Tour de Francia

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Valverde salda su deuda

Diez años después de machacar a Armstrong en Courchevel, el murciano encuentra el podio en el Tour que tanto ha deseado toda su vida.

Diez años después de machacar a Armstrong en Courchevel, el murciano encuentra el podio en el Tour que tanto ha deseado toda su vida
Diez años después de machacar a Armstrong en Courchevel, el murciano encuentra el podio en el Tour que tanto ha deseado toda su vidalarazon

Diez años después de machacar a Armstrong en Courchevel, el murciano encuentra el podio en el Tour que tanto ha deseado toda su vida.

12 de julio de 2005. Un joven murciano de tez estirada y blanca y mirada certera arranca al todopoderoso Lance Armstrong en las últimas rampas de Courchevel. Se marcha en solitario y vence en la 10º etapa del Tour delante de los «morros» del americano que, al cruzar la meta, le da la mano, la señal divina. Como si de una Creación de Miguel Ángel se tratara, ésa es la imagen. «Él es mi relevo», afirma el texano. Él es Alejandro Valverde. Está corriendo su primer Tour con 25 años. Y se ha propuesto pelear por el podio. El sueño de una vida que ayer, diez años después de ese triunfo en Courchevel, tras tres victorias de etapa en la ronda gala y vestir el maillot amarillo dos jornadas, dejando en el camino muchas lágrimas, desazón y mucho, mucho infortunio, al fin ha logrado.

La foto de Alejandro Valverde en el podio de París es mucho más que la consecución de un sueño. Es el objetivo de una vida, la meta por la que el murciano se hizo ciclista. Lo que todos le dijeron que nunca iba a conseguir y al fin ha logrado. Eso es lo que tienen los sueños de verdad. Que cuesta que lleguen. Ponen a prueba la paciencia y hace preguntarse cuánto deseas conseguirlo. Cuánto estás dispuesto a luchar.

La pelea de Valverde empezó hace más de una década en realidad. En 2004, el murciano, en las filas del Kelme, era una de las joyas del pelotón ciclista español. La pieza más codiciada. Un niño con instinto ganador y clase innata. Un talento natural joven, capaz de hacer cualquier cosa. Valverde lo hacía fácil todo. Victorias en la Vuelta a España, en clásicas de un día, en carreras de una semana... le salieron novias por todas partes. Tenía ofertas del Telekom de Ullrich y del Quick Step, que pronto vieron e sus piernas al sucesor de Eddy Merckx. Un auténtico caníbal clasicómano que podría hincharse a ganar monumentos. Pero Valverde lo tenía muy claro. Él quería ganar el Tour. Por eso se hizo ciclista. Si no, se hubiera montado en el camión de su padre y habría echado a andar por las carreteras de España.

Y quería hacerlo aquí. Desechó todas las ofertas del extranjero, desoyó las críticas y eligió el Illes Balears de José Miguel Echavarri y Eusebio Unzué, que buscaban el relevo de Indurain y Olano para las grandes vueltas. Ese mismo 2005 debutó en el Tour, ganó una etapa y Armstrong le nombró su sucesor. Pero apenas tres días después, se vio obligado a retirarse por una grave lesión en la rodilla que le impedía pedalear.

Volvió en 2006 y no pasó del tercer día en carrera. Camino de Valkenburg, recién iniciado el Tour, Valverde se cayó. Ni las lágrimas de impotencia podían soldar su clavícula rota. A casa. En 2007, otra vez como jefe de filas a pesar del triunfo de Pereiro por descalificación de Landis, Valverde volvió al Tour. El mundo le decía que se olvidara. Había ganado la Flecha y la Lieja, lo tenía todo para convertirse en el mejor clasicómano de todos los tiempos. Pero no hizo caso. Esta vez sí llegó a París, sexto, y reforzado en sus pensamientos de que algún día subiría al cajón.

El de 2008 fue el Tour donde por primera y única vez, Valverde saboreó lo que es vestirse de líder. Lo hizo en Plumelec, gracias a su brillante triunfo de etapa que le vistió de amarillo durante dos jornadas. Acabó octavo, pero no era suficiente. Ese Tour, que tuvo una incursión en Italia, en Prato Nevoso, le sepultó. Se sometió a un control antidopaje en suelo transalpino y su sangre se quedó allí. El CONI cotejó su ADN con las bolsas incautadas en la Operación Puerto dos años antes y aseguró haber dado con una que era calcada a la de Valverde. Allí empezó la pesadilla. La persecución que le llevó a la sanción de dos años. La tortura fue larga y dolorosa. En 2009 Valverde no pudo correr el Tour porque le amenazaron con detenerle cuando pasara por Italia. Se quedó en barbecho y dos meses después fue a la Vuelta para ganarla. No pudo regresar al Tour hasta 2012, una vez expirada su sanción. Valverde ya tenía 32 años, pero seguía creyendo que podía pelear por el podio. Sufrió dos caídas que le apartaron de la lucha por la general, pero se limpió las heridas ganando a lo grande en Peyragudes.

Al año siguiente, camino de Saint Amand Montrond, se le salió la cadena y se quedó cortado por los abanicos que se produjeron. El año pasado, su «última oportunidad», dijo, acabó perdiendo el podio en las últimas etapas de los Pirineos y arrastrando el peso de las críticas. Esta temporada, Valverde, ese ciclista genial que gana desde enero hasta diciembre y que en un mes estará disputando la Vuelta a España, ese estupendo corredor al que llamaban «El Imbatido», lo ha conseguido.