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Presupuestos generales 2014

Un espejo de la realidad

La Razón
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Así son los Presupuestos, un espejo de la realidad. Un reparto de la austeridad que, aunque rebajada respecto a otros años, es y tiene que seguir siendo la nota dominante. Como la Alicia de Lewis Carroll, cabe esperar eso de que «siempre se llega a algún sitio si se camina lo suficiente». Y lo que sucede con los Presupuestos es que el camino viene marcado por las circunstancias y la meta no es otra que empezar a cambiar el rumbo, aunque todavía estemos en el principio de ese cambio. Por lo tanto, el cuadro macroeconómico y los presupuestos están íntimamente unidos, son dos espejos enfrentados.

Cuando se conozcan todos los detalles de estos Presupuestos surgirán las habituales –por otro lado, comprensibles y pertinentes– disputas y consideraciones sobre qué es prioritario y qué no en determinadas partidas o territorios. Lo cierto es que el previsible cambio de ruta en la macroeconomía, con la superación de la fase de recesión, es una buena noticia pero, de momento, no da para grandes alegrías presupuestarias. Ni es posible que aún sea muy perceptible para el ciudadano, dados los niveles de desempleo. No puede entenderse de otro modo. Cuando se siguen persiguiendo objetivos de déficit ambiciosos –en cualquier caso, más realistas desde que la Comisión Europea entró en razón y los revisó– y dado que la economía sigue afectada por una considerable debilidad, es difícil repartir alegrías. Puede establecerse una crítica fácil a la «necesaria austeridad», argumentando que los recortes difícilmente pueden traer empleo. El empleo tiene que ser una preferencia, pero no a toda costa. No puede reducirse el paro a cambio de una deuda desbocada, entre otras cosas porque ese empleo sería pan para hoy y hambre para mañana. Una generación sólida de trabajo en España sólo puede surgir de un cambio estructural en el que el sector exterior y la competitividad tomen aún una dimensión más importante de la que están tomando y los sistemas de incentivos se ajusten. El empleo estable pasa también por una reducción del nivel de deuda de la economía en el que la austeridad y la afluencia de inversores –entre otras cosas, confiados en el rigor de las cuentas públicas– genere un clima de actividad mejor que el que hemos tenido en los últimos años. Como todo eso lleva tiempo y el problema del paro es demasiado importante, grave y urgente, es preciso volver a insistir en que el concurso de la Unión Europea, con programas de estímulo del empleo y con esa ansiada revisión de los modelos de formación, reciclaje y otras políticas activas, podría ayudar a que el camino fuese más llevadero y a que la reducción del desempleo se acelerara. Con lo que se ha puesto hasta ahora sobre la mesa desde Bruselas no será suficiente para que ese impulso externo haga aún más efectivo el esfuerzo interno.

En todo caso, lo que se apuntan en estos Presupuestos son algunas sensibilidades, como el aumento del gasto en investigación y desarrollo, que, a la vista está, se trata de un cambio respecto a los recortes de años anteriores pero que tiene un carácter más simbólico que práctico porque difícilmente puede suponer un impulso. Con crudeza y sinceridad, existían pocas vías por las que los Presupuestos pudieran haber sido algo más alegres. Tal vez una de las pocas formas de poder apostar más decididamente por unos Presupuestos más expansivos hubiera sido una reforma más radical y reducida en plazos de la estructura de las administraciones públicas, aunque es preciso reconocer que los costes de ajuste de una reforma de ese calado serían muy positivos a largo plazo. Aún así, son ese tipo de ajustes los que sí que podrían gozar de una mayor comprensión por parte de ciudadanía, generando una sensación de que el reparto del ajuste es más generalizado y equitativo. Entre otros afectados por el peso de la carga del ajuste siguen estando los funcionarios, cuya capacidad adquisitiva se está reduciendo de forma considerable. Y, finalmente, aunque sea un tema delicado, se unen a este ajuste los pensionistas. Y esto resulta comprensible porque si bien es preciso preservar y cuidar las mínimas, no queda otro remedio que otras pensiones se unan al esfuerzo, aunque sea por una cuestión básica de solidaridad intergeneracional.