Coronavirus
Un virus de medio millón de parados
Recesión, desempleo, déficit y deuda: los cuatro jinetes del Apocalipsis de la pandemia cabalgan desbocados sobre la economía mundial y la española
El coronavirus es una pandemia, una crisis sanitaria, que dejará la secuela de la que puede ser una brutal crisis económica. La enfermedad será vencida, pero ha dejado sueltos a los que serían los cuatro jinetes del Apocalipsis económico: paro, recesión, déficit y deuda. Podrán volver a ser domesticados, pero a unos países les costará más que a otros y España no tiene las mejores cartas. El economista Antonio García Pascual, profesor de la John Hopkins University –la misma que tiene la web más popular para seguir la evolución del Covid-19– apunta que «el impacto (económico) en España será más severo que en otros países». Nadie se atreve todavía a poner cifras a la catástrofe anunciada. Sin embargo, siempre hay valientes. José Ignacio Crespo, experto económico, asesor de fondos y Estadístico del Estado, auguró hace unas semanas, como adelantó este periódico el domingo 1 de marzo, que el PIB de este año crecería por debajo del 1% e incluso muy por debajo. Aquello no gustó a las ministras Calviño y Montero, que presumían del mayor vigor de la economía española frente a las otras grandes de la Unión Europea. El coronavirus ya había llegado a Italia, pero el Gobierno de Pedro Sánchez estaba ocupado en otros asuntos, como la rivalidad entre Carmen Calvo y Pablo Iglesias-Irene Montero por la bandera feminista del 8-M. Todo es vertiginoso. Ahora, José Ignacio Crespo, en reclusión domiciliaria voluntaria desde hace diez días, no tiene ninguna duda de que España entrará en recesión, es decir el PIB no solo no crecerá, sino que retrocederá. Las consecuencias, claro, pueden ser dramáticas.
Un 20% de paro
José Carlos Diez, profesor de la Universidad de Alcalá de Henares, fue el responsable económico del PSOE en los tiempos de la gestora que encabezó Javier Fernández, expresidente asturiano, y que dirigió el partido hasta las primarias en las que Susana Díaz fue vapuleada por Sánchez. Díez, socialdemócrata, enarbola el estandarte de un mayor gasto público, coordinado con Europa y el Banco Central Europeo, para mitigar los efectos de una crisis que ya está aquí. Previene, sin embargo, de que si no se acierta con la medicina, la economía española puede volver a tasas del 20% de paro y que, en cualquier caso, el desempleo subirá. Ahora mismo, la desocupación ronda el 14% de la población activa, es decir, unos 3,2 millones trabajadores. El 20% significaría volver a superar los cuatro millones de parados, una catástrofe de magnitudes bíblicas, que solo llegará si el Gobierno opta por las políticas –con frecuencia socialpopulistas– equivocadas. Por el contrario, un acierto gubernamental no evitaría los daños, pero limitaría la catástrofe que dejaría de ser apocalíptica. Sin embargo, por muy bien que se hagan las cosas, la factura en empleo del coronavirus no bajará del medio millón de parados nuevos en los próximos meses y podría ser todavía mayor. La lista de grandes empresas española que desde el viernes pasado han anunciado «regulaciones de empleo» –aunque vayan acompañadas de la coletilla de «temporales»– es interminable, sobre todo en el transporte, la hostelería y la automoción, pero también en otros sectores. El ejemplo de las líneas aéreas, con un tráfico muy reducido, es paradigmático y están condenadas a prescindir de cifras ingentes de personal.
Toni Roldán, economista, fue diputado y un peso pesado de Ciudadanos hasta que dejó el escaño y el partido, frustrado por el empecinamiento de Albert Rivera de ni tan siquiera explorar un acuerdo con el PSOE cuando entre ambas formaciones sumaban una mayoría absoluta de 180 escaños. Ahora dirige, en la escuela de negocios Esade, el «Centro de Política Económica», un «think tank» económico que es el que ha impulsado el informe urgente de García Pascual. Roldán ha colaborado con el profesor de Hopkins y ambos hablan de una «enorme disrupción económica» y llaman la atención sobre «el colapso de las cadenas de producción y distribución» en todo el mundo. La paralización, también temporal, de la producción de las factorías españolas de Renault, Seat o Nissan es el ejemplo más cercano, pero no una excepción. El 90% de las principales empresas del mundo, según operadores de Wall Street, sufrirán interrupciones en la cadena de suministros por culpa del coronavirus. Por otra parte, el hundimiento de las bolsas, que para algunos evoca el «crash» de 1929 –cuyos efectos se prolongaron casi un decenio–, provocará que las rentas de millones de personas –ahorradores– en el mundo disminuirán y algunos no podrán pagar sus deudas. Otros reducirán sus gastos y eso contribuirá a que baje la demanda y suba el paro.
El horizonte es sombrío. La crisis, esta vez, no tiene un origen económico, pero se cebará por un escenario económico mundial cogido con alfileres y, sobre todo, asentado sobre una deuda de nada menos que 230 billones de dólares, con «b» de barbaridad, que representa el 320% del PIB mundial y que muchos expertos consideran impagable. Los temores han quedado reflejados en la evolución de los llamados índices del miedo, el VIX del mercado de futuros de Chicago y el VDAX alemán. Miden lo que se llama la «volatilidad», que es una manera como cualquier otra de definir la incertidumbre, lo desconocido. Pues bien, el VIX de Chicago llegó hasta los 77 puntos el pasado jueves 12, cuando a principios de febrero apenas superaba los 12 puntos. El viernes, tras el anuncio de medidas de Trump, bajó, pero sigue alrededor de los 60 puntos. Un camino parecido recorrió el VDAX de Fráncfort, que escaló hasta los 74 puntos, cuando en 2008, en los peores momentos de la Gran Recesión, se quedó en 65 puntos y también hace un mes coqueteaba alrededor de los 15 puntos. No, todavía no hay datos contrastables, pero las perspectivas son fúnebres.
Fernando Fernández, profesor de Economía y Finanzas del IE Business School, que también fue economista del FMI, advierte con cierta preocupación sobre un nuevo milenarismo que sería catastrófico para España, un país que recibe más de 80 millones de turistas y que, en definitiva, vive en buena medida de la globalización. Es decir, de los viajes, del ocio y de los acontecimientos a mitad de camino entre el trabajo y el placer. El Mobile de Barcelona es quizá el ejemplo más obvio, pero hay muchos más. Basta con repasar el calendario de certámenes previstos para este año no en Madrid y Barcelona, sino en la mayoría de puntos de país, y su impacto económico. Una fábrica puede recuperar su producción, pero un Congreso que no se celebra son habitaciones de hotel y consumo en restaurantes, bares y todo tipo de ocio que se ha volatilizado. El peligro del coronavirus es que genere un nuevo milenarismo en el que esté menos de moda –por temor o por lo que sea– viajar por todo el mundo y de forma permanente. Si esa idea arraiga, la economía española sufrirá durante años.
El dardo del New York Times
España, por otra parte, no encara a los jinetes económicos del Apocalipsis en la mejor situación, por mucho que diga el Gobierno. El escenario es mucho más complicado que el que tenía José Luis Rodríguez Zapatero cuando llegó la Gran Recesión en 2008. Entonces, el paro había bajado del 10%, un récord histórico para España, la deuda pública rondaba el 35% del PIB y las cuentas del Estado arrojaban superávit. Quizá no era el mundo feliz, pero se parecía bastante. La situación, doce años después, es aterradoramente peor: casi un 14% de paro, casi el 100% de deuda pública –más de un billón de euros– y un déficit público que, aunque el Gobierno no ofrece datos todavía, rebasará con creces el 2,5% del PIB, mucho más de lo previsto. Pedro Sánchez, Nadia Calviño y María Jesús Montero aprovecharán las facilidades que dará la Unión Europea para excederse del déficit previsto y gastar más con el objetivo de luchar contra la pandemia, primero, y fomentar la actividad en segundo lugar. No hay muchas más alternativas, pero si todo eso no se acompaña de medidas para generar más ingresos en el futuro, como ha apuntado el FMI, la catástrofe está asegurada y ahora España tardaría mucho en salir del hoyo. Existe además la tentación de reaccionar con la contrarreforma laboral, subidas de impuestos –equivocadas, porque hay otras más impopulares que serían necesarias en el futuro– y otras medida populistas que agravarían el problema. Sánchez aseguraba una legislatura, no la que ni él ni Iván Redondo soñaron, pero puede salir por la puerta de atrás. Ayer, en La Moncloa, escocía un titular de «The New York Times»: «España se convierte en el último epicentro del coronavirus después de una titubeante –«faltering», en el original inglés– respuesta», del Gobierno, claro. Ahora, Sánchez está frente a esos cuatro jinetes del Apocalipsis económico y no solo debe dejar de titubear, sino que está obligado a acertar, aunque para ello tenga que pactar con la oposición y algo que satisfaga, al menos en parte, a todos.
✕
Accede a tu cuenta para comentar