El poder del fútbol/La marca España
El mejor gol de la Marca España
La inédita final de la Champions entre Madrid y Atlético relanza la imagen de nuestro país en el exterior y acentúa la dimensión social, y económica, del deporte rey. Artículos de José María Marco, J.R. Pin Arboledas e Inocencio F. Arias.
«Lección de patriotismo»
José María Marco
La explosiva final que enfrentará al Real Madrid y al Atlético el 23 de mayo ofrece/presenta un buen puñado de lecciones que van mucho más allá del aspecto puramente deportivo, siendo este, claro está, el más importante.
Una de ellas va implícita en el escenario, Lisboa, que se convertirá por un día en la capital de España. Hay tantos jugadores portugueses en los equipos españoles, y más en particular en los madrileños, que a veces parece que Madrid es la capital de España y de Portugal. El día 25 la antigua y hermosa aspiración iberista se cumplirá de otra manera. Buena parte de España, por no decir casi toda, mirará a Lisboa y buena parte de Lisboa, es decir de Portugal, mirará a los equipos madrileños, que podrá sentir como propios. El fútbol, de este modo, habrá hecho fácil lo que es evidente y sin embargo ha resultado siempre imposible, por recelos, indiferencias y falta de ambición. La vocación global de Madrid encontrará en Lisboa su majestuosa salida al océano y los madrileños se sentirán identificados con quienes viven de cara al mar.
Por otra parte, que sean dos equipos madrileños los que jueguen la final de la Champions League de este año lleva un derbi clásico a una nueva dimensión. Como el choque llega en un momento en el que ninguno de los grandes partidos políticos parece tener un proyecto claro y una estrategia ganadora para una de las ciudades más importantes de Europa, está claro que los madrileños han querido dar una lección. Una lección de lo que son capaces de hacer, de lo que hacen ya y de la verdadera perspectiva, global e integradora, en la que sitúan su esfuerzo y su vida. Los políticos que acudan a la final, en particular los que tengan que ver con Madrid, habrán de hacerlo con humildad, con inteligencia, y recordando que están en la obligación de proporcionar a sus conciudadanos proyectos, ideas y objetivos, pero no mezquinos y de andar por casa, sino serios y adecuados a la dimensión de la ambición madrileña. Con el Atlético y el Real Madrid, la ciudad ha demostrado que quiere y que puede alzarse con el liderazgo. Lo ha logrado por su cuenta, lo que significa, entre otras muchas cosas, que no ha desaprovechado estos años de crisis.
El choque entre dos equipos de la misma ciudad es también una lección de patriotismo. Es cierto que en el fútbol sólo puede haber un ganador. Ahora bien, en este caso, más que nunca, ganan todos. Ganan los madrileños, porque sea cual sea el equipo que gane la Copa, será de la misma ciudad. Y gana el conjunto de los españoles. No se pierde contra uno mismo, ni tenemos que estar siempre pendientes del estúpido narcisismo de la pequeña diferencia, esa minúscula particularidad que nos distingue de quienes son como nosotros y que sólo es discernible para quienes comparten todo lo demás.
Precisamente porque no se gana contra compatriotas, el ganador, sea cual sea, habrá de recordar a todos aquellos que han hecho posible el éxito: los madrileños, el conjunto de los españoles convocados a compartir la victoria. Ese será el sentido del momento en el que el ganador recoja el trofeo y lo levante con el orgullo de quien dedica lo mejor de sí mismo a los demás, a sus compañeros, a sus seguidores, a sus conciudadanos, a sus compatriotas. En ese instante, todo el mundo comprende que lo más grande es aquello que nos une a los demás.
Por eso es tan importante el deporte, que es una buena manera de comprender una sociedad. La especial felicidad que proporciona el fútbol viene, por su parte, de las diversas dimensiones del juego: el puro entretenimiento y la épica o la de la superación del adversario en un enfrentamiento sin más salida que la derrota o la victoria. Tiene otra de trabajo en equipo, con grandes individualidades cooperando para un objetivo común, y, finalmente, tiene una más, que le otorga una dimensión planetaria: hace iguales a todos y une en una celebración común, siempre pública, a seres humanos de cualquier clase, cualquier opinión o cualquier gusto. La próxima final de la Champions entre dos equipos españoles y madrileños es una gran oportunidad para aprender lo que los españoles quieren ser.
Un «campo de juego» de 8.000 millones de euros
J.R. Pin Arboledas
El futbol no es sólo un deporte, una afición, una vocación, una ambición, un sueño... Es también economía. A nivel global, según Rubén Roberto Rico, sería la 17ª economía del mundo con un PIB de 500.000 Millones de dólares (la mitad del PIB español) con sus 240 millones de aficionados/jugadores y sus 1,5millones de equipos afiliados, de una u otra forma, a la FIFA. La web www.ecobachillerato.com calcula que en España su impacto en la economía nacional superaba en 2003 los 4.000 millones de euros de forma directa y los 8.000 si se añaden los efectos indirectos. «Debería» sumar (si se cobrasen todos) unos ingresos al Estado de 800 millones de euros. Su importancia roza el 1,7% del PIB (ahora será más). Es, por tanto, una fuente de riqueza, amén de una pasión nacional. Tanto, que hay hasta tesis doctorales que estudian esta faceta. En el IESE, mi compañero el Dr. Sandalio Gómez, ha desarrollado un Centro de Investigación dedicado al estudio del Management en el futbol y no es el único. Su importancia económica lo merece.
Se habla mucho de la «Marca España» como valor económico. No hay duda que en ella hay que incluir la «marca Barcelona» (en eso tiene razón el Sr. Mas) y «Madrid» (este mes Real y Atlético) y muchas otras ciudades y clubs. Su valor publicitario es un gran intangible difícil de medir. Cuando mis amigos latinoamericanos vienen a Madrid y Barcelona, una de sus peregrinaciones obligadas con sus hijos es el Nou Camp y el Bernabéu. Un valor turístico de primer nivel.
Pero mirado de forma más amplia, el futbol supone, como otros deportes, una inversión productiva y de prevención del gasto público en materia sanitaria. Como todo ejercicio, si está controlado, evita enfermedades, alarga la vida sana y ahorra inversiones en salud pública. Va acompañado del desarrollo de virtudes necesarias no sólo para el deporte, también para la vida profesional y familiar: valora el esfuerzo; desarrolla la disciplina; mejora la capacidad de trabajar en equipo; da sentido a la competitividad... Su práctica adecuada reduciría uno de los problemas que tiene la economía española: el absentismo por enfermedad común en el trabajo. La suma de todos estos conceptos rondaría otros miles de millones más a sumar al cálculo anterior.
Además ¡cuántos botellones insanos se evitarían nuestros jóvenes si practicaran el deporte sano! ¿Se imaginan lo limpio que hubiera quedado el Campus de la Complutense el miércoles pasado si en lugar de beber y ... (no quiero ni imaginarlo), los estudiantes hubieran jugado al futbol? El rector Carrillo debería pensarse si en lugar de animar a la algarada, no sería mejor incitar a la jugada (de futbol naturalmente). Lo decían las Sátiras de Juvenal: las adversidades y los terribles trabajos de Hércules son mejores que las satisfacciones, la fastuosa cena y la placentera cama de plumas de Sardanápalo (el disoluto sátrapa sirio).
El futbol, cómo deporte de base, es un mecanismo de movilidad social, incluso desde zonas de exclusión. Se puede emigrar desde zonas perdidas del África subsahariana y llegar a jugar en la Champions; ejemplos los hay en todos los niveles del futbol profesional.
Por todo ello: Se debe orar que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano/ Pedid un alma fuerte que carezca de miedo a la muerte/ Que considere el espacio de vida restante entre los regalos de la naturaleza/Que pueda soportar cualquier clase de esfuerzos/Que no sepa de ira, y esté libre de deseo (inicio de la Sátira). Y podemos añadir: rogar por una «mens sana in corpore sano», que traerá un bolsillo también sano, para los que lo practiquen el futbol como ejercicio; para los que lo ejerzan como profesión; y hasta para la Hacienda pública si es capaz de disciplinar a los clubs.
Liga nacional, fama mundial
Inocencio F. Arias
Estuve en Mestalla el día de la galopada asombrosa de Bale. En el viaje de ida entablé conversación con dos extranjeros de mediana edad. Se trataba de egipcios que acudían desde su país a ver la final de la Copa del Rey. Les encantaba el AVE pero se mostraban quejosos por el precio de cada entrada: 800 euros. El hecho es iluminador sobre lo que representa el fútbol a escala prácticamente mundial. Que los habitantes de un país convulso y en vías de desarrollo se decidan a realizar un fugaz viaje al extranjero para ver una disputa entre dos conjuntos de otra nación, por calidad que estos tengan, muestra el impacto que este deporte causa en millones de habitantes del planeta. Los extranjeros no eran jóvenes ni parecían millonarios, simplemente eran seguidores del Madrid o del Barcelona y querían ver de cerca un nuevo «partido del siglo». La fama de los del Bernabéu o la de los del Camp Nou , algo incomprensible para los que detestan el fútbol, es literalmente universal.
Otro tanto ocurre con nuestra selección nacional. Esto acarrea claros efectos benéficos para la llamada «Marca España». Tener dos equipos de la misma ciudad que, inéditamente, disputan la final de la Champions excita la curiosidad sobre España de los hinchas de numerosos países. Del mismo modo que los egipcios degustaban el progreso que significa el AVE, comprobarían las excelencias del Corte Inglés, a mi juicio los mejores almacenes del mundo y de los que portaba una bolsa uno de ellos, o las del envidiable sistema de transportes de Madrid; se percatarían de la receptividad amable de los españoles para el turista.
En mi estancia en Sudáfrica en 2010 en los días del Mundial noté, desde la distancia, un efecto parecido. Nuestra selección fue ganando progresivamente adeptos. Muchas familias sudafricanas de diversas etnias acudían a los estadios embadurnados con la bandera española. No he visto en mi vida más enseñas de nuestro país que el día de la semifinal contra Alemania, la del cabezazo de Puyol, la mayor parte portadas por extranjeros. En algunas partes de nuestra geografía, el despliegue de la rojigualda, para algunos, habría constituido una provocación. Las aficiones de varios países africanos participantes fueron adoptando a la Roja conforme la suya iba cayendo eliminada. No creo que haya habido en la Historia un momento de mayor prestigio en África de nuestro país que en las semanas que siguieron al Mundial. Millones y millones apreciaron nuestro triunfo. Lástima que la selección española, por razones obvias, no pudiera haberse dedicado a exhibirse en el continente. Sería mejor embajadora, incluso, que el Rey por mucho que éste, con réditos para nosotros, se deslome desplazándose al extranjero con salud no se si aún quebradiza.
El deporte que en ocasiones puede desunir, pensemos en la guerra entre Salvador y Honduras o en las tensiones alarmantes que hubo recientemente entre Egipto y Argelia en la clasificación para el Mundial de Brasil, crea mitos, elimina fronteras y borra crecientemente las barreras raciales a pesar del aislado y bochornoso incidente de Villareal. En Estados Unidos, el beisbol y el baloncesto integraron a los jugadores de diferentes etnias mucho antes que la sociedad en que se desenvolvían los equipos aceptara la igualdad plena. Hace unos 100 años habría resultado impensable que Richmond, la que había sido capital del Sur secesionista, una urbe en la que había florecido la esclavitud, como se refleja con lujo en «Lo que el viento se llevó», pudiera acoger en su imponente Monument Avenue junto a las estatuas de ilustres de la Guerra Civil, Jefferson Davis o Robert Lee la del tenista de color Arthur Ashe. Hace tres noches, un camerunés, simpático y oscuro, muy oscuro de tez, hizo llorar de alegría a miles de niños, y algunos adultos, sevillistas.
El fenómeno sociológico del fútbol está ahí, por el momento es imperecedero. La fábrica de sueños de millones y millones de personas sigue aumentando la producción. ¿Se imaginan ustedes lo jugoso que está resultando para Telefónica las tropecientas mil llamadas que estos días se cruzan entre españoles, ¿ quién no ha recibido una veintena, inquiriendo, mendigando una entrada para Lisboa? En su ansia febril, en su sueño, no se percatan de que tú ni siquiera tienes la tuya.
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