Rescate a Grecia
Grecia, ¿camino de la liberación?
Los indicadores macroeconómicos hacen que muchos analistas vean ya una tenue luz al final del túnel. Pero la recuperación puede verse frenada por el alto nivel de deuda -el 179% del PIB- y la precaria situación social.
Este ha sido el primer verano que el Gobierno griego se ha podido tomar unas vacaciones desde su llegada en 2015. En el camino y a golpe de legislación del que una vez fuera partido izquierdista llamado a cambiar el rostro y romper las cadenas del país, Syriza, se ha convertido en adalid de la estabilidad helena tras la zozobra de los años más duros de la crisis. Gran parte de este mérito se debe en parte a que, para sorpresa de todos, su alianza con el partido nacionalista antimemorándum Griegos Independientes se ha mostrado más sólida de lo que cualquiera de los analistas habría podido anticipar.
Las actuaciones simbólicas se mantienen, como su apoyo al régimen venezolano, pero las políticas de la «troika» han sido asumidas cada vez con menos resistencia conforme avanzaba la legislatura. La gestión del ministro de Finanzas, Euclides Tsakalotos, que firmó el acuerdo del verano de julio de 2015 con los acreedores para iniciar el tercer programa de rescate a cambio de 86.000 millones de euros, ha sido capital para que hoy se hable de una plausible salida de la crisis económica.
La última vez
Al menos los indicadores macroeconómicos así lo respaldan. Grecia cumple a ratajabla con el déficit público –ha salido del procedimiento de déficit excesivo que establece la UE antes que España–, y tanto la Comisión Europea como el Fondo Monetario Internacional contemplan un crecimiento para 2017 y 2018 por encima de los dos puntos del PIB. El paro ha descendido por debajo del 22%, según los últimos datos, y el estado heleno ha podido salir con éxito a colocar deuda vencida a los mercados, en un gesto que se consideraba prueba capital para conocer el diagnóstico que hacen los inversores del devenir del país.
Grecia pudo colocar en los mercados de capitales 3.000 millones de euros en bonos vencidos– que databan de 2014- casi dos décimas por debajo del tipo de interés estimado (4,8%), es decir, al 4,625%. La última vez que Grecia vendió bonos a cinco años fue en 2014, en pleno Gobierno conservador de Andonis Samarás, con una rentabilidad del 4,9%.
Este panorama ha dado alas al Ejecutivo de Alexis Tsipras, que sigue desplomado en las encuestas de intención de voto, y espera poder vender algunas de estas mejoras a su electorado, que en gran parte se ha ido no al opositor conservador Nueva Democracia, sino a la abstención.
Uno de esos primeros «caramelos» para la opinión pública puede ser la nueva relajación de los controles de capitales desde principio de este mes de septiembre, lo que permitirá retirar hasta 1.800 euros mensuales de la cuenta bancaria sin importar si se hace de una sola vez o en varios tramos. Aunque en esencia no varía sustancialmente con respecto a los 1.680 mensuales vigentes desde la última relajación de esta medida, en verano de 2016, sí que flexibiliza el método de retirada, que de momento sólo permite retirar 840 euros cada dos semanas.
No obstante, el verano acaba y la vuelta al trabajo va a ser empinada para el Gobierno de Atenas. Queda menos de un año para que concluya el programa de rescate, lo que permite ver cierta luz al final del túnel, pero puede que el trayecto esté lleno de curvas.
El 7 de julio el Mecanismo Europeo de Estabilidad otorgaba hasta la fecha el último tramo del tercer rescate, 8.500 millones de euros, de los cuales una gran parte se destinaron a pagar deuda e intereses. Y a partir de septiembre, tras las decisivas elecciones alemanas en las que Merkel de momento es favorita, es decir, que se mantiene el «status quo», habrá que remangarse para cumplir las nada menos que 90 medidas que tiene como deberes para diciembre.
Grecia volverá hasta entonces a los tediosos períodos de reunión con las instituciones europeas y el FMI. Además de los comicios germanos, la gran incertidumbre para este país será cómo se resuelve la tirantez existente entre el FMI y los europeos con respecto a uno de los temas escondidos bajo el iceberg de la recuperación: la deuda.
El tamaño de su deuda y su incapacidad potencial para pagarla es ahora mismo uno de los únicos aspectos que podrían descarrilar las negociaciones, aunque no por culpa de Atenas. Ahora mismo ésta se sitúa en el 179% del PIB, y pocos parecen pensar que podrá reducirse al ritmo de crecimiento actual. El FMI, con larga experiencia en prestar dinero a países en dificultades, asegura que Grecia, con el objetivo de superávit primario –antes del pago de la deuda establecido por el tercer rescate en el 3,5% del PIB para 2018–, no podrá pagar su deuda, y corre el riesgo de entrar en una nueva crisis. Para el organismo de Washington la única solución es un alivio de la deuda que encarrile el pago y la haga sostenible, perdonar a cambio de recuperar una parte del dinero. La UE, comandada por Alemania, piensa que no hay ningún problema con la deuda y que Atenas, durante la próxima década, será capaz de mantener ese superávit y a la vez solventarla. De momento, las condiciones de los europeos son las que se mantienen, éstos no dan su brazo a torcer. Y bajo ellas, el FMI sólo ha conseguido aprobar un desembolso de 1.600 millones de euros si recibe garantías del resto de países de la eurozona sobre las medidas adoptadas para garantizar la sostenibilidad de la deuda griega. Ésta viene a ser un aplazamiento de la decisión, así como un retraso de un enfrentamiento más profundo en el futuro.
¿un espejismo?
El gran problema y lastre de la recuperación de Grecia, de su salida de los infiernos, es todo lo que ha quedado destruido tras los años de dura austeridad. Una muestra es la manera en la que se han obtenido los superávits primarios nombrados más arriba, es decir, a base de subir los impuestos y de recortar servicios básicos de una clase media cada vez más empobrecida y que apenas consume. Con ello ha venido aparejado el deterioro de los servicios públicos.
En algunas zonas del país heleno ya no tienen ambulancias o se encuentran en tan mal estado que no son en abosluto operativas. Los sistemas sanitario y educativo hacen aguas por todas partes. Y apenas se mantienen en pie gracias a la ayuda más allá de su paga de médicos y maestros interinos que cobran el salario mínimo. Los bomberos, por ejemplo, han pasado otra temporada de incendios con los efectivos bajo mínimos.
El mercado laboral, fuertemente desregulado, ha creado la «Generación de los 500 euros»: casi 400.000 personas trabajan ya por ese salario mensual. Incluso existen numerosos casos de cieneuristas: 125.000 personas, según el Ministerio de Trabajo de Grecia, trabajan unas pocas horas al mes y cobran menos de 100 euros mensuales. Esta situación se agrava en los jóvenes, que sufren un paro galopante y cuya mejor opción es la emigración a países como Alemania, Francia o los nórdicos, lo que priva además a Grecia de sus ciudadanos más preparados.
La mitad de los jóvenes griegos de entre 18 a 35 años que continúan en el país, según un centro de investigación privado, dependen del apoyo económico de sus padres u otros familiares. En muchos casos, éstos son los pensionistas, que en ocasiones la única renta que entra de muchos hogares. Ellos han sufrido ya 13 recortes de su salario desde mayo de 2010, el último este mismo 2017, tras el establecimiento de un nuevo sistema de cálculo de pensiones que acarrea una reducción de hasta un 30% de los ingresos de los nuevos jubilados. Con este sistema la pensión mínima bajará hasta los 384 euros desde los 486 en qué quedó establecida en el último recorte.
Mientras las cifras macroeconómicas sostienen la tesis de que Grecia podría salir pronto del profiundo agujero negro en que se vio sumida, la precaria situación social amenaza, sin embargo, con lastrar e incluso impedir la ansiada recuperación.
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