 horas del día?

–Por supuesto. Personalmente era un chico muy amable, era un chico normal, era un chico de barrio cariñoso. Eso era personalmente. Cuando a mí me despidieron de River Plate él trató de localizarme por teléfono, me llamó dos veces, yo no estaba, me lo decía mi mujer, me llamó la tercera vez, me encontró y estaba en China. Y desde allí me llamó para alentarme para darme ánimos. No lo puedo entender. Estaba agobiado porque todos los que hablamos de Maradona no tenemos ni idea de lo que es ser Maradona. Pero ni idea. No es fácil ser Maradona, es muy difícil. Y al final la fama, la tremenda fama terminó atropellándolo. Una vez cuando estábamos en el Madrid vino a ver un entrenamiento. Y cuando él se metió al vestuario se juntaron los periodistas, era tremendo, se peleaban entre ellos y finalmente entró en el vestuario. Antes de entrar al vestuario era Maradona, después de entrar al vestuario era Diego. Y dijo: «Será posible que no pueda venir a ver a mis amigos tranquilamente». Ahí está lo que era Maradona.

–¿Mantuvo el contacto con él después de salir del Barcelona?

–No, contacto continuado, no. De vez en cuando nos veíamos. Personalmente la última vez que lo vi fue en el Mundial de Brasil. Estaba comentando también y nos vimos nada, cinco minutos, pero como siempre, muy cariñoso, te abrazaba. A mí me dio mucha pena aquella vez porque estaba sedado. Apenas podía hablar y venía de hablar por televisión.

–Muchas de sus últimas apariciones públicas fueron así.

–¿Y por qué le metían el micrófono? Y decía cualquier cosa, porque el hombre ya no era él. Pero igual, consideraban esa declaración, había debate para ver lo que había dicho y te daban ganas de decir «si tú sabes que él ya no puede, déjalo tranquilo».

–¿Cómo era él en un entrenamiento?

–Entrenaba al máximo, con todo rigor, nunca jamás faltó a un entrenamiento. Él disfrutaba muchísimo con una pelota. Yo fui a comer dos o tres veces en la casa que tenía en Barcelona en Pedralbes, que venía la madre y hacía pasta y él comía con una pelota en los pies. Iba a buscar una naranja después de comer y venía haciendo jueguitos con la naranja. En el entrenamiento él era feliz. Y en el partido mucho más. Por eso no lo afectaban para nada las presiones, porque él era muy feliz jugando. Era tanta la felicidad que superaba todo tipo de presiones.

–¿Le interesaban las charlas tácticas?

–Sí. Él estaba interesado. Entendía el juego perfectamente bien. Ya digo que era un crack. Y los cracks entienden el juego y tienen visión y saben cuándo hay que apurarse y si hay que ir por acá o por allá. Le pedía siempre a Menotti el vídeo del rival. Él quería ver siempre quiénes lo iban a marcar. Y me acuerdo de que comentábamos con César «¿te das cuenta de lo que es este chico?», quiere ver el vídeo del rival cuando a él quién le iba a quitar la pelota en ese momento, nadie. Conocía a todos los jugadores, de Primera, de Segunda, estaba interesadísimo en el fútbol. Siempre lo estuvo.

–Pero en el campo daba la sensación de ser puro instinto.

–Claro, porque lo resolvía todo tan fácil que te parecía imposible que se preocupara por esas cosas. Sin embargo, todos los partidos golpeaba la puerta del vestuario y «César, ¿tienes el vídeo?» Increíble.

–¿Por qué el personaje de Maradona consigue trascender más allá del fútbol?

–Él nunca abandonó a su clase social, siempre estuvo cerca de su barrio, que era una miseria tremenda. Y nunca abandonó a esa gente, nunca se creyó las tentaciones de la clase dominante que le sugiere o que lo engaña como si él hubiera ascendido socialmente. Eso es muy fácil cuando tienes mucho dinero, eres muy famoso, pensar que subiste de clase social. Él nunca entró en esa trampa. Y siempre defendió su compromiso político, el respaldo a Cuba, el respaldo a Venezuela en momentos en que el pelotón de fusilamiento era todo el mundo. Y él estaba ahí con los suyos y nunca rehusó expresar lo que sentía. Y eso también tiene un mérito. Se puede compartir o no, pero eso es la democracia. Con todo eso estaba comprometido, también con los jugadores. Era un tipo incómodo para el poder, pero como generaba dinero había que soportarlo.

–¿Cuántos partidos pudo jugar lesionado?

–Yo he visto que le ponían inyecciones para jugar, con la espalda solía tener problemas. Nunca abandonó porque para él un partido de fútbol era una fiesta incomparable. Ahí encontraba la felicidad y jugaba con una pasión y una entrega enorme. Era tanta la alegría que tenía por jugar que la atención que generaba no le llegaba a perturbar.