Rodrigo Rato

«Es curioso cómo las tensiones en la zona euro se trasladan a los campos de fútbol»

Luis de Guindos repasa sus años al frente de la economía española en la etapa más dura de la crisis. El ministro, presionado desde todos los frentes, llegó a plantarse ante las exigencias de sus socios europeos. «Si es lo que queréis, pedimos un rescate completo para España de medio billón de euros y después ya podéis preparar otros 700.000 millones para Italia»

Luis de Guindos en la rueda de prensa del Ecofin, en Bratislava
Luis de Guindos en la rueda de prensa del Ecofin, en Bratislavalarazon

Luis de Guindos repasa sus años al frente de la economía española en la etapa más dura de la crisis. El ministro, presionado desde todos los frentes, llegó a plantarse ante las exigencias de sus socios europeos.

«España amenazada». Dos palabras que sirven de título al libro de Luis de Guindos y que describen a la perfección la crítica situación que vivió España entre 2012 y 2013. Situada al borde un precipicio por el que estuvo a punto de caer repetidas veces pero del que finalmente logró alejarse, a juzgar por las palabras del ministro de Economía, ahora en funciones. Una crisis sin precedentes desde la posguerra y que supuso una amenaza mayúscula para la eurozona. Durante dos años, De Guindos, máximo responsable de Economía, vivió la cara más amarga de un Gobierno donde la economía era un quebradero de cabeza constante. Tanto es así, que el ministro no conseguía conciliar el sueño muchas noches. Al menos hasta que España enderezó el rumbo y las cifras empezaron a acompañar. «Dejamos una España mejor que la que nos encontramos», termina diciendo De Guindos al final del libro.

«Mi amiga», la prima de riesgo

Buena parte de culpa de esas noches en vela del ministro la tuvieron las cajas de ahorros, punta de lanza de una crisis que casi acaba con todo el país rescatado. Algo que De Guindos no quería bajo ningún concepto. El mes de mayo de 2012 fue el epicentro del terremoto. A principios de mes, Rajoy dejaba la puerta abierta a inyectar dinero público en las entidades en problemas para salvar al sector financiero. Dicho y hecho. Unas semanas más tarde se anunciaba la nacionalización de Bankia, con más de 22.000 millones de euros de los contribuyentes. «El mes de mayo de 2012 viví prácticamente en el Falcon», al que apoda coloquialmente como «el avioncito».

«Tenía que negociar con los socios europeos un programa de asistencia bancaria contrarreloj porque si no ponía un cortafuegos, España se vería abocada al rescate completo. El tic tac de los mercados, con la prima de riesgo en escalada, era la música de fondo». Una prima de riesgo de la que pocos habían oído hablar hasta entonces, pero que presionaba con una fuerza extraordinaria a España y a la que De Guindos se refiere como «mi amiga».

En un clima de desconfianza total hacia España, «no había más remedio que coger el capote y salir al ruedo con el alto riesgo de salir corneado». El primer dirigente europeo con el que De Guindos habló sobre la posibilidad de un rescate bancario fue su homólogo alemán, Wolfgang Schäuble, uno de los representantes europeos más duros con España. El acuerdo final para pedir el rescate bancario llegó el 9 de junio de 2012, «el día más trascendente que he vivido como ministro de Economía». No obstante, el camino estuvo plagado de obstáculos, ante los que De Guindos acabó lanzando un órdago a sus socios europeos. Un farol que, por fortuna, le salió bien al ministro.

«La presión fue tan fuerte que incluso estuvo a punto de hacer descarrilar el acuerdo. Durante la multiconferencia [con los socios del Eurogrupo] tuve dos oponentes, no diría que inesperados, pero sí inoportunos. El ministro holandés y su colega finlandesa jugaron fuerte con la idea de la condicionalidad macroeconómica». Pretendían vincular la ayuda a la banca española a la imposición de medidas de ajuste y la vigilancia de la troika –el FMI, el BCE y la Comisión Europea– sobre cuestiones al margen del sector financiero, como las pensiones o las prestaciones por desempleo.

«Yo no podía aceptar que a España le dirigiera la política económica, desde fuera, la troika en pleno, porque hubiera sido tanto como ir al rescate completo pero sin dinero para tal fin». Aquí llegó el órdago. «Ahí me planté y dije que me levantaba de la mesa. Que si esto es lo que querían, solicitaba un programa completo para España por medio billón de euros y que después ya podían ir preparando otros 700.000 millones para Italia. Afortunadamente no veía las caras del resto de los ministros del Eurogrupo, pero sí observé cómo mis colaboradores presentes en la reunión se quedaban petrificados». Al final, el acuerdo salió adelante conforme a los deseos de España.

Eso sí, de las 32 condiciones acordadas, hubo algunas especialmente difíciles de negociar, como el futuro de las cajas de ahorros. «Nuestros prestamistas, la Comisión Europea sobre todo, querían una liquidación automática», señala el ministro. Tras obtener la financiación europea, se puso en marcha la constitución de Sareb, el llamado «banco malo», para aglutinar los activos «tóxicos» de las cajas en reestructuración. «Pedimos la solidaridad de los grandes bancos españoles y todos respondieron, con la excepción de BBVA».

Tras meses de trabajo conjunto, el Ministerio quiso tener un detalle con los negociadores de la Comisión Europea, que acabó en anécdota cinematográfica. «Les organizamos una visita al Museo del Prado en la que, por cierto, se coló una periodista vestida con gabardina y el cuello subido, como en las películas». Cita en la que estuvieron presentes los más clásicos tópicos españoles. «Un representante de la Comisión hizo un brindis en el que dijo que cuando vino a España en verano pensaba que se iba a dedicar a dormir la siesta y que se había dado cuenta de que no era así».

Pese a los contratiempos, De Guindos quedó muy satisfecho con la reestructuración bancaria. «Hicimos una puesta a punto del sector financiero y lo financiamos a un tipo de interés reducido y un plazo bastante largo. Dadas las circunstancias, mejor no podía haber salido». Pese al optimismo y la euforia inicial de los mercados, la cruda realidad se imponía. «Estábamos aún lejos de recuperar la confianza porque, en buena parte, las circunstancias nos sobrepasaban». En aquel verano de 2012, el fútbol dio una tregua y España levantó su segunda Eurocopa consecutiva. «Es curioso como las tensiones en la zona euro de aquel año se trasladaron a los campos de fútbol», cuenta De Guindos. Dos de los «patitos feos» de la Unión Europea, España e Italia, se enfrentaron en la final, donde la «azzurra» salió vapuleada. La todopoderosa Alemania apeó a Grecia, en otra acertada metáfora futbolística de lo que se cocía en Europa.

En los mercados, la realidad era bien distinta. «El acecho de los mercados no daba tregua y nos situó varias veces al borde del colapso financiero como país». En julio de 2012, el bono a diez años alcanzó el 7,5% y la prima de riesgo escaló hasta los 639 puntos, su máximo histórico desde la entrada del euro. «El Tesoro tenía que hacer subastas ridículas (de 1.000 millones de euros, cuando lo habitual son 5.000) por el procedimiento de llamar a los bancos para preguntarles cuánto estaban dispuestos a prestarnos. Lo normal es al revés».

Las agencias de «rating» situaron la solvencia de España al borde del bono basura. «Estábamos a un paso de entrar en grado especulativo, lo que significa ser pasto de los tiburones. Manteníamos el pie en el acelerador porque no queríamos pasar a la historia como el Gobierno que hizo que España perdiera la autoestima». De Guindos alaba el comportamiento de una ciudadanía que ayudo en la tarea. «Los españoles han demostrado durante la peor recesión de la historia reciente una madurez y solidaridad que me ha dejado impresionado».

Mientras, la presión sobre el ministro era total. En una cumbre del G-20 en México «iba de reunión en reunión recibiendo amonestaciones». De vez en cuando, De Guindos necesitaba meterse en una sala muy refrigerada en busca de calma. «Cuando conseguía bajar la temperatura corporal y recuperar las pulsaciones normales, volvía al ruedo».

Pese a todo, las presiones para que España pidiese el rescate total eran un clamor «entre empresarios, banqueros y medios de comunicación». «El presidente de BBVA, Francisco González, dijo que cuanto antes, mejor». Emilio Botín, presidente del Santander, llamó a De Guindos para decirle que había que pedir 160.000 millones al FMI. «Le contesté que con eso no teníamos ni para empezar y le expliqué las negativas consecuencias de un rescate». Botín contestó: «Ministro, tú sabes más y en lo que hagas yo te apoyaré». Aunque dentro del Gobierno no había debate al respecto, «no era sencillo, después de aprobar medidas tan duras y contrarias al programa electoral del PP, explicar por qué no conseguíamos enderezar el rumbo».

«Yo estaba más cerca de la hoguera y muchas noches no conseguía conciliar el sueño, sobre todo cuando tenía una subasta del Tesoro al día siguiente». En los momentos más críticos, De Guindos pidió a Alemania que aflojase la presión sobre Grecia, que de rebote estaba «matando» a España. «Le expliqué [a Schaüble] que España estaba en una situación límite, que el Tesoro sólo podía aguantar un mes, se quedaba sin fondos para pagara las pensiones, las prestaciones por desempleo o los sueldos de los funcionarios». Hoy, echando la vista atrás, la situación es bien distinta. «Realizar emisiones a tipos negativos y a 50 años es algo que no estaba ni en el mejor de mis sueños cuando fui nombrado ministro», afirma.

«España amenazada»

Luis de Guindos

Ediciones Península

192 páginas,

18,90 euros

(e-book, 12,99€)