Natación
Mireia Belmonte, campeona del mundo de 200 mariposa
La española se impone en los 200 mariposa en el Mundial de Budapest y logra la única medalla de oro que le faltaba. Se levantó enferma, con dolor de cabeza y de garganta, pero nadie pudo con ella en una carrera apretada en la que superó a la alemana Hentke y la húngara Hosszú.
La española se impone en los 200 mariposa en el Mundial de Budapest y logra la única medalla de oro que le faltaba. Se levantó enferma, con dolor de cabeza y de garganta, pero nadie pudo con ella en una carrera apretada en la que superó a la alemana Hentke y la húngara Hosszú.
Lo volvió a hacer. Después de los Juegos de Londres, en los que Mireia ganó dos platas, sin apenas todavía digerirlo, dijo: «Quiero el oro olímpico». Cuatro años después, en Río, tuvo su oro. Pero entonces dijo: «Me falta el oro en un Mundial». Pues ya lo tiene también. Otra vez los 200 mariposa fue su prueba mágica. Le costó asimilarlo unos minutos. No sabía ni qué decir. Su currículum de éxitos estaba completo: oro europeo, oro olímpico, oro mundial. Y ahora, ¿qué? Seguro que en su cabeza ya está el desafío para el futuro, tal vez batir un récord del mundo, quizá convertirse en Tokio 2020 en el deportista español que más medallas olímpicas ha ganado en la historia. Así funciona la campeona catalana, por metas, y una vez alcanzadas, a por otra más difícil. Pero no pensará en la próxima hasta que acabe su participación en Budapest, donde la cosecha, que ya es maravillosa, todavía puede crecer: al oro de ayer suma la plata en el 1.500 y todavía le quedan dos oportunidades en el 800 libre (hoy nada las series, mañana sería la final) y los 400 estilos, el domingo, el último día de competición.
Está claro que cuando a Mireia se le mete algo en la cabeza es muy probable que lo consiga. No son palabras que se lleve el viento. Son palabras acompañadas de hechos, y el primero fue acortar sus vacaciones. Paró después de Río, pero no hasta Navidad como le había pedido su entrenador. En octubre ya estaba otra vez levantándose a las seis de la mañana para los exigentes entrenamientos ideados por Fred Vergnoux. La preparación para el Mundial fue una extensión de la preparación para los Juegos, donde ha repetido programa, añadiendo los 1.500 metros, que en Río no era una distancia olímpica, pero sí lo será en Tokio 2020. Mireia empezó floja el Mundial, pero ha ido a más. Las pocas dudas que le dejaron las semifinales de 200 mariposa, en las que dijo que se sentía rara, se quedaron fuera de la piscina en la final. Dentro del agua sólo hubo decisión, pese al último contratiempo. Mireia y su equipo de trabajo controlan todo lo controlable, pero ayer la española se despertó con mal cuerpo. «Estaba fatal, resfriada... Pero dije: «A la piscina me tiro”», confesó después en televisión. «Me dolían la garganta y la cabeza», afirmó también. Tantas horas de esfuerzo, kilómetros en el agua y fuera, tantas sesiones de pesas, tantos días en los que no te apetece levantarte, pero lo haces, no se podían quedar en nada por un resfriado. «Sabía que tenía la oportunidad de estar en la final de un Mundial y que no todo el mundo puede hacerlo, así que pensé: “Voy a tirarme y a hacerlo lo mejor que pueda”», desveló. Curiosamente, de la desgracia hizo una virtud. No tenía mucho que perder y por eso salió menos agarrotada que el día anterior. Sin nervios.
La calle 3 estaba esperando a la española. A su lado, la alemana Hentke, que llegaba con el mejor tiempo del año y de las finalistas; las chinas Zhou y Zhang, al acecho; y un poco más lejos, Hosszú, una amenaza pese a que no es la prueba que más le gusta. Las cuatro piscinas a mariposa son exigentes y dan para mucho. La estrategia cuenta, y Mireia fue, como siempre, de menos a más, aunque no podía dejar que se le escaparan demasiado al principio. Tocó la primera pared en sexta posición, pero muy cerca del resto. Perfecto. Llegó a los cien metros ya como segunda clasificada, y ahí es donde empezó a proclamarse campeona. Fue la más veloz, por bastante, desde los 50 metros hasta los 150. 31.94 segundos invirtió de los 50 a los 100 y 32.26 de los 100 a los 150. Quedaba el último largo. La medalla de oro esperaba al fondo, pero la fatiga y el cansancio empezaron a aparecer. En Mireia y en todas, claro. Duele el cuerpo y cada impulso con los brazos, cada doble patada imitando las de los delfines, quema. Mireia se impulsó en la pared para afrontar la recta final. La mirada al frente, pero justo a su lado izquierdo notó algo. El agua se movía. Hentke estaba cerca. Más allá también aparecía la sombra de Hosszú, aunque hasta ahí no llegaba la vista de Mireia. Por la derecha no había peligro. Todas se habían despegado ya. En realidad, nada de eso importa en ese momento. «Simplemente tienes que concentrarte en lo que puedes hacer y ya está», aseguró con toda naturalidad la nadadora nacida en Badalona. Como si fuera fácil no hacer caso al cerebro, que te dice que pares, que necesitas descansar, que no puedes más. La situación recordó en parte a la final de los Juegos de Río, donde fue la australiana Groves la que intentó la remontada. Pero esta vez el final no fue tan dramático. En Brasil, tres centésimas separaron a la vencedora de la segunda. Ayer, a falta de 20 metros se mantenía la incertidumbre, pero diez después ya se veía claro que Mireia iba a aguantar. Lo hizo. Tocó la pared con 2:05:26, medio segundo más lenta que en los Juegos, pero la más rápida de las ocho ayer. Hentke se quedó con la plata (2:05.39) y el bronce fue para Hosszú (2:06.02).
Abrió la boca la española y levantó el puño. Asombrada, se llevó las manos a la cara, como el martes cuando logró la plata en el 1.500. Esa vez fue por la marca, pues había conseguido recortar su récord en siete segundos; ayer se emocionó porque su objetivo estaba cumplido. Todavía con la respiración entrecortada salió de la piscina y se fue a dar un abrazo con Vergnoux. Su sociedad no parece tener límites. Se unieron a mitad de camino de los Juegos de Londres y desde ahí cada verano se llevan una alegría.
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