Editoriales
En deuda con los héroes de bata blanca
Debemos juramentarnos como sociedad, con independencia del color político del gobierno de turno, para que nunca más nuestro sistema sanitario pueda verse sorprendido en pañales por una emergencia de tal magnitud,
Cuando todo esto acabe, cuando la epidemia sea sólo un mal recuerdo y los médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, técnicos de mantenimiento, conductores de ambulancia vuelvan a su rutina, si es que en esta profesión se puede emplear tal término, serán acreedores de una enorme deuda con la sociedad española a la que sirvieron y protegieron en las peores circunstancias, con medios escasos, a veces de fortuna, arrostrando sin vacilar el riesgo del contagio, no sólo para ellos, sino, lo que es más duro, para sus familias. Porque todos lo hemos visto, todos somos testigos de cómo se han enfrentado a una de las emergencias sanitarias más graves que ha conocido la humanidad en tiempos recientes. Incluso cuando algunos de ellos, indignados por la falta de medidas de protección, salían a las puertas de los centros hospitalarios a denunciar una situación imposible, volvían a continuación, con sus batas de bolsas de basura y las mascarillas de un solo uso diez veces reutilizadas, a la primera línea de batalla.
Ellos supieron de primera mano, trágicamente en algunos casos, de la virulencia del virus al que combatían, de la esterilidad de los esfuerzos cuando el Covid-19 se revelaba como un patógeno brutal en el sistema respiratorio de según qué pacientes. Aprendieron sobre la marcha nuevas técnicas y ensayaron con todo el arsenal terapéutico a su alcance, porque ellos, los sanitarios, no se rinden nunca. La escasez de medios, desde respiradores a sedantes, porque no fue posible prevenir lo que se nos venía encima, les ha obligado, algunas veces, a tomar decisiones morales, a elecciones terribles, a las que nadie debería verse abocado en la vida. Y, sin embargo, han curado lo posible y lo improbable, –ahí están las cifras de recuperados de ayer, 34.219–, han salvado la vida de millares de ancianos, sí, devueltos como de milagro a sus familias, reduciendo día a día la tasa de letalidad entre los mayores.
Los españoles tenemos, pues, una deuda de gratitud con ellos y, sin duda, la mejor forma de saldarla es aprender de la dura experiencia. Juramentarnos como sociedad, con independencia del color político del gobierno de turno, para que nunca más nuestro sistema sanitario pueda verse sorprendido en pañales por una emergencia de tal magnitud. Para que nunca más nuestros médicos y enfermeras tengan que aguardar por unas mascarillas cosidas en sus casas por la buena voluntad de las gentes. Por supuesto, no se trata de almacenar recursos, viviendo en una continua paranoia de emergencia, en absoluto. De lo que hablamos es de recuperar el tejido productivo, la capacidad industrial farmacéutica que hemos cedido a China y a la India, de donde nos llegan ahora la mayoría de los materiales de protección y de los principios activos de los medicamentos, porque occidente ya no podía competir con sus bajos precios. Habrá, también, que repensar si las plantillas actuales son suficientes y si hay que complementar la formación de los profesionales para mejorar la polivalencia en casos de crisis, y, por supuesto, si sus retribuciones son razonables en todas las escalas.
Porque si, ciertamente, dentro de la enorme magnitud de la catástrofe, la Sanidad española está respondiendo por encima de sus capacidades, triplicando servicios, camas de UCI e, incluso, con la ayuda de muchos otros profesionales, levantando macro hospitales de la nada, no es aceptable ni posible abandonarse al voluntarismo para cuando vengan mal dadas. Y si bien el Gobierno no supo o no pudo calibrar el alcance de la amenaza y cometió errores que están en la mente de todos, ahora se trata de mirar al futuro y poner los medios para que nada igual pueda suceder. Se lo debemos a los profesionales sanitarios de esta nación, que son uno de sus orgullos.
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