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Obligados a ser leyenda

El Sevilla afronta su cuarta final europea con el deber de batir al Dnipro y clasificarse para la Liga de Campeones

El Sevilla, en el entrenamiento de ayer en el Estadio Nacional de Varsovia larazon

Son las responsabilidades del favorito. Más que eso, del duelista que se juega la vida con un arsenal nuclear frente a un oponente ciego, atado a un árbol y armado con un tirachinas. El Sevilla exuberante, que termina la temporada como un ciclón, se enfrenta al Dnipro ucraniano, un rival semidesconocido (o desconocido del todo), en la final de la Europa Liga que, este año por primera vez, reserva para el campeón el premio añadido de la «Champions», esa gallina de los huevos de oro que se le escapó a los sevillistas el sábado, cuando Alcácer sentenció al Almería a diez minutos del final. Ningún pronóstico serio prevé la derrota sevillista y eso es precisamente lo que más teme Unai Emery, ese pedazo de entrenador al que adorna la proverbial prudencia de los pescadores de Fuenterrabía. Anda mosqueado el vasco, más que un pavo en Adviento, porque todos lo dan ya como ganador. Peligro de batacazo.

Los ucranianos se presentan en la vecina Varsovia con el ardor de quienes no tienen nada que perder, un amenazante «David» cuya onda se llama Yevhen Konoplyanka, un vertiginoso extremo por el que el Manchester United ofreció treinta millones en verano. En él descansan casi exclusivamente las esperanzas de un equipo que, a decir de Monchi, «lo que más me hace temerlo es que es muy parecido al Sevilla. Muy intenso, fuerte y solidario». Hasta hace un año, el entrenador del Dnipro era Juande Ramos, el técnico que le dio al Sevilla las copas de la UEFA en 2006 y 2007, que también advertía de que sus antiguos pupilos «quizá sean inferiores, pero no mucho. Es una final y los dos tienen las mismas posibilidades de ganarla».

La llovizna que caía ayer por la tarde sobre una grisácea Varsovia no atemperó el optimismo de la expedición del Sevilla, cuyo presidente arengaba nada más llegar a la tropa: «Me dicen que el rival, que llega a una final por primera vez, llega ilusionado, pero al Sevilla Fútbol Club nadie lo supera en ilusión», dijo Pepe Castro en presencia de sus antecesores Rafael Carrión y Roberto Alés, que también son sus sostenes para seguir tranquilo al frente de una entidad en la que el panorama accionarial se está tornando inquietante.

Unai Emery dijo tener clara la alineación que presentará esta noche, pero entre el personal acreditado persisten algunas dudas. No ya en la portería, donde el internacional de nuevo cuño Sergio Rico le ha ganado la partida definitivamente a Beto, pero sí en la ubicación de otros jugadores. Por ejemplo, Aleix Vidal, al que medita ubicar de lateral derecho, como en la semifinal en la que reventó a la Fiorentina, para hacerle sitio a Reyes en la mediapunta. O Krychowiak, polaco a quien en el Tour llamarían «el regional de la etapa», y que podría retrasarse a la defensa para que Banega fuese el socio de M’Bia en el mediocentro e Iborra actuase como segundo delantero. Son dilemas de rico, esas dudas que agobian a los entrenadores que disponen de muchos futbolistas en forma.

La fiabilidad del Sevilla, que presenta un ciento por ciento de eficacia en las finales, es justamente lo que más hace desconfiar a los amantes de la cábala, filósofos del número conscientes de que cada día que pasa está más cerca de ocurrir lo que jamás ha sucedido. Todos los sevillistas saben que algún día les dará el fútbol un disgusto morrocotudo en forma de derrota lacerante. ¿Será esta vez? He aquí la duda que envenena los sueños de una afición segura de que ningún motivo puramente futbolístico puede apartarla del triunfo hoy.

Tan rutilante es el éxito del Sevilla que su entrenador suena para ocupar los banquillos más lustrosos de Europa. Aunque ni el Milan ni el mismísimo Real Madrid apartan a Emery de su idea de «hacer felices a los sevillistas»; tanto gana este equipo que Vicente del Bosque llama a elementos que hace tres meses eran simples actores de reparto con una frase en el guión.