Macroeconomía

El miedo a una recesión ya es real

-0,1% es la caída del PIB que registró Alemania durante el segundo trimestre. Si el dato del próximo trimestre también resulta negativo el país habrá entrado en recesión

El miedo a una recesión ya es real
El miedo a una recesión ya es reallarazon

Estamos camino de una crisis cercana y que, «a diferencia de la de 2008, está inducida políticamente».

Cuando empezó la pasada crisis, los economistas se pusieron a trabajar duro para ser el primero en dar con las causas, tanto las superficiales como las profundas. Con sus cálculos, se dieron cuenta de una cosa curiosa, que quizá las crisis mundiales no eran más que el fin de un ciclo que dura alrededor de cuatro décadas en las que el capitalismo moderno se desgasta mediante un cúmulo de errores y necesita una tormenta para renacer de sus cenizas. Así, la primera prueba fue el «Crack del 29», luego la depresión de 1973 debido a los precios del petróleo y, por último, la recesión que estalló en 2008. Por eso, cuando la economía volvió a mejorar se pensaba que nos libraríamos de una nueva crisis hasta, al menos, la segunda mitad de los 2040. Sin embargo, los analistas no barajaron la posibilidad de que los líderes globales del mundo postcrisis se comportasen como unos kamikazes abocándonos hacia una nueva recesión cuando aún palpamos las consecuencias de la anterior.

ANUNCIOS INCUMPLIDOS

El economista Juan Ramón Rallo admite que estamos camino de una crisis cercana y que, «a diferencia de la de 2008, está inducida políticamente». Eso sí, mantiene un halo de esperanza: «Podemos terminar cayendo en ella, pero si los políticos ponen fin a las hostilidades comerciales, acaso podamos evitarla».

En el ojo del huracán está, sin duda, la guerra comercial entre Estados Unidos y China. La última noticia sobre esta batalla (que ya se ha catalogado como la III Guerra Mundial, pero las armas son económicas y las víctimas las cuentas bancarias) saltó cuando las dos potencias afirmaron, al acabar el G7, que estaban dispuestas a llegar a un acuerdo. Claro que los ciudadanos ya no saben si creérselo o si solo son palabras para el escaparate, porque ambos países también acabaron el pasado G20 (celebrado a finales de junio de este mismo año) con promesas de reconciliación que, como el tiempo demostró, no eran sinceras.

De hecho, pocas horas antes del G7, China subía al ring con los puños bien cargados, anunciando un aumento de aranceles a productos procedentes de Estados Unidos por valor de 75.000 millones de euros. Trump no se hizo de rogar y avivó el fuego cruzado pidiendo a las empresas estadounidenses que dejasen de importar desde China y, además, amenazando con una nueva subida arancelaria de 300.000 millones de euros a partir del 1 de octubre. Por lo tanto, el único acuerdo que parecen tener al alcance las dos potencias a día de hoy es el de fingir una futura paz de vez en cuando para paliar los efectos negativos de la guerra en sus propios mercados financieros.

Después del anuncio de un posible acercamiento de posturas, el Dow Jones cerró el lunes con 270 puntos más. Una pequeña remontada para un desastroso mes de agosto en el que el índice estadounidense cayó desde los más de 27.000 hasta por debajo de los 26.000. Mientras, el A5 chino empezó julio acercándose a los 14.000 puntos y se encuentra rondando los 13.500. Las bolsas del resto del mundo también se están viendo arrastradas por la guerra comercial, que ha despertado la desconfianza de los inversores por la dificultad de prever cuál será el próximo paso que dará Trump o Xi Jinping.

Inestabilidad en la UE

Los países que «más están sufriendo la guerra comercial», apunta Rallo, son los más industrializados. El mejor ejemplo es Alemania. Tiene una gran dependencia de China porque importan una gran cantidad de componentes desde el gigante asiático que usan para fabricar sus coches, sus máquinas y, en general, bienes tecnológicos. Debido a la incertidumbre generada últimamente, las empresas chinas han reducido su producción y, de esa manera, sus ventas. Así, la Oficina Nacional de Estadística del Estado informó el pasado lunes de que los beneficios industriales habían caído un 1,7% en los primeros siete meses del año.

La oferta de componentes chinos desciende y, como consecuencia, la fabricación en Alemania, que exporte menos productos finales. Los últimos datos del país germano indican que sus ventas al extranjero cayeron un 1,3% en el segundo trimestre, una cifra negativa que se une a que en el mismo periodo la economía decreció un 0,1%, por lo que si en el tercer trimestre se registra un nuevo descenso, Alemania habrá entrado oficialmente en recesión.

Y como estamos hablando del reconocido motor de Europa, existe un miedo real a que se produzca un efecto dominó en el continente. Entre abril y junio, Francia solo creció un 0,3%. Es decir, está cerca del abismo. En España, después de cuatro meses, seguimos sin Gobierno, por lo que el peligro de unas nuevas elecciones es real y si finalmente se forma un Ejecutivo, lo ocurrido en los últimos meses demuestra que la estabilidad no será la deseada. De estabilidad tampoco pueden presumir los italianos. El primer ministro del país transalpino, Guiseppe Conte, dimitió el 20 de agosto después de que su socio de gobierno, la Liga, encabezada por Matteo Salvini, le presentase una moción de censura. La intención de este partido era volver a formar un Ejecutivo con el Movimiento 5 Estrellas logrando más concesiones. Pero se han llevado un buen correctivo esta semana, cuando la formación euroescéptica ha firmado un acuerdo con el Partido Demócrata, por lo que la Lega se quedaría fuera del gobierno. Aunque mientras 5 Estrellas siga tomando decisiones, continuará el desafío italiano a Europa. Por último, está el Brexit en Reino Unido, que se producirá el 31 de octubre y del que ya no merece la pena seguir hablando porque se conocen de sobra sus consecuencias sobre la economía de ambas partes.

Aparte de los problemas de cada uno de los países por separado, la Unión Europea anda agitada. El último anunció ha sido el de que se está estudiando la posibilidad de flexibilizar el Pacto de Estabilidad, esto es permitir más gastos y menos austeridad, para mantener el flujo de una economía que se estanca. Gobiernos con políticas expansivas como el socialista en España y, sobre todo, el italiano, lo recibirían de buena gana. Eso sí, si no se ahorra la crisis golpearía más fuerte.

Con las uniones bancaria y fiscal, y la reforma del euro como telón de fondo. En el seno de la Comisión se han formado dos bandos, los que están por la labor de una mayor unidad y los que no, que se han hecho llamar la Nueva Liga Hanseática, en la que están estados «sanos y envidiados» como Holanda, Finlandia, Suecia y Dinamarca, que no quieren hacerse cargo de las irresponsabilidades de otros miembros de la UE. En definitiva, continuará la situación que comenta Rallo: «Europa está esclerotizada económicamente por la falta de reformas estructurales (altos impuestos e hiperregulación), así como por las tensiones políticas internas».

Solución paliativa

La única respuesta que se da a la crisis que se avecina es una nueva bajada de tipos por parte de los bancos centrales. China ya lo hizo, causando la depreciación del yuan a mínimos de los últimos 11 años. Una medida que intenta contrarrestar los aranceles, abaratando los productos comprados en China y, así intentar que las exportaciones (una de las claves del crecimiento chino) no sufran demasiado a pesar de encarecer las importaciones. La Reserva Federal (Fed) recortará los tipos este mismo mes, según los avances de Bloomberg, por lo cual el Banco Central Europeo se tendrá que adaptar a la situación y rebajarlos desde el 0% actual a un nivel negativo.

No obstante, asegura Rallo que el descenso de los tipos es «un estímulo monetario al endeudamiento, lo que consolida la esclerotización». Además, la política monetaria de los bancos centrales solo puede paliar el dolor, pero no curar la enfermedad, como afirmó recientemente el propio presidente de la Fed, Jerome Po-well: «Es una poderosa herramienta, pero no puede establecer las reglas del juego del comercio internacional». En definitiva, el futuro de la economía está en manos de líderes políticos, que pueden seguir con sus disputas o decidirse por otorgar al mundo de una estabilidad financiera que permita a los consumidores gastar su dinero sin miedos y a los empresarios negociar sin incertidumbres.

Sin solvencia

Las empresas han cambiado de actitud ante la consolidación de la incertidumbre. Así lo registra un estudio de Crédito y Caución en el cual se prevé que los fracasos de las compañías en los mercados desarrollados crezcan un 2,8% en 2019 a causa de las tensiones comerciales y la pérdida de la economía. Y para 2020 se espera que aumente un 1,2% adicional. Si se bajan los tipos, se permitirá que las empresas se endeuden y puedan sortear estas insolvencias, por lo que estas cifras se reducirían. Pero acumularían un pasivo muy peligroso para cuando vuelvan a aumentar los tipos, lo cual es inevitable tarde o temprano. Según el informe, América del Norte es la zona donde más fracasos se vivirán, un 3,2% en 2019 y un 1,7% en 2020, a consecuencia de los mayores costes que deben afrontar las empresas por los aranceles impuestos a las importaciones chinas.