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El gol en una pata de cochinillo

Un hostelero de Arévalo utiliza la “magia” de la extremidad de un tostón para decantar los triunfos del Atlético de Madrid

Julio Jiménez lleva 70 años de rojo y blanco y ha «dirigido» los éxitos de su equipo de una forma muy especial, gracias al «poder mágico» que por casualidad descubrió en la pezuña de un cochinillo, en la que ahora ha puesto toda su fe para ver al Atlético por primera vez como campeón de Europa.
Julio Jiménez lleva 70 años de rojo y blanco y ha «dirigido» los éxitos de su equipo de una forma muy especial, gracias al «poder mágico» que por casualidad descubrió en la pezuña de un cochinillo, en la que ahora ha puesto toda su fe para ver al Atlético por primera vez como campeón de Europa.larazon

Un hostelero de Arévalo utiliza la “magia” de la extremidad de un tostón para decantar los triunfos del Atlético de Madrid

El fútbol suele medirse en números, estadísticas, sesudos planteamientos y sistemas de juego. Sin embargo, el deporte rey también cuenta con intangibles, momentos mágicos e inexplicables. Y son esos momentos los que hacen grande este deporte, los que, por ejemplo, convierten una pata de cochinillo en un instrumento de poder sobre el destino del balón, del partido y de la ilusión de los seguidores. Si hasta aquí la historia es de difícil comprensión, más complicado será entender cómo un hostelero de la localidad abulense de Arévalo, Julio Jiménez, ha dirigido en secreto el destino deportivo de «su» Atlético con tan inesperado como mágico objeto: la pezuña de un cochinillo. Todo comenzó en un partido de Copa. “Del año ni me acuerdo”. Era un encuentro entre el Atlético de Madrid y el Athletic de Bilbao. “El partido era muy tarde y decidimos llevarnos de cena una pata de cochinillo para cada uno, para mi hermano Luis y para mí. La primera parte terminó con empate a cero y en el descanso decidimos comérnosla. Nada más empezar el segundo tiempo, sin darme cuenta, levanté la pata que tenía en la mano y el Atleti marcó y pasamos de ronda”.

Así empezó todo. Sus “víctimas” fueron cayendo una a una cada vez que Julio iba a ver a su equipo. “Lo volví a hacer en una final de Copa ante el Valencia, y ganamos”. Julio no sabe si por la intervención divina o por simple casualidad, pero cuando la pata del tostón arevalense se agitaba en el estadio, el Atleti marcaba y ganaba. Sin explicación, sin causa directa, pero ganaba.

La prueba de fuego llegó en un partido de la entonces Copa de la UEFA, “ante un equipo cuyo nombre no recuerdo, pero que tenía un portero que las paraba todas, de nombre Bolag”. Por entonces, la expectación ya era máxima entre sus compañeros de asiento en el estadio. “Cómase usted pronto el cochinillo que a este Bolag no le marcamos un gol ni con magia”, le espetaban. Julio terminó de degustar su cochinillo iniciada ya la segunda parte y al terminar levantó el muñón del gorrino justo en el momento en el que se cantaba el gol de Julio Prieto, “con un disparo desde Neptuno a Cibeles”, recuerda. Y el Atleti se clasificó.

La historia se repitió cada vez que este jubilado arevalense acudía al campo con su apósito de cuino, aunque para desgracia para los rojiblancos su presencia en el campo se reducía a esporádicas ocasiones, todas ellas salvadas con victoria (incluida una final de Copa ante el Athletic, en la que “ayudó” a Hugo Sánchez a lograr sus dos últimos goles como rojiblanco antes de irse al Real Madrid). Todo iba según los auspicios de las meigas hasta llegar al infausto 19 de marzo de 1997. El Atlético se enfrentaba al Ajax de Amsterdam en la Copa de Europa. Tras comerse la pata correspondiente y levantarla al viento para que el Atlético marcara el 1-0, llegó el momento culminante con un penalti a favor. No recuerda si por la tensión o porque ni siquiera se atrevía a mirar, pero se olvidó de elevar la pata y Esnáider lo falló, el partido se fue a la prórroga y Babandiga decidió, acabando con el sueño europeo de ese año. “Fue un momento tan triste y me sentí tan frustrado que no volví a llevar la pata del tostón”. Julio entendió que se había perdido la magia, la suerte o lo que fuera. Ese poder intangible.

Su pérdida de fe se alargó durante muchos años, hasta esta misma temporada, cuando decidió ir a presenciar la eliminatoria de cuartos de final ante el Barcelona. “Yo no tenía ninguna confianza, pero me dijeron que llevara otra vez la pata de tostón. Me convencieron y lo hice, no tenía nada que perder. Así que ahí fui con mi pata”. Y funcionó. El Atleti eliminó al Barcelona y la fe fue renovada de inmediato. En la siguiente eliminatoria, ante el Bayern de Múnich, lo mismo. “Y esta vez lo hice delante de la tele, justo con el gol de Griezmann”. Ahora, su próximo objetivo se ha fijado en la final de Milán. “No voy a poder ir al campo, pero lo vamos a ver todos los de la Peña Atlética Arevalense en el restaurante El Tostón de Oro. Pediré mi pata de cochinillo, me la comeré y cuando crea conveniente la levantaré para que marque el Atleti”. Por si eso no funcionara, varios peñistas tienen un “plan B”. “Siempre que vamos juntos tres de nosotros a una final (Javier Campos, Ángel Chanín y Luis Jiménez), el Atleti siempre ha ganado, "y van cuatro". No pudimos estar en Lisboa y perdimos. Ahora vamos a Milán y esta vez sí, nos traemos la Primera”. Fe ciega, con cochinillo o sin él.