Cataluña

Pelea entre Puigdemont y Junqueras

La primera y fracasada sesión de investidura del nuevo presidente de la Generalitat se caracterizó por tener todos los ingredientes que la política catalana nos ha ido dando en esta década: situar su único objetivo en el enfrentamiento con el Estado, eludir los problemas reales de la sociedad –marcados por la pandemia y la recuperación económica– y despreciar a los ciudadanos no independentistas. Por lo tanto, lo que se vivió ayer en el Parlament fue una escena estéril y vergonzosa de unos políticos que insisten en hacer creer que tienen la mayoría social y, sin embargo, su retroceso es evidente. Efectivamente, el 14F cosecharon más del 51% de los sufragios, pero con una abstención del 46%, lo que supone tener el 27% del censo, diez puntos menos que hace tres años. Es decir, con este capital –esto sí, con todo el control de las instituciones– Cataluña no está para perder más el tiempo y seguir embarrada en un campo de batalla en el que sólo ellos son los protagonistas y los ciudadanos los únicos perjudicados. El sainete de ayer tiene a dos viejos conocidos que pugnan por el poder, ERC y JxCat, capaces de forzar hasta el límite la legislación en beneficio propio. Esa sería la intención del partido de Puigdemont, que buscaría el desempate dentro de dos meses, el 26 de mayo, para hacerse con la presidencia. Lo que está encima de la mesa es, de nuevo, una más de las quimeras que ha ido cultivando el «proceso»: JxCat está forzando para que la hoja de ruta del independentismo esté dirigida por el denominado Consell per la Republica, obviamente presidido desde Waterloo por Puigdemont, un organismo que habría que adaptar jurídicamente a la Generalitat, se supone que con presupuesto propio y funcionarios. Es decir, un aparato al servicio del independentismo que dejaría fuera al 49% de los votantes, por lo que no se vislumbraría solución alguna a un conflicto que ahora sólo tiene el objetivo de dominación del nacionalismo sobre los catalanes. De esta manera, el candidato de ERC, Pere Aragonès, no ha contado con los votos de JxCat y no se sabe si los recibirá el próximo martes 30 en segunda votación, todo en el límite desde que empezaron las negociaciones. De nuevo, la anomalía se refuerza en Cataluña, partiendo del hecho de que el partido más votado, el PSC, no haya podido presentar a la investidura a su candidato, Salvador Illa; ERC –el más pragmático en este vodevil– sólo cuenta con el apoyo de los antisistemas de la CUP; y Puigdemont boicoteando cualquier salida. No parece haber una solución fácil y, sobre todo, que acabe formando un gobierno que se preocupe de los problemas concretos: a la vista sólo está reeditar un pacto entre Junqueras y Waterloo o volver a unas elecciones –que el independentismo no se confíe– es apostar por más de lo mismo.