Uruguay
De Calamaro a Francia
Las oportunidades que cantaba el argentino son las que Francia está en condiciones de aprovechar para dominar el fútbol mundial durante los próximos años. Las oportunidades que otros aspirantes, como les sucedió a Alemania y España, dejaron escapar de manera inexplicable.
Las oportunidades que cantaba el argentino son las que Francia está en condiciones de aprovechar para dominar el fútbol mundial durante los próximos años. Las oportunidades que otros aspirantes, como les sucedió a Alemania y España, dejaron escapar de manera inexplicable.
Andrés Calamaro, en su etapa Casa Limón, cantaba aquello de «A veces esperando las oportunidades,/ no se ven y se tira todo a la marchanta». La canción, «Las oportunidades», repasaba las idiosincrasias y fisiologías de esas criaturitas tan caprichosas y azarosas como necesarias. Sin oportunidades no hay talento que valga; si no las aprovechas, tampoco. Que le pregunten por ejemplo a selección de Uruguay, que salió desmochada de su duelo contra los portugueses. Con Edinson Cavani, un purasangre, lesionado. Su ataque, letal a la contra, quedó reducido a la inspiración y la locura del siempre genial Luis Suárez, pero faltaba la autopista hacia el cielo que abre el impetuoso ariete del PSG. Más decisivo si cabe desde que le bajó los humos al talentoso niñato que llegó a París convencido de que el mundo le debe pleitesía y que sus compañeros no son sino siervos de la gleba o, a lo sumo, simpáticos figurantes dispuestos por el director de escena para que brille la vedette.
Las oportunidades de Uruguay murieron en el instante en que Cavani abandona el campo apoyado en Cristiano Ronaldo. En cuanto a CR7, las suyas mueren desde el momento en que firme por la Juve. Me refiero a naderías y bagatelas como ganar la Champions o conquistar un nuevo Balón de Oro. La Vecchia Signora es mucha escuadra, pero fuera del Real Madrid sopla un viento polar. Aparte, 33 tacos son buenos para ejercer de tótem religioso o rockero, pero no tanto en cuestiones atléticas. Por seguir con la Juve y los epifenómenos del Mundial, haría bien el puente de mando de Concha Espina en pensar seriamente si el mejor sustituto para el ego inflable del por otro lado monumental Cristiano es otro ego inflable y propiedad de un jugador que, de momento, está algo así como a cien millones de años luz del crack de Madeira. Que digo yo que con las ciclotimias y el carnet por puntos de Benzema y los berrinches y los sóleos de Bale ya van sobrados de pucheros, ¿no?
Oportunidad, en fin, abierta para una Francia de época, todavía bisoña y a ratos agarrotada, pero también muscular, sagaz, elegante y cacique. De Raphaël Varane a Antoine Griezmann y del hercúleo Paul Pogba al prodigioso Kylian Mbappé, llamado a ser el número 1 en ausencia de Messi y Cristiano, el equipo comandado por Didier Deschamps amenaza con dominar el futbol mundial de los próximos años. Todo sea que sepa exprimir la ocasión que otros aspirantes, de Alemania a España, dejaron escapar. Los primeros en un caso de poltergeist digno de estudio, mientras que en el caso de España la suerte estaba vencida desde el momento en que el seleccionador firmó por el Madrid o, si prefieren, desde que la Federación resuelve echarle. A partir de ahí, la putrefacción de un estilo degenerado en el manierismo de los 1.000 pases y aprovechado en foros y tribunas por los que desde hace diez años reclaman la vuelta a la furia de tan brillante y laureado recuerdo. «Es cuando la estupidez gana por afano/ a la suerte que nunca llega si la estamos esperando».
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